El crecimiento y la productividad fueron los ejes centrales de un interesante seminario internacional, organizado conjuntamente por el Ministerio de Hacienda y el Banco Mundial.
En términos generales el tema del crecimiento económico del país está muy presente en la agenda pública y privada. Debatimos bastante sobre su dinámica, los factores que lo dinamizan u obstaculizan y los números que se proyectan para los próximos años.
Todos somos conscientes de que, por ejemplo, desde el año 2003 nuestro país recuperó la senda del crecimiento luego de casi dos décadas de estancamiento. Y desde ese momento hemos mantenido un promedio de crecimiento económico que estuvo incluso por encima de los demás países de la región.
Sin embargo, nuestro ingreso per cápita sigue siendo muy bajo. Y si miramos el tema desde una perspectiva histórica, en los últimos 60 años prácticamente no hemos sido capaces de avanzar hacia los niveles de ingresos de los países desarrollados.
En el año 1950 nuestro nivel de ingreso per cápita representaba alrededor del 17% del ingreso per cápita de los Estados Unidos. Hoy dicha cifra sigue siendo la misma y aun ha disminuido ligeramente.
Es decir, no hemos sido capaces de ir cerrando esa enorme brecha de ingresos, que sí lo han logrado otras regiones del mundo, como el este asiático, e incluso algunos países de nuestra región, como Chile y Uruguay.
El tema es que nuestro nivel de crecimiento actual, aunque muy positivo en comparación a tantas décadas de estancamiento anterior, no es suficiente para cerrar las brechas mencionadas. Y en un contexto donde el modelo en el cual estuvo fundamentalmente basado –el superciclo de los commodities con precios y demandas muy altas– ya se ha agotado en gran medida.
En este punto entra a jugar también el tema clave de la productividad o qué tan capaces somos de producir una mayor cantidad de bienes y servicios a partir de los insumos utilizados.
Sobre este tema en particular debatimos escasamente y, por lo general, los análisis y las estadísticas económicas que se producen en el país enfocan de manera muy superficial esta cuestión, con lo cual se dificulta mucho entender con mayor precisión y rigurosidad dónde están los problemas centrales de nuestra baja productividad y cuáles son los principales impulsores para mejorarla.
Queda claro que en el largo plazo el aumento significativo de la productividad es lo que nos permitirá cerrar las brechas tan amplias de ingreso, y apuntar hacia mejores condiciones de calidad de vida para la población.
Esto va a implicar necesariamente afrontar ciertas reformas estructurales que nos permitan superar los límites de nuestro actual modelo de desarrollo.
Partimos efectivamente de determinadas fortalezas que hemos sido capaces de construir en las últimas décadas, como nuestro prudente y buen manejo macroeconómico en general. Pero para el verdadero desarrollo sostenible lo anterior es una condición necesaria aunque no suficiente.
Identificar las reformas claves que se necesitan será probablemente la parte más sencilla de la ecuación. Varias de ellas ya vienen siendo discutidas desde hace rato, como la reforma educativa, la previsional, la del mercado de trabajo o las que apuntan a la sostenibilidad ambiental.
Sin embargo, la parte esencial y más complicada será la de construir los consensos mínimos necesarios para avanzar en las reformas, un tema en el cual tradicionalmente hemos tenido muchas dificultades por la poca práctica y habilidades que tenemos para el diálogo mirando hacia el futuro.
Esto supone una enorme capacidad de liderazgo que el nuevo gobierno que se avecina debe asumir, aprovechando el caudal inicial de capital político que le otorga la legitimidad de los votos.
Desde el sector privado, también debemos ser capaces de articular diálogos constructivos con el sector público que superen solo la tradicional defensa de intereses sectoriales. Y que apunten especialmente a la creación de más bienes públicos en beneficio de toda la población.