Esos problemas, en lugar de solucionarse, persisten y son cada vez más graves.
El actual conflicto entre jóvenes que defienden el Arancel Cero y los cambios que pretende el gobierno en el financiamiento de su plan Hambre Cero es una muestra de la reticencia de nuestros gobiernos por aspirar a un nivel de desarrollo que al menos ubique a nuestro país en el promedio regional. En cualquier índice de desarrollo, Paraguay se ubica entre los 7 países de menor nivel junto con los países centroamericanos.
La audiencia pública que duró alrededor de 5 horas se centró en un humillante debate para el país en el que se discutían temas relacionados con el financiamiento de la alimentación infantil, la educación superior, la investigación y el desarrollo y el rol de las embajadas con montos que variaban entre 8 y 35 millones de dólares.
¿A qué desarrollo podemos aspirar si discutimos por invertir en becas universitarias o en reducción del hambre en la infancia 35 millones de dólares o si cerramos embajadas que ofrecen los productos emblemáticos exportables por la falta de 8 millones de dólares?
Estas señales son la evidencia de que debemos cambiar nuestra visión sobre los resultados económicos centrados en la estabilidad macroeconómica y el crecimiento del PIB y avanzar en una discusión sobre una profunda transformación social y económica que genere oportunidades para toda la población.
Todavía estamos a tiempo de aprovechar el bono demográfico, las ventajas de la producción de energía renovable, la existencia de tierras productivas y agua.
Si bien estamos ante una crisis múltiple a nivel global y nacional –económica, sanitaria, climática, cuidado–, no debemos reducir nuestras aspiraciones: Lograr que el crecimiento se traduzca en mayores oportunidades para las personas y familias y financiar los servicios públicos que se requieren para impulsar el bienestar, la paz social y la productividad sistémica.
Para lograr estos objetivos contamos con los recursos iniciales, lo que se requiere es tener claridad de metas y direccionar el esfuerzo de coordinación e integración.
La ausencia de un interés real en una gestión eficiente y de calidad es el obstáculo. Por lo tanto, empecemos a dialogar sobre los cambios que requiere el crecimiento económico en aquellos aspectos en los que hay acuerdos y necesitemos impulsar reformas que no implican conflictos, sino solo compromiso gubernamental.
El modelo de crecimiento actual está agotado y nos enfrentamos ante un escenario de retrocesos de los avances logrados en el bienestar, muchos de ellos magros y débiles. No podemos permitirnos pasos atrás. Hay responsables en el gobierno que deben empezar a plantear a la ciudadanía nuevas trayectorias económicas.
La juventud nos mostró esta semana que no quiere retroceder en los pequeños avances logrados en los últimos años. La sociedad está de acuerdo debido a que las señales de apoyo son claras. El Gobierno debe ser capaz de crear un espacio de negociación en el que su oferta vaya más allá de cambios de fuentes de financiamiento.
La juventud y la economía necesitan mucho más que la oferta pública actual.