Pero la vida, que tiene sus vueltas, recientemente le puso en frente un nuevo obstáculo, que puso a prueba toda su resistencia. Durante más de tres semanas estuvo muy enferma, y aunque no le practicaron el test, pues el servicio de salud estaba saturado, los médicos asumieron que era Covid-19.
Mientras el Gobierno español anunciaba que iba a tomar medidas ante la pandemia del coronavirus, que ya comenzaba a asolar otros países de Europa, Sofía hacía su vida normal de todos los días yendo a trabajar.
Por las mañanas en una empresa de limpieza y a continuación en varias casas. Y cuando llegó el día en que cerraron las escuelas y universidades ella siguió trabajando, pues no había restricciones.
“Ahí, en la primera semana me dio fiebre, y en ningún momento pensé que iba a ser eso, pensé que como yo sufro de asma a veces me da un poco de fiebre, tomé paracetamol y me pasó”, relata.
La segunda semana se repitió la misma rutina, volvió a tener un poco de fiebre, pero con un paracetamol le pasó. En la tercera semana, le dijeron que ya no fuera a trabajar en las casas donde regularmente iba, le dijeron que podía quedar en confinamiento.
Sin embargo, continuó yendo a la empresa de limpieza donde trabajaba cuatro horas a la mañana, terminaba sus labores y volvía a la casa.
“Pero ya me sentía medio rara. Y eso que usaba tapabocas y usaba guante, me protegía bastante”, apunta. Aunque ya se sentía peor, su empleador le dijo que solo era pánico, que fuera a trabajar.
“Le dije que yo quería tomar un permiso para quedarme en la casa porque tengo miedo, porque sufro de asma, tengo el colesterol alto y tengo hipertensión. Tengo miedo, le dije, me quiero quedar en la casa”.
Ante la insistencia, Sofía trabajó lunes y martes, pero el miércoles ya no pudo.
“Esa noche ya no me paró más la fiebre. Me apretaba el pecho, me dolía la espalda, no podía respirar, y decía que no puede ser … Tomé dos paracetamol y no me pasaba la fiebre. La presión que uno siente en el pecho es insoportable. Una cosa como que te ahoga”, rememora.
En la noche Sofía comenzó a temblar, no se podía levantar de la cama, le dolían los huesos, “era insoportable el dolor de garganta, y en un momento sentí que se me iba a parar el corazón, no podía ni hablar. Ahí me dije, en mi mente nomás, pensé: ¿Cómo le aviso a mi hermana… y encima ella estaba trabajando, qué iba a poder hacer?”.
A solas en su casa, Sofía lloró y rezó. “Le dije a Dios que si era su voluntad que me llevara, y si no era su voluntad que me hiciera pasar el dolor”. En la madrugada se sintió un poco mejor, se levantó y tomó agua bien caliente con limón.
“Después me acordé de que me hablaron del bicarbonato y le puse eso también, con agua caliente, tomé de todo, me quemé todo la garganta y ya amanecí un poco mejor, aunque me apretaba todavía el pecho y apenas podía hablar”.
En la mañana llamó al número donde atendían exclusivamente el tema Covid-19, le contó a una doctora sus síntomas y esta respondió que nada podían hacer por ella.
“No podemos ir a buscarte porque el hospital está lleno, aquí no tenemos sitio, si puede aguantar, quédese en su casa”, le recomendó.
Después de eso, le pasaron con una sicóloga, quien le explicó que es un virus muy fuerte, y que no hay medicina, que piense en otra cosa.
“Y directamente me dijo: Que si me curo, gloria a Dios y si no, pues me voy a la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), para que me entuben. Te dice bien, o te mueres o vives, tienes que pelear porque no hay medicamento”, relató.
También habló con un médico del centro de salud, quien anotó sus datos y síntomas y le recomendó que tomara agua caliente con limón, que desinfectara toda la casa, que trate de tomar agua cada 20 minutos y paracetamol cada ocho horas.
Ese doctor apuntó que no había solución, porque no había sitio en ningún lugar, todo estaba saturado. “Mejor usted se aguanta en su casa, y si no puede respirar, le aprieta mucho el pecho, llama al 112 para que le busque una ambulancia”.
Sofía entonces se quedó aguantando la fiebre, los dolores y escalofríos. “Yo creo que el mate caliente me ayudó muchísimo, tomar bebidas calientes, limón, jengibre, clavo de olor, limón y miel, bicarbonato, té verde, todo probé. Me ayudó el paracetamol y los remedios naturales, con eso mejoré”, sostiene.
Reconoce que la experiencia fue terrible. “Lloraba, rezaba, le pedía a Dios que me curara. No me quiero morir así, porque aquí me van a quemar y me van a llevar en una urna. Es muy triste que te pase esto, uno está solito, nadie se te puede acercar, ni en el hospital, te aíslan, y si te morís, solito te vas a morir”.
A pesar de la situación que vivió, Sofía se preocupa por el país y por los que menos tienen y están sufriendo. También siente mucho temor por su familia que está en Paraguay.
Hoy, ya recuperada puede compartir su historia. “Ahora ya estoy bien, akueráma…”, asegura, aunque admite que siente miedo de salir a la calle. “A veces ya no me quiero quedar más, ya me quiero ir. Yo tenía muchas ganas, ahora ya no tengo más, no sé...”.