26 abr. 2024

Dios y la política

Luis Bareiro – @Luisbareiro

Si el presidente Abdo piensa seguir con propuestas místicas para enfrentar problemas reales, cuanto menos debería ser más específico en su formulación.

En su último informe de gestión se sacó de la chistera una singular estrategia para enfrentar la epidemia de la corrupción: Pidió oraciones para que Dios impida que nos sigan robando.

Como la mayoría del electorado es creyente, supongo que el mandatario pensó que este original enfoque provocaría una adhesión inmediata. No estoy seguro de que sea así. Quizás si incorporara más precisión en la oferta. Por decir, si solicitara plegarias para que los involucrados en el amaño de compras públicas se conviertan en sal. Eso sí suscitaría entusiasmo; aunque luego habría que resolver qué hacemos con esa montaña de sal.

Podríamos pedir que las siete plagas de Egipto asolen las propiedades que aparecieron por generación espontánea en la declaración jurada de funcionarios de los últimos cuatro lustros.

El problema es que la suma total de sus propiedades ocupa un porcentaje aterradoramente alto del territorio patrio; y terminaríamos compartiendo los males, sin recuperar uno solo de sus bienes.

Como sea, no parece una buena idea que el mandatario siga apelando a versículos bíblicos o a cadenas de oración en un informe oficial y mundano que está destinado a furiosos contribuyentes a quienes poco les importa que aquellos que se quedaron con su dinero pierdan el cielo prometido.

Quien sintió íntimamente cada una de estas declaraciones juradas –como si de un examen prostático se tratara– quiere ver a estos fariseos en el infierno, pero en esta vida, no en otra. Por muy creyentes que sean, no les satisface la promesa de un averno posmortem para sus victimarios.

Por supuesto que la responsabilidad principal de investigar, juzgar y condenar a estos pillos consuetudinarios recae en la Justicia. Pero, todos sabemos que los hijos de Astrea responden más a sus padres políticos que a su vieja madre; vendada y vejada por estos. Partidarios y detractores del presidente esperan señales claras de que él no forma parte de los abusadores; y esas señales suponen acciones firmes, no frasecitas de campaña electoral. “Caiga quien caiga”, fue un buen título para un excelente programa de humor político, pero como mera retórica para justificar la ausencia de acciones no le hace gracia ni al más fanático de los maristas.

Cuando un presidente se dirige a la Nación lo hace a su gente, y para que lo que diga tenga algún valor es fundamental que parta de lo que esa gente siente.

Y hoy el sentimiento es de bronca. Pretender aplacarla con datos estadísticos o con una lista larga y aburrida de obras y acciones –ficticias o no– es querer apagar el fuego razonando con las llamas.

Esto es como en el fútbol. La hinchada siente que le robaron el partido, que hay jugadores que se vendieron, que el árbitro también está comprado y que el presidente del club es cómplice, por acción u omisión. Es una hinchada que viene de dos pésimas temporadas y no ve que haya posibilidad de mejora inmediata, ¿a qué dirigente deportivo se le ocurriría decir en un escenario tal que su mejor estrategia es pedir oraciones para que ya no le hagan goles?

Es absurdo pretender que algún presidente aproveche su informe de gestión para contarnos todo lo que no hizo o hizo mal, como reclama cándidamente la oposición. No hubo un solo jefe de Estado que eche mano de esta liturgia democrática para hacer un mea culpa. Nunca ocurrió ni ocurrirá. Pero, si podemos esperar que, cuanto menos, baje a la mesa una o dos propuestas muy claras de cómo rabanitos piensa corregir el rumbo.

Un presidente necesita entusiasmar a sus gobernados, provocar en el imaginario colectivo la idea de que existe realmente un plan y de que es posible cumplirlo. Y para eso precisa de una narración sólida que parta del sentimiento de la gente y de su realidad. Y si no lo consigue, más vale que empiece a agotar las cuentas del rosario para completar su mandato. Aunque lamento decirle que no importa cuánto se postre y ore, Dios no acostumbra meterse en política, por mucho que lo invoquen las dictaduras teocráticas y los gobiernos fallidos.

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