Es probable que haya dicho una verdad incómoda y real, pero rechazada por la gran mayoría de este país que tiene que mendigar por su salud desde hace décadas. Un pueblo que se acostumbró a ser vejado y despreciado en lo más importante que tiene: Su vida no espera, sino solo milagros. Un país humillado al punto que tiene que emigrar a los hospitales públicos de Brasil y Argentina para tener alguna posibilidad de encontrar cura a su dolencia, ya no espera nada de su sistema de salud.
No hay un solo día que no tengamos la historia de una familia buscando una cama de terapia o un medicamento cuyo costo puede acabar en una catástrofe económica para todos sus miembros. No hay un solo rasgo de empatía con este país enfermo, cuyas autoridades desvergonzadamente dicen que la salud está en terapia intensiva. Peña dijo en campaña que quiere un ministerio que sea como el Banco Central, pero su afirmación no tuvo costo electoral alguno. Cero empatía siempre, pero para unas expresiones desafortunadas de su nombrado ministro, el castigo ha tenido ese sello.
El acostumbrarse a sobrevivir ha llevado a este país a creer que cuando mendiga y se humilla consiguiendo lo que pide es la generosidad de un gobierno, un partido o un dirigente al que debe agradecimiento y no a su derecho como ciudadano y contribuyente. Nadie espera nada de un sistema de salud diseñado para morir y no para creer en la vida. Los nombrados y administradores de ocasión hablan de los problemas mientras el robo en sus hospitales sigue siendo la norma. No hay organización para ser atendidos en tiempo y modo, médicos ni medicinas cuando se requieran, pero ágiles en las licitaciones donde se llevan acumuladas deudas superiores a 300 millones de dólares. Sin ninguna empatía se burlan de este país sin empachos ni agravios desde hace años y todos los actores se acostumbraron a que esto: No puede cambiar. Se cree tontamente que con algunos nombramientos las cosas serán distintas cuando en realidad todos saben que todo está enderezado para que las cosas continúen igual.
A nadie le importa diseñar un sistema de salud que sea empático con la gente, uno que permita por lo menos emular a los que tienen los argentinos o los costarricenses. Nadie habla de medicina preventiva, que le ha dado tantos beneficios a los cubanos que exportan el modelo, impidiendo un notable costo y presión sobre un sistema pobre y abandonado como el nuestro. Nos llenamos de médicos políticos, pero a ninguno se le cae una idea más que el hecho de seguir medrando con los votos, basado en la humillación, mendicidad y arrastre de sus votantes.
Somos como las iglesias pobres: No tenemos cura. La única idea dominante es cómo seguir medrando con el sistema de salud en todos sus niveles. El sector público se beneficia con seguros privados cuando con lo que se paga se podría construir y sostener por lo menos dos hospitales de 1.200 camas por año. El último construido por el IPS, el Ingavi, costó 50 millones de dólares con 600 camas. Claro, esto no conviene hacerlo porque va en contra del negocio de la salud. El recién nombrado titular del Incán, Dr. Raúl Doria, dueño del Sanatorio La Costa, lo dijo con claridad. Se requieren dos millones de pruebas de cáncer de mamas a mujeres por año y solo se hacen: 26 mil. Los turnos para cuestiones como estas tienen una demora de seis meses, por lo bajo.
Nada de empatía en todos los campos. Felipe González, un viejo médico del sector público, habló con la verdad incómoda. Falló. No debería haber dicho lo que todos lo sabemos y conocemos. Finalmente, lo que se espera de quien lo nombró y luego lo tachó es que cambie el sistema político y ellos no quieren mutar este modelo donde radica su vida, aunque eso implique la muerte de sus votantes y de su país.