Pienso cumplir esta autoimposición, pero también aviso (si hiciera falta) que este espacio seguirá nutriéndose de la fauna política doméstica, lamentablemente, por imperio al menos de la risa. Que no es el menor y menos placentero de los imperios. Mientras tanto, un poco de música, otro poco de cine será este primer comentario de febrero (mes ambarino), el tercero publicado este año.
Antes de que Bradley Cooper dirigiera Maestro (2023), al parecer fueron considerados para hacerlo Steven Spielberg y Martin Scorsese, productores de la película biográfica acerca del director de orquesta estadounidense de orígenes de clase media, judío y bisexual, Leonard Bernstein. Estas precisiones identitarias tienen sentido cuando, tal es el caso, una película busca visiblemente conectar con unos públicos específicos. A priori, esto no tiene por qué estar mal, aunque hay productos que vienen ya de fábrica muy degradados, a pesar de su empaque fulgurante. Por momentos, en los peores, es esto lo que le sucede a Maestro, una película más “artística” que la anterior resaltable incursión de Cooper en la dirección, A star is born (2018), pero también menos espontánea y, finalmente, menos emocionante.
Uno agradece esos momentos en que la música, esencialmente bersteniana, ataca dramáticamente sobre un fondo de personajes en blanco y negro que, en realidad, no se sienten ni actúan nada dramáticamente, sino más bien con un dejo jazzero de improvisación, ironía y libertad. Allí la música y la paleta de grises (a la que tan adeptos son ciertos realizadores que buscan hoy ser “artísticos” y, en general, no logran más que verse desesperados) tienen mucho sentido. Después, esta es la enésima historia del héroe musical incomprendido y nada comprensivo, narcisista, con ferviente esposa como sostén emocional. Con la dosis inevitable de enfermedad, dolor y miserabilidad. Por la memoria pop de Bernstein, por esos momentos coreografiados muy bien montados, por ciertas melodías de Gustav Mahler, Maestro funciona; pero ni todo esto, ni las mencionables actuaciones de Cooper y Carey Mulligan, nos habla de un logro demasiado particular.
Sí, hubo algún logro particular en la biopic Tár (2022), la malheriana hermana mayor (en varios sentidos) de Maestro. Dirigida sin ampulosidades innecesarias por Todd Field (en apenas su tercera película en un cuarto de siglo), la historia sobre la discípula de Bernstein en la dirección orquestal, Lydia Tár, ofrece un tour de force actoral en el protagónico de Cate Blanchett, y un sostén emocional mucho menos autocompasivo y lleno de matices en el personaje de la impecable alemana Nina Hoss. Y, sobre todo, desecha tempranamente a quienes tienen pocas agallas para adentrarse en un guión inteligente, corrosivo a veces. Mucho menos condescendiente con Tár de lo que este otro es con Bernstein: he ahí su logro particular.
No es que el cine no haya hecho inmersión en el mundo de la música clásica, claro. Por poner un solo ejemplo, está el Amadeus (1984) de Milos Forman que, al cumplir cuarenta años sigue legible, para nada inactual. Raramente, sin embargo, hay películas sobre una o un director orquestal; y, aunque las hay, las propuestas de Tár y Maestro son superiores a las preexistentes. Y, entre estas dos, es la de la Blanchett la más profunda y relevante, a pesar del afán de Cooper por sofisticar su película.
En última instancia, y aunque no sea más que por escuchar (otra vez) el adagietto de la Quinta de Mahler, ambas películas no desmerecen nuestro tiempo.