“Todo el que se humille como este niño, ese es el mayor en el Reino de los Cielos”. Sobre la conciencia humilde de nuestra pequeñez, Dios construirá una gran santidad, que Él mismo hará importante, eficaz y valiosa.
En ocasiones, los evangelios nos muestran a los discípulos preocupados por el grado de importancia entre ellos. Con cierta curiosidad que parece poco sobrenatural, esta vez le preguntan al Maestro quién piensa él que es el mayor en el Reino de los Cielos. Jesús responde de manera sorprendente: llamando a un niño y situándolo en medio.
Los niños encarnan algunos rasgos de dependencia que los sitúan por debajo de los mayores: son pequeños de tamaño, tienen poca experiencia, muchas veces no son capaces de responder de sus actos, no se pueden valer por sí mismos… Sin embargo, Jesús dice: “En verdad os digo: ‘Si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ese es el mayor en el Reino de los Cielos».
Para Dios, todos somos criaturas pequeñas. Ante su mirada amorosa, los grados humanos de importancia se trastocan, las escalas sociales y las etiquetas se desvanecen. El Maestro nos hace entender que aceptar nuestra condición no nos va a humillar o infravalorar. Al contrario, puede llevarnos a altas cotas de grandeza y santidad, porque somos sus hijos. En este sentido, san Josemaría recomendaba: «Delante de Dios, que es Eterno, tú eres un niño más chico que, delante de ti, un pequeño de dos años. Y, además de niño, eres hijo de Dios. No lo olvides» (Camino, n. 860).
Muchas de nuestras preocupaciones pueden redimensionarse si sabemos abandonarnos como niños pequeños que necesitan un cuidado constante por parte de su Padre. Sobre la conciencia humilde de nuestra pequeñez, Dios construirá una gran santidad, que Él mismo hará importante, eficaz y valiosa.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/2024-08-13/)