25 abr. 2024

“Cuando uno cocina transfiere su esencia”

Nunca pisó un instituto gastronómico. La cocina de su madre fue la escuela que moldeó sus habilidades y su interés por las preparaciones y los sabores. Pasó de la profesión de enfermera a la de laboratorista, y de allí, a la competencia de cocineros aficionados más vista del país. María Liz Ocampos, la primera ganadora de Masterchef Paraguay, nos cuenta su receta de vida.

MASTERCHEF

Por: Silvana Molina.
Fotos: Javier Valdez

¿Qué hace una laboratorista en la cocina? Si hablamos de María Liz Ocampos, la pregunta podría revertirse: ¿Qué hace una cocinera nata en un laboratorio? Sea cual sea la respuesta, el hecho es que esta mujer de estatura bajita y sonrisa desbordante logró abrirse paso entre casi 2.000 competidores y convencer de sus aptitudes culinarias a un exigente jurado, coronándose como la primera Masterchef del país.

- ¿Cómo nace tu amor por la gastronomía?
- Mi mamá siempre cocinaba en casa, desde muy chica me metía a la cocina con ella. Prueba de eso es que este dedo (muestra el índice derecho) pasó por el molino cuando tenía cinco años. Mi mamá iba a hacer empanadas, yo quería sacar la carne que salía del molino y metí mi dedo. Después ella ya me censuraba para que no me lastime (ríe).
Mi abuela materna, Chela, también es una gran influencia para mí. Ella amaba la cocina, todo le salía delicioso. De paso me enseñaba, me dejaba indagar. Entonces, la cocina está muy arraigada en mí desde chica, fui desarrollando eso. A los 18 más o menos, mi mamá ya me dejaba a plenitud la cocina, pero con una condición: limpiar todo lo que ensuciaba.

De observar a su madre rehogando sabores, María Liz pasó a experimentar por sí misma. Y encontró placer en preparar las tortas para los cumpleaños familiares y otras delicias similares. Las comidas típicas y los pedidos que su abuelo hacía para la cena también le sirvieron de base para lo que aprendió. Pero su camino siguió por el lado de la salud con la licenciatura en Enfermería y luego como técnica superior de laboratorio.

- Laboratorio y cocina, ¿tienen algo en común?
- El laboratorio es como una cocina: tiene sus pasos y tiempos que hay que respetar. Creo que eso me ayudó bastante en Masterchef. Yo ya vengo estructurada con esa convicción de que la disciplina y el orden dan resultados.

5000742-Libre-186015760_embed

- ¿Cómo llegaste a Masterchef?
- Mi hermano mayor vivió un tiempo en España, allá son fanáticos de Masterchef. Cuando se enteró de que el formato venía a Paraguay, me comentó y me planteó la idea de participar. Además, mi novio, Rodrigo, me dijo: “Presentate, mi estómago lo sabe”. Mis compañeros de trabajo también insistieron, pero no me decidí hasta que el último día de inscripción, escuché un montón de veces la publicidad que decía: “Hoy es el último día de Masterchef. No pierdas tu oportunidad”. Y entonces me animé.

- ¿De qué manera se modificó tu vida cotidiana a partir del programa?
- Fue un cambio de 180 grados, por todos los compromisos que implicaba. Tenía que ir dos veces por semana a grabar, y los demás días, a trabajar al laboratorio. Al salir del trabajo, iba al supermercado y de ahí salía con bolsas de ingredientes para cocinar, viajaba así de cargada en el ómnibus, llegaba a mi casa, me bañaba y empezaba a cocinar. Cuando algo no me salía –pobre de mi familia– me encaprichaba y volvía a hacerlo una y otra vez, y les preguntaba: "¿Y ahora qué les parece? ¿Quedó bien?”. Los fines de semana los aprovechaba al máximo, desde la mañana hasta la noche cocinaba. Después me dormía al lado de un montón de libros de cocina, mirando combinaciones, aprendiendo técnicas. Era bastante cansador.

- ¿Fue difícil el relacionamiento con los otros competidores?
- Al principio no tenía el apoyo de mis compañeros, porque me decían: “Este no es tu lugar, porque vos solo hacés dulces, no es un concurso de repostería”. Cuando ellos hacían eso, me sentía mal y me callaba, a veces lloraba en casa. Después empezaron a ver que yo no era egoísta; que siempre les ayudaba; que si necesitaban algo, les daba, incluso recetas; creo que eso contribuyó a que haya más compañerismo conmigo. Es que estábamos dos veces a la semana, horas y horas encerrados todos juntos, y si no hay una convivencia armónica con los demás, es muy difícil. Hoy puedo decir que de cada uno de los compañeros me llevo un recuerdo grato, porque todas las personas que estuvieron allí tienen una historia de vida.

- ¿Te sentiste acompañada por el público?
- Me sorprendió el cariño de la gente, de personas que ni me conocían y que me manifestaban su apoyo personalmente o a través de las redes sociales, que entregaban a mi mamá recetas para mí. Una señora me dejó una colección de recetas recortadas de periódicos, incluso del año 1995. Días antes de la gran final, se acercó una vecina a la que veo poco y nada, una señora de edad, y me entregó una medalla de Santa Marta. Era algo muy personal, una herencia de su familia, y me dijo: “Esto te entrego para que te acompañe”. Eso me sorprendió y me emocionó muchísimo. Todo eso me hizo pensar que probablemente para muchos yo represento a la mujer paraguaya que lucha, persevera y va tras sus sueños, y que se sienten identificados conmigo.

- ¿Se te pasó por la cabeza abandonar la competencia?
- Hubo un momento en que estaba muy cansada, porque el jurado se ponía cada vez más exigente. Nunca me olvido cuando presenté los ravioles, que estaban bien logrados, con una salsa consistente, los acompañé con el queso rallado. Pero Rodolfo me dijo: “De vos esperaba más, esperaba unos ravioles de tres colores”. Ese día lloré mucho y dije: “Yo no puedo más”. Pero en esos momentos, las manifestaciones de cariño de la gente se convirtieron en un impulso para salir adelante. Entonces, pensaba: “No puedo abandonar, porque hay tantas personas que confían en mí, que apuestan por mí”. Y seguía. Por eso siempre digo que este premio no es solo mío, también es de todos los que confiaron en mí.

- ¿A cuál de los jueces le temías más?
- Antes de empezar el programa, le tenía un terror a Rodolfo (Angenscheidt). Pero ya cuando estuve dentro de la competencia, él se convirtió en mi inspiración y pasé a tenerle miedo a José Torrijos. Era un gran desafío porque nada le gustaba, yo sentía que lo que hacía no le convencía. A la profe Euge uno la ve muy estricta en su papel de jurado, pero es una persona que en muchas oportunidades nos aconsejó, porque no puede quitarse esa esencia de profesora que ella tiene, de hecho es docente del SNPP. Ella venía y nos retaba como a sus alumnitos. En el último programa, conseguí el ‘sí’ de Torrijos. Cuando él me hizo la devolución, me dijo: “El resultado está a la vista”. Había comido todo el plato, y para mí fue la gloria.

- ¿Cuál creés que fue tu clave para ganar?
- El gran amor a la cocina, pero sobre todo, disciplina, constancia y perseverancia, porque yo me pasé cocinando y practicando desde que empezamos.

- ¿Qué aprendizaje te dejó Masterchef?
- En el aspecto personal, la convicción de que cuando uno cree y lucha con disciplina, todo es posible, que se pueden lograr los sueños. Eso es lo más grande que me deja. Y en la parte gastronómica, un vasto conocimiento que es algo increíble, porque para llegar a la final tuve que cocinar mucho, fueron 20 desafíos y cuatro eliminaciones. Aprendí un montón, desde cocinar pescado –que es algo que nunca había hecho– hasta tener otra visión a la hora de comer. Creo que uno se vuelve más exigente, se da cuenta de lo que está bien hecho y lo que no. Desarrolla también el paladar. Ahora quiero aprender a comer cosas a las que antes era reacia. Hoy quiero probarlas, para conocer el sabor, para tener mayor conocimiento.

- ¿Te cambió en algo la exposición televisiva?
- No, sigo siendo la misma y espero no cambiar. Me siguen viendo en el súper con zapatillas, sin maquillaje, como siempre. Yo creo que el hecho de tener que continuar con mi trabajo y mis actividades me ayudó a pisar tierra. Después de las grabaciones, se apagaban las luces y María Liz volvía a la realidad de su vida –habla en tercera persona–, a despertarse a las 4.00 de la mañana todos los días para ir a trabajar. Las cámaras no me cambiaron.

- ¿Cuál es la comida de tu madre que más disfrutabas de niña?
- Un guiso carretero, que incluso preparé en el programa. Yo creo que la diferencia está en que mi mamá lo hacía a leña y con olla de hierro, con la famosa cecina. Es el plato que nunca voy a olvidar y que siempre quiero comer.

- ¿Y tu receta favorita?
- Son dos: una, el primer postre que hice y que me ayudó a entrar a Masterchef, que bauticé como Pasión de chocolate. La otra, la que me ayudó a ganar: mi postre final, la crème brûlée con sabor a yerba mate y cedrón Paraguay. La practiqué un montón de veces hasta que me salió como quería. Recuerdo que cuando decidí hacer ese postre, el director del IGA, el profesor Scappini, me dijo: "¿Te das cuenta de que vas a modificar un clásico francés como el crème brûlée? Te estás arriesgando mucho. Si esto no te sale, te fundís; pero si te sale, te puede llevar a la gloria”. Me arriesgué y dije: sí, quiero hacerlo.

- ¿Qué es lo que te sale más fácil?
- Tengo buena mano –y eso lo he demostrado en todo el programa– para las cosas dulces. No hubo nadie que me haya ganado en un desafío de dulces, siempre me destacaba con el mejor plato. Y eso me hace sentir muy bien.

- ¿Y lo que más te cuesta?
- Sin dudas, manejar y cocinar pescado fue y sigue siendo para mí un punto débil, porque no tengo el paladar desarrollado para eso, entonces me cuesta tomarle el punto. Pero estoy practicando.

5000744-Libre-1364680451_embed

- ¿Qué ingrediente no puede faltar en la comida paraguaya?
- La mandioca, porque acompaña todo. Podemos comerla en empanadas, con guisos, asados, frita, en forma de croqueta, etcétera. Incluso le podés dar el toque gourmet. Es muy versátil.

- Si solo pudieras tener tres elementos en tu cocina, ¿cuáles serían?
- Una balanza, una batidora y un buen cuchillo. El cuchillo es indispensable. La batidora por lo dulce. La balanza porque soy muy maniática, sigo arrastrando lo del laboratorio, donde siempre todo es por medida.

- Cuando dormís, ¿soñás con comida?
- En todo este tiempo de la competencia, sí. Soñaba que me salía esto, que no me salía lo otro. Que me faltaban ingredientes para tal o cuál receta...

- De todos los procedimientos que se hacen en la cocina, ¿cuál es el que más disfrutás: batir, cortar, revolver...?
- A mí me gusta muchísimo cortar, soy muy maniática, porque quiero que todos mis cortes sean iguales. También disfruto cuando el plato está terminado y las personas lo saborean y te dicen: ‘Qué rico está’. Es lo que más quiere escuchar todo cocinero.

- ¿La cocina es un arte?
- Sí, porque también entra por los ojos. A mí me gusta mucho pintar, solía hacerlo. Por eso me atrae lo dulce, porque ahí uno puede explayarse, al decorar, al presentar, al combinar los colores. Entonces es verdaderamente un arte, te tiene que gustar. Uno puede tener técnica, conocimientos, pero si no le pone amor y pasión, no sale.

- ¿Cómo va a ser tu vida a partir de ahora?
- María Liz –vuelve a hablar de ella en tercera persona– proyecta una confitería acompañada de una panadería. Voy a dejar totalmente el lado de la salud para emprender un nuevo desafío con la gastronomía. Quiero explotar lo que a mí me gusta, lo que me apasiona. Además, voy a aprovechar la beca de cocina, que es la puerta hacia todo lo que quiero, y después me gustaría seguir puliéndome en el extranjero. Siempre una visión diferente hace un cambio. En el plano sentimental, Dios mediante, en diciembre me caso con mi novio, Rodrigo. Van a ser varias nuevas experiencias en mi vida.

- ¿Qué cosa no estás dispuesta a negociar como gastrónoma?
- La calidad de los ingredientes. Querer vender algo que no está preparado con ingredientes de calidad, para economizar, es algo que no va conmigo. A la hora de elaborar mis cosas, soy bastante exquisita: si no tengo buenos productos, prefiero no hacerlo. Así de simple. La calidad es fundamental. La ética siempre tiene que estar presente en cualquier cosa que uno haga. Para mí es hacerlo bien o no hacerlo.

- ¿Considerás que ya sos una experta cocinera?
- Yo creo que, en cocina, sigo siendo el carbón que se está puliendo para en algún momento de su vida ser un diamante. Somos eternos aprendices de la vida.

..............................................................................................

COCINERA EN RED

A partir de su participación en Masterchef, la cuenta de Facebook de María Liz Ocampos empezó a crecer en amigos. Después de cada programa, tenía entre 300 a 400 nuevas solicitudes de amistad. Hoy tiene más de 5.000 contactos y llegó al límite permitido por esta red social. Con el Instagram sucedió algo similar, dice: “Yo no tenía cuenta de Instagram, me dijeron que no podía no tener, que debía crearme una”. Inicialmente tenía 54 seguidores; cuando pasó a la final ya contaba con más de 2.000; cuando ganó la competencia, más de 6.000 (al cierre de esta edición, tenía más de 6.900). “Es impresionante. Leer todas las cosas positivas que me escriben se siente muy bien. El cariño de la gente no tiene precio”, asegura ella.

.................................................................................................

PREMIO AL SABOR

Al coronarse como la ganadora de la primera edición de Masterchef Paraguay, María Liz se hizo acreedora de un premio de G. 50 millones y una beca para un curso completo de cocina durante tres años en el Instituto Gastronómico de las Américas (IGA). Además, se llevó de recuerdo un pequeño obelisco de cristal.

............................................................................................

¿QUIÉN ES ELLA?

María Liz Ocampos Muñoz tiene 34 años y vive desde siempre en la ciudad de Mariano Roque Alonso. Es hija de María Aurora y José Óscar, y tiene dos hermanos varones. Todos ellos la apoyaron en estos meses, así como su novio Rodrigo, con quien lleva casi seis años de noviazgo.

Durante la competencia, fue apodada la alumna aplicada, y de hecho fue una estudiante sobresaliente desde la primaria hasta la universidad. Terminó la carrera de Enfermería (licenciatura) con un promedio de 4,95. Poco después se recibió de técnico superior en laboratorio, profesión que ejerce desde hace 12 años.

........................................................................................

EL PASO POR MASTERCHEF

El primer plato que preparó María Liz para Masterchef, y que le dio el pase a la competencia, fue un budín de chocolate con relleno de chocolate amargo, que ella bautizó Pasión de chocolate. Gracias a él quedó entre los 200 primeros seleccionados, de un total de 2.000 que se presentaron, de todo el país.

El segundo plato fue un lomo de cerdo con reducción de salsa en vino dulce, acompañado de puré de batatas y puerros. “Lo cociné en una sartén de hierro muy antigua que me había regalado mi abuela Chela”. Esta preparación le valió la Cuchara de Madera, que la hizo quedar entre los 50 seleccionados. “Ese fue el inicio de un desafío gigantesco que nadie dimensionaba, porque somos parte de la primera edición de Masterchef Paraguay, algo nunca visto acá. Nadie sabía qué vendría después”, evalúa.

A partir de ahí, pasó por 20 distintos desafíos y cuatro eliminaciones, hasta llegar a la final, donde ganó con una propuesta de bolitas de mandioca con queso Paraguay y salsa tzatziki, de entrada; pollo con fajas de panceta y crema de puerros, y ajo con vegetales al horno, como plato de fondo; y de postre, crème brûlée con esencia de yerba mate y cedrón Paraguay.

.................................................................................................

SAZÓN INTRANSFERIBLE

“Siempre sostuve y sigo sosteniendo que cada persona tiene una sazón, y que eso es intransferible. Por más que vos y yo tengamos la misma receta y los mismos ingredientes, al ejecutarlos, el resultado va a ser distinto. Yo creo que cuando uno cocina, transfiere su esencia. Es el famoso dicho popular que dice, pasa el po he”.