El poeta y ensayista británico Robert Louis Stevenson expresaba que la política es la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación, ya sea específica, académica o de otro tipo, para hacer carrera.
Y es así. Los ejemplos son numerosos. Solo se requiere el “respaldo político” correspondiente para ir escalando y ocupando diferentes cargos y de la naturaleza que fuere; uno se transforma en una especie de “todólogo” o master de ramos generales. Poco importa, si está procesado o es un reconocido traficante, o si es el mismo Pato Donald.
El elegido/a hoy puede ser presidente de seccional o miembro del directorio de su partido y al día siguiente, quizás, ministro de Educación, integrante de la Corte o consejero de una binacional.
El Parlamento del Paraguay, con sus honrosas excepciones, es ejemplo de esta triste realidad. Son muchos los que están allí sin contar con la honorabilidad que corresponde.
Y es así que se toman decisiones poco éticas; solo porque benefician a sus respectivos partidos, aunque ello implique un retroceso para todo un país. Esto, parece importarles muy poco en varias ocasiones.
Y en este contexto está la cuestionable decisión de la Cámara de Diputados de aceptar los recortes en Educación para destinarlos a partidos políticos, creación de cargos –entre ellos, 50 asesores para Diputados–, posible aumento salarial y bonificaciones para funcionarios del Congreso, entre otros. Es decir, no les saca el sueño que se ponga en riesgo un programa de becas de gran impacto y beneficio, además del apoyo a futuras investigaciones en un país donde el nivel de la educación es paupérrimo.
Pareciera que un cierto espíritu maquiavélico se anida en la política criolla, abriendo las puertas al “todo vale” cuando se trata de beneficiar el propio bolsillo, acompañar las decisiones de los hermanos de la logia, asegurar el rekutu o anular al contrincante, aunque su propuesta sea beneficiosa para la mayoría de la población.
Es sabido que todo político debe ambicionar el poder. Que la política requiere de acuerdos y alianzas. Pero no es correcto afirmar y creer que en ella el fin justifica los medios. Sea de la ideología que sea, el profesional de este campo debe regirse por una lógica más honorable.
Tomás Moro, proclamado patrono de los gobernantes y políticos, es considerado un notable testimonio hasta el martirio de la “inalienable dignidad de la conciencia”, rechazando toda componenda. Un caso real, un paradigma, pero ¿quién optará por una política así?
Aunque parezca utópico o ingenuo señalarlo, la política verdadera sigue siendo una vocación de servicio. Por ello, toda actuación que no tenga como prioridad el servicio y la necesidad de la gente, sobre todo, de los más vulnerables, respetando su dignidad y cultura, termina siendo corrupción; un flagelo que no se limita a cuestiones pecuniarias de la administración pública, sino que incluso permea la vida privada del político, porque quien no es transparente por dentro no podrá serlo por fuera.
No obstante, es justo reconocer –por un lado– que siempre hay “perlas” que apreciar en medio del barro, y que deben ser inspiración para nuevas generaciones en este campo. Meter a todos en la misma bolsa, no se compadece con la realidad. Por otro, está claro que un sistema político democrático no podría desarrollarse adecuadamente sin la activa y responsable participación de la sociedad civil organizada; padres de familia, docentes, campesinos, empresarios, etc. Más sociedad y menos Estado, es factor clave para avanzar frente a los politiqueros de turno.
En medio del accionar de éstos, la ciudadanía está llamada a reconocer los espacios con gente de bien, donde es posible construir esperanza y hacer crecer propuestas de verdadera política; aquella que busca conservar su esencia de servicio, reconociendo al semejante como “un bien” para avanzar.