Goblin se impuso a sus rivales con aterradoras demostraciones de fuerza. Controlaba todas las organizaciones de la comunidad, comprando voluntades o doblegándolas mediante el miedo. Nunca olvidaba una afrenta y quien osara cuestionar su autoridad sabía que la venganza llegaría inexorablemente y que sería terrible. Amos, sin embargo, alcanzó la cima del poder por su capacidad de concertar. Cualquier conflicto se zanjaba con su sola presencia. Goblin provocaba pavor; Amos, respeto. Goblin cayó apaleado por sus propios aliados ante su primera señal de debilidad. Amos murió de cáncer, acicalado por las féminas y bajo la mirada llorosa de todos los líderes de la colectividad.
Goblin y Amos eran primos nuestros, homínidos con quienes compartimos el 98% del código genético. Eran chimpancés africanos, machos alfa que lideraban su propia colectividad de primates bajo reglas notablemente parecidas a las que establecimos los humanos, un esquema de poder descrito magistralmente en varios libros por Frans de Waal, doctor en Biología y primatólogo holandés, que dedicó su vida a estudiar el comportamiento de nuestra parentela animal.
El propio De Waal lamenta que sus primeras descripciones sobre lo que él llamó “la política de los chimpancés” fueron sacadas de contexto para justificar liderazgos políticos y empresariales humanos impuestos por la fuerza. La figura del macho alfa se convirtió en una suerte de justificación biológica de las desigualdades naturales entre hombres y mujeres, ganadores y perdedores.
En su último libro, Diferentes, De Waal se encarga de desmontar esos mitos relatando casos concretos de liderazgos, como los de Goblin y Amos. Para quienes nunca hayan escuchado o leído algo al respecto, les cuento que nuestros primos más cercanos, los chimpancés y los bonobos, tienen una intensa vida política que incluyen organizaciones básicas, como equipos de seguridad, proveedores de alimentos, un jefe político y una suerte de gabinete integrado por los líderes secundarios.
Como pasa con sus primos más sangrientos, los humanos, chimpancés y bonobos pueden tener liderazgos exitosos y otros que terminan en dolorosos fracasos. Lo interesante es saber cuáles son los primeros y cuáles los otros. De Waal descubrió que la mayoría de los líderes exitosos entre los chimpancés están en las antípodas de la violencia. Ni siquiera son necesariamente los más fuertes. Su fortaleza radica en las lealtades que consiguen mediando inteligentemente en los conflictos. Y, principalmente, consiguiendo el apoyo de la hembra alfa. En estas colectividades, el poder real se sustenta en las hembras lideradas por una gran mamá. Ellas conforman un grupo unido, cuya función principal es la de asegurar la paz. Ningún macho puede enfrentarla y permanecer en el poder.
En el caso de los bonobos, la cuestión es todavía más sorprendente. Prácticamente, no hay hechos de violencia. Es un matriarcado. El poder lo tienen las hembras, lideradas, casi siempre, por la más anciana. A los machos se les permite formar parte de la colectividad siempre que no generen disturbios. Al primer escándalo, los apartan de la comunidad.
Entre los chimpancés sí hay violencia. Y hay liderazgos, como el de Goblin, impuesto mediante el uso de la fuerza y del soborno. Goblin permitía que los machos que lo siguieran tuvieran prioridad a la hora de repartirse la comida y aparearse. El suyo fue un gobierno de terror, pero apenas dio señales de debilidad fue atacado por su propio séquito. Lo destrozaron. Su contracara fue Amos, un macho enorme que casi nunca hizo uso de su fuerza. Tener el poder, pero limitar su uso le granjeó el respeto de todos. Amos destinaba buena parte de su tiempo a acicalar a sus gobernados, una notable demostración de afecto de los primates. Cuando llegó a viejo, las hembras colocaban virutas de madera en su nido para hacerle más cómodo el lecho. Amos estaba muriendo. Tenía cáncer. Su debilidad no le privó del liderazgo. A su manera, todos lo lloraron.
Frans de Waal insiste en que no hay que hacer juicios de valor ni pretender transpolar estas costumbres primates a nuestras acciones humanas. Pero no puede dejar de pensar en cuánto bien nos haría que quienes juegan a ser el macho alfa de nuestra política se identificaran más con Amos y no con Goblin. Pero claro, estos eran chimpancés… no gorilas.