Cuando la eternidad de Stroessner fue cortada por el golpe de Rodríguez hace casi 27 años, parecía que se iniciaba un proceso que aspiraba alcanzar aquella patria soñada de la que habla el poeta Carlos Miguel Jiménez.
¿Cuál era la patria soñada, entonces?
Era una con libertades, oportunidades, justicia social, estado de derecho, honestidad, gobierno de los mejores y no de los peores, soberana, con personalidad propia, respetada y solidaria.
En suma, “que no tenga hijos desgraciados ni amos insaciados”, tal como pedía el escritor pilarense.
Un cuarto de siglo después esos sueños casi se han vuelto polvo: sobreabundan los “hijos desgraciados” que se asfixian en la pobreza y los “amos insaciados” parapetados en instituciones públicas o empresas financieras con lucros que desconocen el límite ético que no se cansan de devorar el hígado de la patria como el águila que engullía sin pausa el del mítico Prometeo griego.
La Constitución de 1992 fundó la democracia institucional en el Paraguay. Aparecieron allí instituciones de control jamás imaginadas a nivel local: la Contraloría para cuidar que el dinero público se use correctamente y si no, que los ladrones hagan una larga temporada de pasantía en Tacumbú y la Defensoría del Pueblo para proteger los derechos humanos y canalizar los reclamos populares.
El criterio subyacente en la creación de organismos de reaseguro del patrimonio social es que con instituciones públicas que controlaran instituciones públicas se frenaría la corrupción y se defenderían con eficiencia los intereses de los más vulnerables.
Mamótapa. Ahora están las evidencias de lo que la Carta Magna olvidó: crear un organismo de control de las instituciones de control y defensa de los derechos humanos.
Conociendo, sin embargo, la cultura paraguaya, a la larga, ese supraorganismo iba a ser el zorro que cuida el gallinero.
Hoy los hechos están a la vista de todos: la Contraloría “aprendió” los “trucos” utilizados por sus supuestamente controlados practicándolos con un entusiasmo digno de hallar causas más honorables; la Defensoría del Pueblo no defiende a nadie.
"¿Quién dijo que todo está perdido?”, pregunta Fito Páez. Y no todo está perdido.
Tanto descontrol ha permitido que cobrara cuerpo el contralor ciudadano que empieza a despertar.
Este poder incipiente que libra sus primeras batallas puede ser la semilla de “la patria soñada” que aún bosteza. Ya se ha probado que por vía de los políticos nunca llegará.