Pero hoy hay más gente aplaudiendo con vehemencia las intervenciones extranjeras que protestando. La larga y profunda corrupción del sistema judicial paraguayo demolió toda esperanza de que los políticos, jueces y fiscales vernáculos sean capaces de romper la impunidad. ¡Qué miserable situación la nuestra! La desconfianza en nuestras instituciones se llevó por delante la autoestima nacional. Si los yankees o los rapáis van a ayudarnos a meter tras las rejas a los intocables, pues que vengan, dicen muchos, en tono resignado.
Recuerde el caso Messer, “el amigo del alma”. Cuando estaba prófugo, nadie, absolutamente nadie, hubiera apostado quinientos guaraníes por la opción de que nuestra Policía o Fiscalía lo encontrarían. Luego se sabría que estuvo en el país mucho tiempo y mantenía contacto con el rollo. Fiscales brasileños acumularon enorme cantidad de información sobre su red de lavado de dinero. Cuando emitieron la solicitud de captura de varios connacionales, el Ministerio Público paraguayo tuvo que reconocer que no sabía nada del tema. Pero reaccionó enseguida: envió una comitiva de fiscales al Brasil a averiguar “qué tenían allá”.
O recuerde el caso Tarragó. Agentes encubiertos norteamericanos iban y venían, anotando nombres, contactos, redes, montos, hasta que decidieron que era suficiente y la apresaron.
Cuando la noticia explotó, el Ministerio Público paraguayo tuvo que reconocer que no sabía nada del tema. Pero reaccionó enseguida: solicitó a las autoridades de Estados Unidos informaciones sobre “lo que tenían allá”, para saber si había otros paraguayos implicados.
O simplemente recuerde lo más reciente. Estados Unidos “designa” como “significativamente corruptos” a dos relevantes funcionarios paraguayos. Ambos están en su casa, beneficiados por la presunción de inocencia, una situación jurídica precaria que en el Paraguay puede durar décadas. Siempre que el “inocente” pueda pagarlo, claro. Esta vez, la noticia tuvo repercusión internacional y nuestras instituciones de Justicia se quedaron sin palabras. Pero reaccionaron enseguida: aprovecharon la visita de Marito a Trump para tratar de averiguar cuáles son los otros indeseables de la lista “que tenían allá”.
Lo ocurrido provoca sensaciones ambivalentes. Por un lado, ¿quién puede enojarse con la decisión de no dejarlos entrar a Estados Unidos a dos impresentables? Pero, por otra parte, ¡qué feo luce que desde afuera hagan lo que no somos capaces de hacer adentro! El sistema judicial de esta castigada República ha logrado devaluar el antiimperialismo. Lo peor es que a nosotros, los ciudadanos de a pie, se nos cae la cara de vergüenza y ellos, los responsables, ni se inmutan.