Una nueva obra de Victorio Suárez siempre despierta interés. Posiblemente sea uno de los mejores divulgadores de la literatura en Paraguay. Profesor de la Universidad Nacional de Asunción, director de un excelente suplemento cultural del extinto diario Noticias, crítico literario, poeta, narrador… Y tantas otras tareas no tan lejanas en el tiempo como la de creador y director de la revista Arte y Cultura, ahora empujada hacia la internacionalización.
No es necesario contar lo que podemos encontrar en internet sobre su biografía. Solo recordar su pertenencia al Taller Manuel Ortiz Guerrero, un núcleo fundamental en el devenir de la poesía paraguaya, y de otros géneros. Publicó en todas las ediciones colectivas del Taller: Y ahora la palabra (1977), Poesía taller (1982) y Poesía itinerante (1984).
En 1985 vio la luz su primer poemario individual: Los fuegos del alba. Y en 2001 un extenso libro titulado: Literatura paraguaya (1900-2000), expresiones de los máximos representantes.
De ahí que lo consideremos crítico y ensayista.
En 2007 presentó su libro de relatos La niña de sepia. En 2012 su primera novela, Varadero. (El burdel de ña Candé).
Y en el mes de junio de este 2025 de incertidumbre mundial ha publicado su séptima novela con el título de Días malditos (Neurosis colectiva), en la colección Cide Hamete de la Editorial Rosalba. Se trata de una narración que podemos considerar de misterio, aunque fundamentada en la dialéctica entre ciencia racional y mitología irracional. Un personaje, Genaro, que llega a un espacio, la confitería, abre la novela. Una breve descripción da pie a la acción. Poco a poco vamos descubriendo detalles. Por un libro de Freud que lleva sabemos que es psicólogo, o un buen aficionado a esta ciencia al menos. Le está esperando Víctor Villa. Y a continuación, el narrador en tercera persona, omnisciente, nos ubica en una hora, un día de la semana y un mes. Pero no en un año concreto en ese momento porque el relato pretende superar los estancos temporales en todo momento para centrarse en las motivaciones de la trama principal, incrustada en el cuarto párrafo: Algo misterioso ocurrió en un lejano distrito de Caazapá. En ese momento lo importante es la reacción de Genaro al encontrarse con Víctor, “dramaturgo pendenciero” señala más adelante el narrador poniendo en el discurso el pensamiento de Genaro.
Esa gradación del suspense y de la trama es una de las virtudes de la novela. El autor ha sabido esconder toda la historia e ir cimbreando con un nuevo dato cada párrafo para así incrementar el suspense y favorecer la atención del lector. Como, por ejemplo, la revelación de que Luna es historiadora y Andrea antropóloga, gran estudiosa de la cultura nivaclé. Nos vamos enterando de que el lugar donde sucedió algo extraño se llama Torres Cué y que fue víctima de una neurosis colectiva. ¿Por qué? Queda en el aire la causa. Es algo por descubrir.
Por ello, hábilmente Suárez ha construido una novela con una estructura en tres partes diferenciadas. La primera digamos que arranca in media res, si nos atenemos a un presunto presente de la narración que mira a una retrospección posterior vista desde él. La reunión de Genaro, Víctor y un tercer personaje femenino, Martha Colombo, dispuesta a cancelar “una vieja deuda”, establece los parámetros de la narración a partir de ese incremento graduado de datos argumentales. Pronto se unirá un poeta, Gabriel, llevado para unirse a la tertulia sabatina. La irrupción de dos jóvenes, las susodichas Luna y Andrea, con documentos sobre los sucesos, uno de ellos entrevistas a mujeres, abrirá la entrada en la materia.
Con pericia, el autor comienza ubicando temporalmente los misteriosos sucesos de Torres Cué. La sombra del dictador Stroessner planea, pero ha caído diez meses antes, lo que significa que lo ocurrido acaeció en diciembre de 1989. Ya se ha revelado el tiempo exacto de los sucesos. Hubo una petición de expulsión inapelable de una familiar de anormal actuación. Sobre Torres Cué sobrevoló una maldición «que conmocionó a propios y extraños». Ya tenemos todo el material necesario para entrar en un nuevo marco narrativo.
La segunda parte de la novela sucede en el pasado puesto que es la historia de los sucesos de Torres Cué. Comienza incluso con la ubicación temporal: «Torres Cué ofrecía su semblante otoñal tranquilo». O sea faltaban semanas para los misteriosos sucesos. En esta parte, el narrador se distancia más para que su omnisciencia la complete. Toda la experiencia traumática de la población queda condensada en una narración plena de fortaleza y dinamismo. En el nuevo espacio aparecen otros personajes claves como Jonás, Teodora y su hija Ofelia, el centro argumental desde ese momento. Con su actitud y su embarazo empieza el misterio. Paramos aquí para evitar un spoiler. Solo añadiremos que la narración adquiere tintes naturalistas, entre el fondo costumbrista y mitológico, lleno de referencias «mágicas», como la de recibir las plumas del kavure’i. ¿Y para qué están ahí los sapos y el consultorio?
Y, naturalmente, como buena narración con planteamiento, nudo y desenlace, existe una tercera parte que resuelve el conflicto. Es la más breve, de quince páginas, donde otro sábado asiste al encuentro de Genaro, Víctor, Gabriel, Andrea y Luna. Es la explicación que da el quinteto a los sucesos. Vuelven y cada uno dentro de sus especialidades dan su pintura a un lienzo con diversidad de estilos, según sus disciplinas. La creencia en el payé fue la clave. Pero había una razón. Es el desenlace con explicación causalmente lógica, pero irracional. Algo había que remediar para acabar con aquellos sucesos misteriosos. «El delirio colectivo es como un sueño, se parte en pedazos absurdos», señala Genaro.
La primera es una parte más discursiva, sobre todo en dos cuestiones temáticas: Las explicaciones sobre el mundo del psicoanálisis, con referencias a Freud, Jung y Lacan, muy intensas sobre este último, y la explicación de mitología guaraní, que en ocasiones parece tomada de Dionisio González Torres y de la obra Literatura guaraní del Paraguay, que editó Rubén Bareiro Saguier para la Editorial Ayacucho. O la antropología de José Antonio Gómez Perasso, citada en la página 16, y el recuerdo a Branislava Sušnik. Y no falta la evocación a la leyenda de la india Juliana: Un paralelismo curioso que comprobaremos razonado en la siguiente parte. Historia, literatura, antropología, psicología, costumbrismo (por ejemplo, las cuestiones gastronómicas) y mitología se integran dentro de una narración con los personajes destinados a resolver un enigma como si fuesen detectives. Pero sin que asistamos a sus pesquisas: Contando la narración de lo ocurrido de forma distanciada en tercera persona.
¿Para qué servían las disquisiciones psicoanalíticas? Simplemente para llegar a una explicación que permita la exploración en los sucesos de Torres Cué porque se consideraron de «neurosis colectiva» (de ahí el subtítulo de la novela). Y, por otro lado, había que rastrear en la mentalidad popular paraguaya, heredada de lo indígena, para entender por qué se cuentan proezas sobre poderes sobrenaturales y diferentes maleficios que actúan sobre una población. Había que rastrear en los chamanes y el payé (que no es brujería exactamente) para encontrarlo. De ahí que ciencia y mito se fusionen a la búsqueda de una explicación lógica y natural de unos sucesos misteriosos. No falta el detalle metaliterario, como la inclusión del párrafo de los Naufragios, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, con su grafía de la época. De esa manera se inserta un testimonio sobre la historia de Juliana aparecido en esta obra.
También se incrusta en la tercera parte una cita del Pequeño Decamerón nivaklé, de Miguel Chase Sardi. O la oralidad literaria del guaraní. Hasta se habla de la clasificación de los vegetales de los guaraníes. Porque es fundamental la comprensión de las relaciones contadas entre guaraníes y españoles. Los síndromes de filiación cultural son un concepto bien expresado en el último párrafo de la primera parte. Para ello hacía falta la argumentación psicológica. Entren en la novela, posiblemente la mejor de Victorio Suárez. Disfrutarán de la concatenación de acontecimientos y de la habilidad narrativa para manejar el argumento con un incremento sosegado y paulatino de acontecimientos y datos. Indaguen en lo ocurrido en Torres Cué y en la personalidad de Ofelia, ese personaje que alcanza momentos como los del personaje shakespeareano. Intrigante: Realmente fueron días malditos.