Señor presidente, en este momento en el que estará rodeado de esos dinosaurios que eligió como asesores políticos, ahora que le estarán intentando convencer de que la derrota del domingo fue porque no atendió los reclamos de las “bases” partidarias, hoy que esas voces del periodo más bochornoso de nuestra historia intentan pasarlo definitivamente al lado oscuro de la fuerza, permítame decirle que no es cierto, que aquello que le apuntan como sus errores son, por el contrario, sus mejores aciertos.
Su partido no perdió porque usted se desconectara de las bases ni porque las desconectara de la teta pública. Ni fue derrotado porque les interrumpiera la comunicación con sus ministros. El elector no le castigó porque impidiese hasta ahora que las famélicas huestes republicanas tomen por asalto hasta la última oficina pública.
Le mienten. En eso no tiene culpas; por el contrario, esos son sus logros, sus méritos. Eso es lo que está haciendo bien, presidente. Ese es el buen Cartes.
Su partido perdió porque usted permitió que esos dinosaurios lo desconectaran de la gente y porque su soberbia terminó por sellar ese aislamiento. Dejó de ser presidente y se convirtió en patrón. Terrible pecado político.
Quienes determinaron los resultados de las elecciones no fueron los punteros políticos, ni los presidentes de seccional, ni los de los comités. Ellos hicieron su trabajo rentado igual que siempre.
Quien definió el partido fue la gente, gente común, gente que vive de su trabajo, ese 90 por ciento que trabaja de lo que puede y que no figura en las nóminas del Estado ni se beneficia con licitaciones públicas.
Buena parte de esa gente es de su partido, presidente. Un colorado distinto, un ciudadano colorado, no un soldado del partido. Es el colorado al que ya no pueden convencer con una polca o un pañuelo, ni pueden comprar con la promesa de un cargo.
Esos colorados, presidente, no quieren un país teñido de rojo; no quieren punteros llamando a ministros para llenar la administración pública de operadores y sus familias y sus amigos y sus meretrices.
Si quiere ser parte de ese coloradismo distinto, presidente, olvídese de los vampiros que lo rodean, apéese de la soberbia y conéctese con la gente. Hable con ella, escúchela; cuéntele de sus planes, convénzala. Pídale disculpas si la burocracia no le permite hacer las cosas tan rápidamente como quisiera. Discuta con quienes creen que sus planes están equivocados.
Ellos son sus mandantes. Se debe a ellos, no a un partido que hoy no es más que una cáscara vacía, un aparato electoral hambriento de dinero público. La residencia presidencial no es de los operadores, ni de los presidentes de seccional, ni de los serviles y amigotes de fiestas, es de la gente.
Le quedan dos años y medio, presidente. Concéntrese en gobernar y en comunicarse con sus gobernados. Todavía está a tiempo, presidente. Todavía puede ser el buen Cartes.