Nunca el fin justifica los medios. Estos siempre deben ser proporcionales, éticamente hablando, a aquel. El logro del poder no obliga a nadie a manipular hechos o razones que colisionen con la identidad propia, la forma de ser íntima de nuestra experiencia humana. En un sistema republicano, esta posibilidad de ser uno mismo se facilita. Al ser el republicano autogobierno, lo que se espera de cada uno es que proponga su propio modo de ser, abierto, transparente; que el socialista sea socialista y el liberal, liberal. No es necesario que el socialista pretenda ser liberal, o que el liberal funja de conservador, ni menos que el político simule ciertas creencias ajenas a su tradición religiosa. A menos que la ambición le nuble a uno la conciencia y esté dispuesto a todo a dejar de lado sus creencias.
Enrique IV, aquel rey navarro, que cambiara su fe protestante por la requerida católica para ocupar el trono de Francia, fue uno de estos. Es que, París bien vale una misa, sentenció de manera desafiante, haciendo gala de una hipocresía manifiesta, dejando al costado sus creencias íntimas cuando de lo que se trataba era de obtener el poder. El fin justificaba el medio, el dogma del todo vale. ¿No estamos viendo deslizarse entre nosotros, particularmente doloroso para los que pertenecemos a la Iglesia, con el proceso de la candidatura de Fernando Lugo? Consideremos tres hechos fundamentales al respecto. El primero de ellos es que Fernando Lugo es aún obispo, suspendido, pero aún obispo de la Iglesia; y como tal, supone una obediencia al Papa. La suspensión, implica, la obediencia, la de que un obispo no puede hacer política partidaria. Lugo, hasta hoy, no ha seguido dichas indicaciones.
Si ponemos a un lado esa dimensión teológico-canónica y concedemos, aunque sea por un momento, el derecho de Lugo de hacer política partidaria, vemos una realidad incluso más alarmante. ¿Cuál sería la propuesta económica del mismo dentro de la tradición de la doctrina de la Iglesia? Difícil es decir, pues el cóctel de ideas, confusas, contradictorias entre sí, donde la alabanza a sistemas populista-socialistas pretende reconciliarse con aquello de “llenar la olla” a empleados públicos.
Pero el tercer hecho es aún más preocupante; el del vehículo y los medios políticos. Su potencial afiliación al partido Demócrata Cristiano, utilizado como partido “instrumento”, suena oportunista. ¿Se afiliaría sin creer en los principios del mismo? ¿Sería una afiliación meramente utilitaria? A estar por lo dicho más arriba sobre ideas, la democracia cristiana parecería un mero “puente” para avanzar una forma de hacer política que en sí misma, sería diferente y en muchos casos, opuesta a la rica tradición social-cristiana.
Finalmente, los medios. ¿Acaso todos son lícitos? Eso de querer apelar a “cualquier medio por la patria”, hasta dejar o ignorar sus creencias íntimas como ha sugerido en una ocasión, ¿qué significa realmente? ¿Apoyar cualquier propuesta porque el pueblo lo pide, incluso aquellas que contradicen la propia conciencia? Es más, la mera especulación sobre posibilidades de matrimonio olvidándose el hermoso don del celibato, ley y voto religioso en su caso, como medio para zafarse de una posible impugnación, duele de solo escucharlo. Es que no se puede evitar el preguntarse si se puede confiar en alguien que parece re-ajustar y re-interpretar principios existenciales tan profundos como los de la fe para ganar unas elecciones. Me duele formular esas preguntas pero creo que, como ciudadano y creyente, debo, debemos todos ?tenemos el deber? de hacernos. Seamos claros: para un cristiano-católico el Palacio de López no vale una misa si viene al precio de abjurar de los propios principios.