29 mar. 2024

Esa fea cicatriz republicana

Abrazos republicanos eran los de antes. Aquellos disciplinados, verticales, en los que los contendientes obedecían la orden superior y posaban para la foto con sonrisas congeladas. Pero hasta el dictador sabía que el amor por decreto tenía sus límites. Por eso, permitía reñidas pujas electorales en las seccionales.

A esta parodia de unidad entre Mario Abdo y Horacio Cartes, para empezar, le falta el símbolo iniciático e indispensable: La foto de ambos con sonrisa congelada. Además, todo ocurre en un ambiente de caótica horizontalidad. Ninguno de los interlocutores tiene el completo manejo de todo su movimiento. Si persisten en el ensayo es solo porque hay un negociador fenomenalmente entusiasta.

Nunca hubo un mediador más dispuesto a cumplir su rol que José Alberto Alderete. Es que el ex director paraguayo de Itaipú Binacional necesita resucitar públicamente luego de su abrupta salida tras la revelación del acta secreta de negociación.

Resucitar es una exageración, pues en política no hay cadáveres. Bien lo sabe Alderete, que soltó una frase de antología: “Un colorado nunca es un escombro. Y si lo es, siempre va a servir para dar consejos”. En cualquier caso, resulta inevitable que se perciba un cierto tufillo a pacto de impunidad.

Los colorados son previsibles. Instalan un discurso falso al decir que la gobernabilidad del país pasa por la unidad del coloradismo. Es la expresión de una vocación totalitaria nutrida en casi ochenta años de detentar el poder. Por eso, utilizan sin complejos el tiempo laboral de funcionarios públicos y hasta el Palacio de Gobierno para dirimir temas que deben discutirse en la Junta de Gobierno o en las seccionales. El problema de la interna colorada es algo que solo a ellos atañe, no es una cuestión nacional.

Pero, eso sí, nunca pierden su renombrado savoir faire. Cumplen el ritual: Primero habló Alderete, enseguida desfilaron los “osos blancos” –ex presidentes de la República y del partido–, luego los 14 gobernadores y, por fin, los presidentes de seccionales. La aparente docilidad de estos obligó a episodios de sobreactuada amnesia. Así, el más enfático vocero del amor entre el abdismo y el cartismo fue el seccionalero devenido en secretario presidencial, Mauricio Espínola. El mismo que, hace solo unos meses, pedía que Horacio Cartes sea expulsado de la ANR y aseguraba que Pedro Alliana era un pobre títere de su amo.

Más allá de estas peculiaridades tan típicas de dicho partido, lo que pretenden es de cumplimiento complejo. Mario regala a Cartes la presidencia de la Junta de Gobierno; Cartes, a cambio, no presenta candidato a la intendencia de Asunción. Ambas elecciones internas se realizarán el mismo día: 12 de julio.

Nadie habla de las elecciones que deben hacerse un mes antes: La presidencia del Congreso. Nadie sabe qué hacer con los candidatos ya lanzados. Nadie habla de programas, cambios estructurales, revolución ética ni nada que se parezca.

Esta cicatriz tiene todo para terminar siendo queloide. Ese tejido hipertrófico, oscuro y grueso que tanto temen los cirujanos, pues arruinan sus buenas intenciones estéticas.

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