Por padre Patricio Hacin
Con su desaparición se activaron ineficientes protocolos para ayudar a recuperar el rastro del joven. Cuántas preguntas nacen sobre este hecho.
El mismo día que se encontraba el cuerpo de Elías se realizaba en el Senado de la República la discusión sobre la “promoción y protección del derecho de niños, niñas y adolescentes a vivir en familia, que regula las medidas de cuidados alternativos y la adopción”.
Una semana antes se discutía la vergonzosa ley sobre el así llamado “criadazgo” sobre la explotación infantil. Esta misma semana ha comenzado la campaña “#TodosSomosResponsables 2025", orientada a prevenir, detectar y denunciar el abuso infantil.
Personalmente me tocaba encontrar una decena de niños viviendo infrahumanamente, sin presencia de adultos, en la zona de la Terminal de autobuses de Asunción.
¿Qué está pasando con nuestros niños? El sentimiento de estar indefensos en la sociedad es terrible cuando se trata de un mal inocente en un mundo que camina más rápido de lo que la vida nos permite comprender.
¿Qué será de nuestros hijos?, ¿vale aún la pena traer hijos al mundo?, ¿de dónde nace esta frialdad social respecto al sufrimiento infantil?, ¿un hijo “especial” tiene futuro?, ¿qué pasará de él cuando papá o mamá ya no estén?
Creo que son todas preguntas duras pero que, en su realismo, necesitamos responder. No estamos hablando aquí de cierto tipo de niños o jóvenes, estamos hablando aquí del fruto del amor de Dios que nos ha amado tanto que nos ha donado un hijo.
¿Qué es este don? ¿Qué hacemos con él? ¿son un “don” solo algunos? ¿hay niños que son una carga para el mundo y por esto son distintos a los demás? ¿solo mis hijos son un “don” pero el que vende caramelos a pie desnudo en el semáforo es una lacra social?
En las situaciones de dolor y controversia tendemos a buscar culpables. Quizá es justo que sea así. Es verdad que constitucionalmente el niño y la familia está por sobre cualquier otro orden social. Lo manifiesta nuestra Constitución (Art. 49, 50, 54).
Sin embargo, en la realidad esto no basta. Los poderes estatales se tiran la pelota unos a otros y no se logra garantizar un bien, entonces, ¿quién puede hacerlo?
Otra vez aquí se siente el profundo grito al corazón del hombre, de todos los hombres y mujeres, de abrir el corazón a lo que está sucediendo y que cada uno, desde su ámbito, pueda hacerse responsable de lo que está ocurriendo. No podemos siempre buscar culpables.
Es curioso que, en el mundo de las emociones y del sentimiento, sobre este argumento quedemos impertérritos, congelados, anestesiados. ¡Son nuestros niños! ¡Despertemos!