Por Narumi Akita
Socia, ADEC
¿Alguna vez te ha interesado leer obituarios? Como parte de mi rutina diaria leo noticias, pero debo admitir que de vez en cuando me deslizo hacia la sección de obituarios, especialmente los de The Economist, que son fascinantes. Hay algo en el tributo a una persona, en descubrir el resumen de su vida y su legado, que resulta muy inspirador. Es como si, en unas pocas líneas, pudiéramos comprender cuál fue su propósito en este mundo (al menos desde la perspectiva de quien lo escribe).
Un obituario comienza con información biográfica, describiendo los valores de la persona y a qué se dedicó en su vida. Menciona una lista de amigos cercanos y familiares, anécdotas, momentos memorables, antecedentes académicos, luchas y logros. Y, por supuesto, incluye fotografías especiales. Me gusta pensar que son atisbos de un guión de película.
Recientemente leí un obituario sobre Tina Turner, que se centraba en la narrativa de cómo la cantante estadounidense transformó “una vida difícil en esplendor”, y que su motivación era hacer felices a los demás. Otro obituario sobre Pelé relataba cómo pasó de la pobreza a convertirse en una estrella del fútbol para Brasil y el mundo con su “jogo bonito” y cómo lamentaba no haber marcado un gol de chilena en un Mundial.
Al respecto, hace tiempo participé en un curso en el que el autor hablaba de la importancia de tener un plan de vida. Este plan incluye nuestros proyectos a 10 años, a 5 años, a 1 año, y luego se desglosa en un planificador diario que nos acerca, paso a paso, a la realización de esos anhelos. Pero aquí viene el giro de la trama: el plan de vida comienza con nuestro obituario, y se nos pide que lo escribamos nosotros mismos. Suena muy extraño, ¿verdad? ¿Escribir nuestra propia historia? ¿Decidir cómo queremos partir de esta vida? ¿Incluir las batallas que ganamos y los récords que rompimos? ¿Describir a hijos o nietos que aún no han nacido? ¿Contar sobre las causas que abrazamos desde jóvenes hasta ancianos? ¿Narrar cómo fuimos parte de algo más grande que nosotros mismos? ¿Es eso posible?
Escribir un obituario es diferente a leer uno. Nos invita a la ingeniería inversa: comenzar con el final en mente. ¿Cómo quiero que sea mi historia? ¿A quiénes quiero incluir en ella? ¿Cuál será la gran moraleja al final? Al igual que Tina, ¿podemos transformar algo difícil en esplendor?
La desazón con la vida y con todo tipo de involucramiento en la esfera pública a veces proviene en que dejamos de manera pasiva al “destino”, o al otro, que escriba ese guión por nosotros. Pero desde ADEC impulsamos a que los ciudadanos sean activos protagonistas (y agregaría guionistas) de la transformación. Ya redactamos el final y eso nos genera un gran sentido de propósito, porque sabemos que nuestro paso no será en vano ni nuestros años se perderán.