Referentes de la industria y el comercio expresan su preocupación por la desaceleración que registra la economía nacional. Similares apreciaciones también se pueden escuchar en medios radiales de parte de trabajadores independientes. “Todo está parado” es la frase reiterativa.
El Banco Central redujo las expectativas de crecimiento del PIB de 4 a 3,2%, en tanto que Hacienda confirmó que la ejecución presupuestaria de las unidades gubernamentales es de apenas el 21%. El MOPC, puntal del plan de reactivación, apenas ejecutó el 19% y casi el 40% de las licitaciones fueron impugnadas (ÚH, 29-4-2019). En similar situación está el Ministerio de Urbanismo y Vivienda, que solo pudo ejecutar 24%. En tanto, la recaudación de Aduanas cayó un 7,5% en marzo.
Es decir, algo anda mal. Pareciera que Mario Abdo Benítez no acaba de tomar conciencia de la gravedad de la situación o no sabe cómo tomarle el hilo a la cuestión. A este ritmo el presidente de la República está matando lentamente un proceso de crecimiento económico que se viene desarrollando desde hace algunos años y que ha implicado esfuerzos, así como compromisos para el Paraguay como préstamos y la colocación de bonos, entre otros. Esperar que el paciente llegue a niveles de terapia intensiva para reaccionar lejos está de lo ideal y de lo que se espera de la principal autoridad de la nación. No se avizora un proyecto económico y de inversión claro y firme, y eso preocupa. Quizás el tema pase por modificar el modelo de crecimiento, pero eso se desconoce.
No todo pasa por lo económico, lo sabemos, pero es pieza clave. Política sin economía no marcha. Marito podría ser la mejor figura, si se quiere, pero si el país se hunde económicamente, de nada servirá. Abdo Benítez necesita fortalecer este campo también para contar con recursos para Salud y Educación.
Alcanzar y mantener un promedio de crecimiento a nivel regional no es poca cosa, más aún en una coyuntura global difícil, con gigantes vecinos en plena crisis. Conservar ese ritmo positivo debería ser una prioridad para el Gobierno de turno, incluso, si ello implica considerar recetas exitosas de gestiones anteriores, sin importar siquiera que pertenezcan al que hoy podría ser el principal enemigo en el mismo partido. Es necesario un amor a la nación más que a los personalismos, odios particulares o rencillas partidarias. Las disputas públicas o de entrecasa de políticos y politiqueros, a la gente común, a esa que tiene que agenciarse con un salario mínimo o menos (recordemos que la informalidad del empleo llega al 70%), pagar la ANDE o comprar alimentos y medicamentos, poco o nada le interesan.
Está claro que la distribución de los beneficios del crecimiento económico hasta ahora alcanzados no llega a todos los niveles como debiera. Los estudios coinciden en que este proceso no implicó una marcada mejora en la calidad de vida de toda la población, lo que debería darse en un segundo momento. El mejor aprovechamiento de la torta para la gran mayoría sigue siendo tarea pendiente. Sin embargo, ello no significa negar el crecimiento como factor positivo, descuidarlo. El panorama será mucho más complicado y peligroso si ni siquiera tenemos alguna porción que repartir. Marito debería considerar el cambio de ministros o asesores ante estos signos de alerta, porque cuando la estructura cae es más difícil levantarla; nuestros vecinos son el mejor ejemplo.
El mandatario no puede quedarse cómodo en su sillón solo por estar cumpliendo su promesa de coloradizar la función pública –a costa de todos los contribuyentes–, incorporando incluso a personas que no tienen más mérito que ser cupo de un legislador de Añetete, pertenecer a una seccional o ser miembro de alguna logia masónica amiga.
El tema económico es cosa seria. Construir un prestigio, ganarse puestos en los mercados y concretar inversiones y proyectos a nivel país requieren mucho más un buen eslogan o colaboradores adulones, pero sin capacidad de gestión.