Desde sus orígenes, a fines del siglo XIX, el Hospital de la Caridad fue un refugio para campesinos y gente pobre de los barrios periféricos de pueblos y ciudades. En su antiguo emplazamiento, sobre la calle Dr. Montero, pasó a llamarse Hospital de Clínicas, quedando como escuela de la Facultad de Ciencias Médicas.
Con el correr del tiempo, con las abnegadas hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, los heroicos médicos a los que interesaba más la salud de sus pacientes antes que el dinero, los estudiantes y la eficiencia del personal paramédico, se lo conoció finalmente como el Hospital de los Pobres.
Contando con un presupuesto ínfimo que no alcanzaba a cubrir las necesidades de los pacientes que llegaban a él –muchos de ellos al borde de la muerte, buscando un milagro–, su equipo humano superaba las dificultades y salvaba vidas humanas.
Hace algunos años, Clínicas se trasladó a un espacio del campus de la Universidad Nacional de Asunción (UNA). Entre la antigua suma de salas y cátedras dispersas y el nuevo local, diseñado para atender a enfermos, hay una distancia abismal.
Lo que se esperaba es que esa mejoría edilicia se tradujera también en una calidad de atención que beneficiara a los de escasos recursos que siguen llegando desde todos los puntos del país. Tal cosa, sin embargo, no ocurrió. Los hechos que van apareciendo a la luz en los últimos meses evidencian que lo que brillaba por fuera no lucía lo mismo adentro.
De la administración de la Facultad de Medicina y del Hospital se apoderó un grupo humano sectario que privilegiaba a sus amigos leales y arrinconaba –o excluía– a quienes mantuvieron el espíritu crítico señalando debilidades con el propósito de que fueran superadas.
Desafortunadamente para enfermos, médicos y paramédicos, los directivos de Medicina y del Hospital de Clínicas no estuvieron a la altura de lo que la tradición de responsabilidad de la institución reclamaba. Sobre ellos y otros médicos hay fundadas sospechas de corrupción.
Con médicos amigos de elevados salarios y escasas responsabilidades, equipos nuevos echados a perder por desidia, 100 acondicionadores de aire perdidos en un depósito, con escasez de medicamentos e insumos hospitalarios, un suntuoso dormitorio de lujo para médicos en medio del dolor de los pacientes y otros hechos parecidos es posible constatar que las víctimas de la poco transparente gestión fueron los enfermos.
Nadie tiene derecho a jugar con la salud de las personas. Menos aún con la de los pobres. Por eso, es necesario que directivos y funcionarios de la Facultad de Medicina y de Clínicas inmersos en la corrupción sean castigados.