Mientras el mundo observa, impresionado y temeroso, la borrachera de poder, de locura, drones, bombas y misilazos, aumenta la velocidad de los vientos de la guerra. Mientras Naciones Unidas hace tibios llamados a los que nadie responde, y mientras todo esto acontece, el genocidio de los palestinos en Gaza sigue su horroroso curso.
Los nuevos tambores de guerra suenan desde hace más de una semana, desde que Israel bombardeó Irán; después Irán respondió, y luego viene Trump a meterse, cuándo no.
Nadie sabe a dónde nos conduce la actual crisis y esperamos (les pedimos a todos los dioses) que no se cumpla la predicción de Einstein, quien dijo alguna vez: “No sé con qué armas se peleará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta será con palos y piedras”. Clarísimo, don Albert.
Además de la casi imposibilidad de diálogo o de algún tipo de negociación, asustan mucho los desvaríos de algunos líderes mundiales.
Acusan a Irán de que cuenta con armas nucleares, pero nadie explica por qué no habría de tenerlas si todo el mundo las tiene. Cada una de las partes tiene tribuna propia, y se están armando –literalmente– las hinchadas.
Y a propósito de guerras, decía el uruguayo Eduardo Galeano: “Ninguna guerra tiene la honestidad de confesar yo mato para robar. Las guerras siempre invocan nobles motivos, matan en nombre de la paz, en nombre de Dios, en nombre de la civilización, en nombre del progreso, en nombre de la democracia”.
Hoy esas bombas que caen, causan destrucción y también generan un montón de humo; humo que desvía la atención del tema más importante de todos: El genocidio en curso que se está cometiendo contra el pueblo palestino.
A lo que están viviendo en la Franja de Gaza desde octubre de 2023 le están dando varias denominaciones: Genocidio, holocausto y limpieza étnica; lo que comenzó en 1967 con la ocupación de sus territorios va rumbo a un exterminio, bajo la mirada cómplice del mundo entero.
Desde hace un año y ocho meses, Gaza está siendo asediada y bombardeada por Israel sin piedad. Ya no le queda infraestructura alguna, pues destruyeron sus hospitales, escuelas, casas, edificios e incluso han bombardeado las tiendas de campaña bajo la que subsisten, extraños en su propia tierra. En Gaza no tienen alimentos, no tienen agua ni electricidad, no tienen hospitales ni medicamentos. Los muertos se cuentan de a miles; de masacre en masacre. La humanidad no podría nunca borrar esta vergüenza.
Recientemente inauguraron un nuevo nivel de sadismo, les bloquean la entrada de todo tipo de ayuda, y practican el perverso deporte de ametrallar niños, mujeres, hombres, atrapados en los supuestos puntos de distribución de ayuda, creados como una trampa. Esa gente está condenada a vagar sin rumbo en su propia tierra, sin un lugar seguro donde descansar, sabiendo que su futuro es la muerte, por hambre o por bala.
Eso está pasando ahora mismo, cuando el mundo solo habla de misiles hipersónicos y búnkeres y bombas atómicas, gestionadas por cierto, por un grupito de tilingos con demasiado poder.
Israel destruyó la Franja de Gaza y nadie puede con ellos, no le hacen caso al Papa, ni a las Naciones Unidas, ni a la Corte Penal Internacional y su orden de arresto contra Benjamin Netanyahu por crímenes de guerra y de lesa humanidad.
Rita Segato, una intelectual argentina, decía hace poco que después de Gaza ya no quiere pertenecer a la especie humana, “esa especie siniestra, genocida”. Que hay una diferencia, una especificidad con respecto al último genocidio, la shoá, el holocausto. Y es que cuando los ejércitos aliados entraban a los campos de concentración se veía su sorpresa, porque se sabía, pero estaba oculto.
Gaza, en cambio, es hoy, como decía alguien en tuiter, la escena de crimen más grande del mundo.