19 oct. 2025

La sociedad paraguaya y el síndrome de Peter Pan


El dilema es entre crecer o no crecer, entre desarrollar ciudadanía para construir nuestra propia historia otra vez, como en el pasado remoto, o seguir resignándoles su construcción a otros.

correo semanal tapa 2 enero 2010

Paraguay, historia y síndrome de Peten Pan.

Alejandro Vial *

Investigador | avial@rieder.net.py

***

En la fábula de James Matthew Barrie, todos los niños crecen menos uno. En la sociedad paraguaya de la primera transición, los ciudadanos comenzaron a crecer, pero de pronto el proceso se detuvo para casi todos. Y ahora, ¿qué pasa? Asistimos a una lucha decisiva que libran algunos por crecer nuevamente, y otra, feroz, que dan otros, por impedirlo. Grandes poderes fácticos, mediáticos, gremiales y políticos, hacen todo lo posible por mantener la sociedad en un estadio infantil. Les ayudan muchos ciudadanos inocentes pero con una mentalidad arcaica, que al seguir esperándolo todo de arriba, se quedan cívicamente como infantes eternos.

El dilema no es entonces entre la izquierda y la derecha, entre los buenos y los otros, entre gobierno y oposición. Es entre crecer o no crecer, entre desarrollar ciudadanía para construir nuestra propia historia otra vez, como en el pasado remoto, o seguir resignándoles su construcción a otros, los dueños de la vida y la muerte de las grandes mayorías.

<h2>Conquistas en la transición</h2>

El libro que prologamos rescata importantes progresos ocurridos durante la transición colorada, como el predominio de las libertades públicas, cierta participación ciudadana, la pérdida de la arbitrariedad militar que había regido siempre la vida del país y el más reciente y notable de todos: la derrota colorada y el traspaso del Poder Ejecutivo, sin traumas, a la coalición ganadora. Pero la tentación a no crecer, de muy antigua data y que en algún momento se apoderó de la transición, pervive y atraviesa la sociedad toda. Cierto que el 20 de abril de 2008 se abrió una ventana, pero el Gobierno de Lugo no es sinónimo de historia necesariamente, ni la oposición de su rechazo, per se. El llamado a no crecer está también en muchas acciones infantiles del Gobierno (pensemos en el PLRA por ejemplo) o en el vicepresidente, en algunas boberías de los luguistas de izquierda, en los errores del propio Lugo y, ciertamente, en el viejo orden y sus heraldos negros.

Coincidamos en que hoy tenemos vida para mostrar. Lo más rescatable, el movimiento de una sociedad que estaba insoportablemente quieta y que se ha puesto a andar . Pero, ¿hacia dónde anda? ¿Va hacia delante o marcha peligrosamente en círculos? A veces, pareciera que buscamos la salida y otras veces, que estamos paralizados en el “país de nunca jamás”, condenados a no poder crecer nunca. Es lo que creen muchos paraguayos, ricos y pobres.

Además, si reparamos en las voces de la cultura cotidiana, nos queda la sensación de andar a tientas, sin encontrar el camino de salida, hacia la mayoría de edad. Es cosa de ver, por ejemplo, cómo se hacen los análisis políticos, o cómo hablan nuestros líderes. Muy pocas ideas y demasiados agravios personales, incluso con los mismos epítetos usados por el estronismo. No interesa lo que se diga, simplemente porque fulano es gay, tilingo o zurdo. En este último caso, el único cambio es que ya no se le dice que vaya a Cuba, como con Stroessner, sino a Venezuela. Pero si no se discute lo que se plantea o se busca, ¿cómo podremos avanzar?

A todos nos cuesta crecer y asumir responsabilidades colectivas; a los niños, a los adultos, a los que estaban demasiado bien con el orden de antes y también a los otros, que al crecer no solo deben pedir como antaño, sino comenzar a hacer. En síntesis, le cuesta crecer a la sociedad en su conjunto. Más aún cuando se han vivido traumas profundos de tragedia e inmolación, como la Guerra de la Triple Alianza o la acción constante de pillaje de los bandeirantes, siempre empujando la frontera, o el cierre del Río de la Plata, para obligarnos a quedarnos como provincia. Paraguay es una sociedad que pagó caro todo lo que venía de fuera y por eso, creo, tiene un terror atávico al crecimiento, a la historia, a la construcción colectiva, terror que la dictadura estronista se encargó de grabar a fuego en el inconsciente colectivo. Esto lo saben bien los dueños del país.

<h2>El mensaje del miedo</h2>

Si miramos los mensajes que esos señores nos envían desde sus medios de comunicación o a través de sus oscuros exegetas, son todos mensajes del miedo, precisamente ahora, que con tantas dificultades y tropiezos se intenta un proceso de cambios. Niños, no crezcan, acecha el marxismo agazapado por ahí o el cuco Evo por allá. Sigan sin chistar ni levantar cabeza, no piensen, no lean, no cuestionen. Porque, claro, si empezamos a pensar y a discutir el rollo que nos lanzan, nos daríamos cuenta de que es una payasada y perdería todo su poder intimidante. Pero no en vano y luego de una generación de reforma educativa, donde los gobiernos colorados de la transición gastaron más de 200 millones de dólares, los niveles más paupérrimos se encuentran en la capacidad del pensamiento crítico, que es casi nula . Porque no se trata que la gente piense, cree ciudadanía ni construya su propia historia.

De lo que se trata es de vivir la historia como si fuera un cuento para niños, donde todo lo que ocurra no sea resultado de acciones colectivas creadas por los hijos y las hijas de esta tierra, sino eventos y avatares a los que está sometido el país, acaeceres casuales y episódicos, una suerte de actos mágicos o naturales como los tifones, las tormentas y las sequías.

Por eso y pese a su fuerte movimiento inicial, la transición se había ido convirtiendo en un laberinto interminable donde nos dedicábamos a recorrer los mismos parajes de siempre, yendo y viniendo con las manos semivacías, como en el eterno duelo de Peter Pan y el Capitán Garfio. Lo propio de ser eternamente niño, es estar atrapado en un relato que siempre se repite a sí mismo, porque ahí, la historia en verdad no existe. No hay drama, sino sólo tragedia. Entonces, nuestra transición se estaba convirtiendo en un pantano donde lo primero era saber si volvíamos, lo segundo si volvía con nosotros la memoria -en un país que hace del olvido una forma de sobrevivencia- y lo último, si podíamos comenzar a hacer algo colectivo y distinto por un país de todos. O sea, aquellos los de entonces, empujando un carro inerte. El 20 de abril se rompió esa transición estancada y empezamos a movernos otra vez. La gente se asusta y dice: pero ¿hacia dónde nos movemos?

Escondido entre los relatos que algunos líderes entrevistados nos muestran, agazapados tras la valiosa crónica política que Milda nos reúne, se yerguen zigzagueantes por los recodos del texto los avatares de una transición renga, que a veces mira a los ojos sus errores y otras veces, los oculta. ¿Cómo no temer que los cambios que se puedan estar dando ahora, o que vayan a darse, sean precisamente para que nada cambie, o algo así? Es la tragedia que nos acecha, donde todo vuelve a repetirse idéntico a sí mismo. Quiero confiar, sin embargo, en que nuestro país esté harto de tragedia, que quiera historia y participación ciudadana, la que se viene dando sigilosa pero constantemente desde hace tiempo. El Marzo paraguayo ya fue un despertar a la construcción de la historia que nos dejamos arrebatar, pero algo vivo quedó y fue capaz de subsistir.

Las oportunas memorias que nos recrea este libro nos invitan a construir la historia en serio esta vez. No permitamos que unos pocos nos la arrebaten, nuevamente. Concedámosle su magia y romanticismo al país del “Nunca Jamás”, pero convengamos en que ya no le sirve a la Nación. Dejémosle entonces a Peter Pan en ese viejo país que se niega a crecer, con aquellos que quieran acompañarle, y emulando a Wendy y los niños perdidos que optaron por crecer, construyamos la historia del Paraguay nuevo, que será el país de nuestros hijos y de los hijos de sus hijos.

Porque nuestro gran pendiente hoy es crecer; crecer como país y como ciudadanos para construir una sociedad inclusiva, una comunidad que tenga un lugar para todos. Entonces, bien por el movimiento, que ya es un avance enorme. Depende de nosotros que vaya hacia adelante.

* Prólogo del libro Transición desde las memorias, de Milda Rivarola, editado por la ONG Decidamos, en 2009.

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