13 may. 2024

La paraguayización yanqui

Alfredo Boccia Paz – @mengoboccia

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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Foto: EFE

“Stop the count!” (¡Paren el conteo!), escribió el mandatario norteamericano en un desesperado tuit lanzado en momentos en que se confirmaba la victoria de Biden en algunos estados claves. Si un mensaje similar fuera emitido por un presidente latinoamericano al ver en peligro su reelección, el escándalo sería monumental y sería denunciado por la OEA como un intento de interrupción del orden democrático. Los Estados Unidos hubieran expresado que seguían con preocupación el proceso electoral e instarían a los candidatos a respetar los resultados de las urnas.
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El problema está en que la OEA ha perdido hace tiempo autoridad moral en este tipo de cuestiones y en que dicho mensaje no es una ficción. Es solo una patética muestra de la degradación institucional que puede producir un personaje egocéntrico y prepotente devenido en líder de la mayor potencia mundial.

Hasta hace poco parecía imposible este tipo de manotazos autoritarios en un país con sólidas instituciones electorales y una larga práctica de políticos responsables. Pero por una de esas distracciones de los pueblos que hacen tan divertida o trágica la historia de las democracias, el señor Donald Trump llegó a la Casa Blanca por la vía de los sufragios. El extraño gusto de los electores norteamericanos solo es superado por su anacrónico sistema de contar los votos. Si en Paraguay lo hiciéramos del mismo modo, pulularían las denuncias de fraude. Pero, claro, nosotros siempre fuimos maestros continentales en la ingeniosa disciplina de las trampas electorales. Aunque nos volvimos más decentes, hasta hoy es irremediable que el perdedor de los comicios sostenga que perdió por el fraude.

Ahora resulta que esa tropical postal guaraní se replica en los Estados Unidos de la mano de Trump. Dice ser víctima de un engaño masivo, tal como lo predijo preventivamente durante la campaña electoral. Exige que se detenga el conteo de votos en los Estados que está perdiendo, que no se cuenten los que llegan por correo –mayoritariamente a favor de su rival– y enumera múltiples irregularidades sin aportar pruebas fehacientes.

No aceptará su derrota, asegura. Judicializará los resultados, recurrirá a la Corte Suprema. Previamente se ocupó de desbalancearla con una mayoría de jueces ultraconservadora, incluyendo a Amy Barrett, nombrada en tiempo récord la semana pasada. Este tipo de incertidumbres y malas artes son tropicalmente nuestras. Trump no puede apropiarse impunemente de una tradición tan hondamente nativa. Es que Trump no es paraguayo, pero merecería serlo.

Debe ser por eso que goza de tantos adherentes en nuestro país. Los trumpistas vernáculos son muchísimos y entusiastas. Hasta han creado el hashtag –#ParaguaySupportsTrump– en el que se derriten de amor por el zanahórico político y aseguran que los demócratas inflaron de votos falsos las urnas. Están fanáticamente indignados. Si pudieran, se enrolarían en esas ridículas milicias civiles supremacistas que vigilan los locales de recuento de votos.

Lo que me supera es cuando gritan que, si permiten que los zurdos se salgan con la suya de modo tramposo, Estados Unidos se volvería de izquierda. Si el aburrido del señor Biden es comunista, yo soy un monje tibetano camuflado de hematólogo. Lleva más de tres décadas actuando en la política estadounidense y solo se diferencia de Trump en que su conservadurismo es más sobrio y serio que el temperamental fascistoide que pretende reelegirse.

Ya le gustaría a Trump tener en alguno de los cincuenta estados de la Unión un apoyo parecido al que tiene en Paraguay. Pero este mal agradecido seguro que ni siquiera puede ubicar al Paraguay en un mapa de Sudamérica. ¿O era Centroamérica?

Trump es un peligro para la humanidad, así como buena parte de los políticos paraguayos lo son para el país. Solo que a estos ya los conocemos y Trump, aunque parezca paraguayo, es yanqui.

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