24 jun. 2025

Las carretas de la Virgen, una tradición que no se extingue

Desde hace casi dos siglos, familias de Guarambaré peregrinan en carretas tiradas por bueyes hasta el Santuario de Caacupé. A pesar del vértigo del asfalto, la práctica no se interrumpe. ULTIMAHORA.COM los acompañó en parte del trayecto.

Por Andrés Colmán Gutiérrez- @andrescolman

“La carreta es el rancho que camina...”, dice la letra de una clásica polca paraguaya, y doña Carmen Vaesken, más conocida como Ña Rubí, asegura que es verdad.

“Durante casi una semana, esta carreta va a ser mi casa rodante, y aquí llevo mi colchón para dormir, mis ropas para cambiarme, mis ollas para cocinar, incluso mis elementos para asearme y ponerme linda, para llegar junto a la Virgencita de Caacupé”, relata ella, con una sonrisa pícara, mientras acondiciona uno de los viejos carros de madera, tirados por dos cansinos bueyes, frente a la acera de su casa, en la ciudad de Guarambaré.

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Son cerca de las cuatro de la tarde del miércoles 4 de diciembre y ya hay tres carretas estacionadas frente a la casa de los Vaesken Ferrer, mientras toda la familia participa del operativo de acondicionarlas para el largo viaje. En un rato más se unirán otras tres.

Son las famosas “carretas de la Virgen”, a punto de emprender la marcha hacia la Villa Serrana.

Ña Rubí tiene 79 años de edad y es la más entusiasta, aunque debido a problemas de salud ya no puede caminar largas distancias. Ella asegura que viene realizando ese mismo viaje todos los años, en diciembre, desde que era una niña de corta edad, junto con sus padres y abuelos, y no hubo un solo año en que no haya acudido hasta el santuario de la Virgen de Caacupé, siempre en carreta, por más que llueva o truene.

“Yo en realidad no sé cuándo se inició esta forma de peregrinación junto a la Virgencita, pero me dijeron que mis tatarabuelos ya lo hacían antes de la Guerra Grande (1864-1870), o sea que hace cerca de dos siglos que se viene haciendo, sin parar”, dice Ña Rubí, quien está contenta de que algunos de sus nietos y sobrinos la acompañen, a quienes les pide que no se corte la tradición.

Veinte horas de viaje...

Hubo una época en que eran cientos de carretas, unas tras otras, en larga caravana, avanzando por los caminos de tierra roja hacia el santuario de la Virgen, relata Juan Mora, uno de los “carreros” que conducen la marcha, comunicándose en un secreto idioma con sus bueyes.

“Yo voy todos los años con estas familias, manejando una de las carretas. Lo hago desde que era mita’i, junto con mi papá y mis tíos, y ellos me cuentan que antes solo podían ir en carretas o a pie. Ahora la mayoría prefiere ir en ómnibus o en vehículos particulares, porque todo es más rápido, pero por suerte permanecen estas familias, que se ocupan de mantener viva esta antigua tradición”, relata Juan, sentado al pescante de su carro, cubierto con una lona dispuesta en forma de techo curvo, al estilo de las carretas del Viejo Oeste americano.

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Dentro de las carretas se ven hamacas, colchones, bolsos, cajas con utensilios y alimentos, termos con agua, sillas y mesitas. También hay pequeñas hornallas a gas y braseros, lámparas y linternas.

Las que parten este año son seis, un número reducido, comparado a otras épocas, en que iban hasta 50 carretas. “Poco a poco, esta costumbre se va apagando, pero por suerte estas familias se mantienen”, dice Juan.

Los carreros cobran 800 mil guaraníes por el alquiler de cada carreta, por todo el viaje de ida y vuelta, lo que implica además el servicio del conductor que los acompaña. “Salimos el miércoles y regresamos el domingo, después de la misa central del 8 de diciembre. El viaje dura cerca de 20 horas, según el clima y el estado del camino”, relata.

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Desde el barrio San Miguel de Guarambaré, las carretas emprenden el recorrido por un viejo camino de tierra, cruzando por la compañía Kauguá, hasta cruzar la ruta 1 en la jurisdicción de Itá, de allí siguen siempre por caminos de tierra, hasta salir al asfalto de la ruta 2, a la altura del peaje de Ypacaraí.

“Tratamos de ir lo menos posible por caminos de asfalto o empedrado, porque el pavimento les golpea las pezuñas a los bueyes. Lamentablemente ya no hay forma de llegar hasta Caacupé si no vamos los últimos kilómetros por encima del asfalto”, relata Juan.

Una verdadera odisea.

Gran parte del viaje de la noche del miércoles se hace iluminando el camino con linternas, gozando del paisaje de los valles bañados por las lunas y las estrellas.

Varios de los peregrinantes viajan caminando gran parte del trayecto, sobre todo los niños y jóvenes, quienes van conversando y contando historias divertidas. Cuando se sienten cansados, suben a las carretas.

En varios momentos se hacen “paradas técnicas”, para que los bueyes y los peregrinantes descansen, coman algo o incluso duerman por algún breve tiempo. Luego la marcha se reanuda, siempre con el cansino andar de los bueyes, sin tener ninguna prisa.

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El carrero Juan dice que el viaje siempre es una odisea, porque hay momentos de intenso calor, otros de fuertes lluvias, que obligan a refugiarse bajo los toldos de las carretas. “Una vez nos agarró una tormenta muy fuerte, que casi destruyó todos nuestros toldos y los carros se empantanaron en el barro, tuvimos que alzar entre todos para sacar las grandes ruedas de madera”, relata.

Finalmente, en horas de la tarde del jueves 5, los peregrinos divisan la cúpula de la Basílica de Caacupé, en la cumbre del horizonte. Es el momento en que se escuchan gritos de júbilo y de alegría. Las carretas se dirigen hasta un pequeño parque, un terreno baldío con árboles, junto al Ycuá de la Virgen, donde montan su tradicional campamento.

Allí los espera doña Amada de Vallejos, otra guarambareña fanática de esta tradición, quien hace años compró un terreno y construyó una casa en el lugar, y que los expedicionarios de las “carretas de la Virgen” han convertido en su base de operaciones.

“Aquí nos quedamos durante todos estos días, acudiendo al Ycuá y al santuario de la Vigen a rezar, a participar de las celebraciones, y principalmente a la gran misa del Tupasy Ara, el 8 de diciembre. Finalmente, el domingo, al mediodía, emprendemos el regreso”, explica Ña Rubí.

Juan, el carrero, revela un detalle pintoresco: el camino de vuelta es siempre más rápido y dinámico, porque los bueyes ya conocen el camino de memoria, y como saben que están regresando a casa, se muestran mucho más animados.

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