Gran significación cobra el mensaje del cardenal Adalberto Martínez, arzobispo de Asunción, quien en la misa dominical en la Catedral Metropolitana advirtió sobre las situaciones que ofenden a la dignidad humana. En su inventario, el obispo cuestionó la explotación laboral, la violencia contra las mujeres, la desigualdad, la violencia que afecta a la población, la negación de la salud, el despojo de la tierra a comunidades indígenas y campesinas, entre otros temas. Un sermón que debería llegar a los oídos de los gobernantes.
El trato desigual, injusto, que reciben a diario, extendidos sectores de la sociedad, y que tienen consecuencias graves y repercusiones en la calidad de vida de las personas fue el eje central del mensaje del cardenal Adalberto Martínez, arzobispo de Asunción, el pasado domingo.
Entre otros temas, reflexionó sobre la explotación laboral, sobre la que el obispo había subrayado: “Los salarios de miseria y la negación de la seguridad social’’. Mencionó, asimismo, a las comunidades indígenas y campesinas que son expulsadas de sus tierras, mientras afirmaba que ‘‘la tierra es don para sostener la vida, arrebatarla es derrumbar el altar donde una familia se sostiene’’.
Asimismo, lamentó las condiciones económicas que empujan a miles de familias a la precariedad, a la explotación laboral y dijo que “el salario retenido clama hasta el cielo”, advirtiendo que “quien explota, profana, quien paga con miseria, deshonra al creador”. Muy necesarias las palabras del arzobispo de Asunción al apercibir a todos aquellos que, como señaló, “se enriquecen a costa del esfuerzo ajeno“.
Otro tema es la violencia contra las mujeres y afirmó: “Cada mujer es imagen de Dios y templo sagrado” e instó asimismo a transformar las bases culturales que sostienen el feminicidio.
El obispo fue enfático al advertir que “el feminicidio no es solo un crimen, es sacrilegio”.
De acuerdo con los datos del Ministerio Público, este 2025 aporta cifras alarmantes de feminicidio en Paraguay; en lo que va del año se reportaron 28 casos y suman 51 huérfanos, como consecuencia de la violencia contra las mujeres, de las 28 víctimas, una pertenecía a una comunidad indígena y 21 eran madres.
En esta misma línea, otra “grave ofensa a la dignidad humana”, y un delito infame que cada ciudadano, sin importar credo o religión, debe condenar, es el abuso a los niños y niñas.
Un delito que se sigue cometiendo en nuestra sociedad, tal como se reporta de manera tan cotidiana como cruda en los medios de comunicación. Para monseñor Martínez, “Herir a un niño es herir el rostro de Cristo… no hay excusas que valgan”.
En la reflexión del cardenal Adalberto Martínez estuvo presente, asimismo, un tema que, sin duda, constituye una de las más sentidas preocupaciones para los paraguayos y paraguayas: El acceso a la salud.
En este sentido, a diario vemos los reportes y las denuncias sobre las considerables carencias que aquejan a los servicios de salud públicos y también al Instituto de Previsión Social, donde los verdaderos propietarios del IPS, los trabajadores y trabajadoras, no consiguen recibir atención en salud ni respeto a su dignidad.
El obispo en su homilía había denunciado precisamente la exclusión de los sectores más vulnerables en el acceso a la atención médica. “En la negación de la salud, cuando los pobres son alejados, desatendidos, tirados a veces en cuneta, necesitando medicamentos, también ahí se está profanando socialmente el Templo”, indicó en su fuerte crítica al sistema sanitario.
Finalmente, dos temas que ya casi forman parte de nuestra cotidianidad: La corrupción en el sistema judicial y los sicariatos. Sobre estos, el cardenal sostuvo que “cuando matar se vuelve un oficio o un negocio, donde la vida tiene precio, el Templo de Dios es profanado, demolido” y que en resumen, “no se puede servir a Dios y al dinero”.
Nuestra sociedad necesita reflexionar sobre la injusticia social que agobia al Paraguay porque como también dijo el obispo, debemos seguir trabajando por un país más justo, fraterno y digno, “donde cada persona es y debe ser cuidada como el Templo vivo de Dios”.