19 abr. 2024

Elogio de las ollas populares

El día en que se decretó la cuarentena ante la pandemia del Covid-19 y el restaurante en el que Mirta R. trabajaba como limpiadora en Caacupé cerró sus puertas, ella se encontró sin trabajo, sin poder seguir pagando sus deudas y sin recursos para alimentar a sus cuatro hijos menores, a quienes mantiene como madre soltera y jefa de hogar.

Buscó desesperadamente otros empleos, pero todos le hablaban de la crisis inesperada, de que ivai la porte, i jetu’u, ndaipóri mba’eve. A pocos días, el escaso dinero se había agotado, las “provistas” de su alacena se habían acabado y no le quedaba nada de valor para vender o empeñar. Una vecina le anotó en los programas de asistencia gubernamental, pero nunca le llegó nada.

Su bebé más pequeño lloraba de hambre y la poca ayuda que le brindaban sus vecinos, también humildes, resultaban insuficientes. Fue cuando una amiga la invitó a la olla popular que un grupo de pobladores estaban implementando en el barrio Kennedy. Mirta la acompañó, un poco avergonzada, llevando una ajada bandeja. Llegaron a una residencia en donde varias personas formaban fila con prudente distancia ante un lugar en el patio, en donde diligentes y dicharacheras mujeres cocinaban enormes ollas de comida sobre braseros con leña.

Allí, entre amena charla y chistes en guaraní, Mirta sintió que la enorme angustia de los últimos días empezaba a disiparse. Sintió que no estaba sola, que había otras personas en su misma situación y gente que se preocupaba por ella y por los demás. Cuando contó que tenía cuatro niños pequeños, le llenaron la bandeja con abundante tallarín con pollo. Mirta regresó a su casa, aliviada. Ese día, por primera vez desde que empezó la crisis del Covid-19, ella vio a sus hijos comer deliciosamente y reír en la mesa. Se sintió feliz.

La historia de la olla popular del barrio Kennedy de Caacupé, sostenida por un grupo de mujeres voluntariosas y solidarias, es la historia de cientos o miles de iniciativas similares que han brotado en diversos otros lugares del Paraguay, desde el inicio de la pandemia, buscando calmar el hambre de los más pobres que quedaron desamparados, llenando los huecos de una ayuda estatal muy escasa o nula.

En estos días he visto el tráiler de la película documental Tata jere, la resistencia se cocina entre todas, que la realizadora Milena Coral ha rodado con un grupo de compañeras, mostrando cómo las mujeres de los barrios populares de Asunción, principalmente de los Bañados, han sido capaces de romper el aislamiento creado por la crisis del coronavirus, para sostenerse a través de la organización colectiva, a partir de la realización de las ollas populares. La película se estrenará en setiembre.

Las ollas populares del Paraguay en tiempos de pandemia no solamente calman el hambre de quienes se han quedado sin posibilidades de poder alimentarse. Son además una herramienta de organización social, una bandera de resistencia, un punto de encuentro con valores de solidaridad y empatía con los más pobres, una manera de construir una sociedad más participativa. Las ollas populares del Paraguay son la mejor vacuna no solamente contra las funestas consecuencias del Covid-19, sino también contra la indiferencia, la marginación y el olvido.

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