Ni Benjamín Aceval que logró el fallo arbitral favorable al Paraguay tras la catástrofe de la Guerra Grande, ni Luis Alberto Riart que negoció la paz con Bolivia en los años 30 tuvieron una política exterior tan exitosa como la que ejecutó magistralmente el canciller paraguayo de facto Santiago Peña, presidente en sus tiempos libres. El único detalle es que los primeros tenían por objetivo evitar un desmembramiento territorial que afectaría a todos los paraguayos y paraguayas que vivían, viven y vivirán en el país, y el segundo, que su padrino político pueda seguir vendiendo cigarrillos sin recurrir a testaferros. Loable misión esta última que ha logrado en su momento rescatar anticipadamente de la llanura a su partido y convertir en presidente a un mozalbete liberal de vasta formación académica que de otra forma nunca habría llegado a gerenciar la República.
Los detractores de siempre alegarán que, para hacerlo, Peña debió asumir internacionalmente una posición de incondicionalidad canina ante el emperador Donald Trump. Hay que reconocer, sin embargo, que, desde los tiempos del general presidente, el Paraguay siempre se alineó en el bando de los Estados Unidos. Puede, sin embargo, que esta vez se les haya ido un poco la mano, que haya quedado la impresión de que dejamos de ser un socio confiable para convertirnos en el empleado devoto dispuesto a hacer lo que al jefe se le ocurra. Pero debe ser solo eso, una impresión.
Como sea, lo cierto es que el Departamento del Tesoro estadounidense sacó de su lista negra al ex presidente Horacio Cartes y a sus empresas, las que habían quedado vedadas para operar en dólares y con el sistema financiero de los gringos, medida que podía afectar a su vez a todo aquel que operara con ellas. Cartes era pues un apestado financiero y comercial. Hoy, como bien se han encargado de gritarlo a los cuatro vientos todos sus operadores políticos y mediáticos, ha sido absuelto.
Desde el cartismo aseguran que la decisión de la Administración de Trump implica que las causas que provocaron la sanción nunca existieron, que fueron inventadas por el antecesor de Peña, el también colorado Mario Abdo Benítez, y varios funcionarios de su administración. En realidad, no sabemos exactamente en qué se basaron los estadounidenses para sancionarlo porque ellos no lo dicen. Solo sabemos que, para su Departamento de Estado, Cartes lavaba dinero producto de actividades ilícitas (contrabando de cigarrillos) y que sus acciones eran funcionales a organizaciones terroristas. También comunicaron oficialmente que ahora, de acuerdo con la nueva política exterior del Gobierno, ya no consideran oportuno mantener las penas. Y punto. Nada más.
Como era previsible, el principal socio de Cartes en su tabacalera, José Ortiz, asegura que le llegó un dictamen interno del Departamento de Tesoro estadounidense en el que se dice que las acusaciones no fueron probadas. Pero, convenientemente, no puede mostrar el documento. Solo tenemos su palabra, absolutamente desinteresada.
Las cuestiones de fondo, sin embargo, siguen sin una respuesta: ¿Cartes construyó un imperio vendiendo cigarrillos que ingresaban de contrabando al Brasil y buena parte de América Latina? ¿Montó una red financiera para lavar las cantidades ingentes de dinero que generaba ese negocio? ¿Se convirtió esa red en la autopista financiera para organizaciones criminales, incluyendo grupos terroristas?
¿Imposible saberlo? No. Podríamos tener una respuesta si el Ministerio Público hubiera hecho algo con el voluminoso informe que le presentó la Secretaría de Prevención de Lavado de Dinero sobre el caso hace tres años. El propio fiscal general del Estado, cuando se le consultó qué pasó con la investigación, reconoció que ni siquiera sabía dónde estaba.
En todo este largo culebrón político que ha involucrado a tres gobiernos paraguayos (todos colorados) y dos estadounidenses, la única institución que debería haber dado una versión definitiva y que fuera creíble es la Justicia paraguaya. Pero, irónicamente, es la menos creíble de todas. Así que el caso se convertirá en muletilla política, unas veces para recordar que Cartes sigue siendo el sospechoso de siempre, y otras para pedir una avenida con su nombre. Y mientras, nuestro canciller presidente seguirá de paseo por el mundo buscando, entre otras cosas, la canonización de su jefe.