En el taller del artista Eduardo García hay un pescador que hace una oración al río para que nunca le falte comida, una representación muy cercana a la realidad en que la pesca se ve afectada por la sequía.
También hay un niño que pierde a su perro y luego lo recupera, además de una paraguaya cantando y bailando La Galopera.
Son títeres hechos de papel, tela, madera, espuma y alambre, con una variedad de movimientos que son guiados con hilos.
Eduardo tiene 41 años y desde hace 24 se dedica a la fabricación y manipulación de muñecos. Aunque estudió filosofía, música, canto y artes plásticas, todo lo conducía a su primer amor: El oficio de ser titiritero.
En Telefuturo recordó que cuando era niño, su tía lo llevó a una obra de títeres y le produjo tanta fascinación que recorría el sector de los artistas en su intento por investigar la magia que había detrás, hasta que en un momento una titiritera lo invitó a conocer a los muñecos con la condición de que permanezca quieto hasta el final de la presentación.
A partir de ese día, el niño decidió su futuro: “Yo soy titiritero”.
A los 17 años cobró por primera vez por una función. Aunque se declara autodidacta, tomó cursos de distintas manifestaciones artísticas de Paraguay y otros países.
Vivió varios años en Argentina y fue becado para un curso de perfeccionamiento y manipulación de títeres.
Luego de pasar por Chile y Brasil, empacó a sus amigos en una maleta y recorrió el mundo con ellos, para después retornar a su país de origen y dedicarse a su compañía de títeres.
Lejos del estereotipo de ser bohemios o haraganes, Eduardo explica la importancia que tienen los artistas para interpelar a la sociedad.
“Creo que los artistas cumplen una función muy importante en la sociedad, de modificar los pensamientos”, sostuvo desde “el hospital de los muñecos”, donde colocaba pegamentos aquí y allá para que sus compañeros no lo abandonen en escena.
Como cualquier otro trabajo, se levanta temprano, invierte en su taller, ajusta los cinturones por temporadas y paga sus impuestos.