EFE Y AFP
REDACCIÓN INTERNACIONAL
El asesinato a inicios de enero del poderoso general iraní Qassem Soleimani, víctima de un drone, el arma más efectiva de la nueva guerra asimétrica, es una muestra del intento de EEUU por recuperar su influencia en Oriente Medio a través de tácticas obsoletas de la Guerra Fría en un tiempo en el que los ejes de la geopolítica mundial se transformaron y el equilibrio de fuerzas se diluyó con la entrada de actores como Turquía y Rusia.
La ruptura de las relaciones entre Teherán y Washington se remontan a 1979, después de que el ayatolá Rujola Jomeini, el devenido líder político-espiritual de la Revolución Islámica, se apropiara de las protestas anticolonialistas y convirtiera una revuelta social en una revolución religiosa que acabó con la dictadura de Mohamed Reza Pahlevi, el último Sha (monarca iraní) de Persia (1941-1979), principal aliado musulmán de la Casa Blanca.
La caída del Sha afectó a Israel y sumó a Irán a la amplia lista de estados enemigos, y a Arabia Saudí lo reemplazó como un aliado musulmán dominante.
En este contexto, con una Rusia entonces declinante, EEUU e Irán decidieron evitar el enfrentamiento directo y optaron por dirimir su pulso a través de naciones interpuestas: primero, con la guerra de desgaste Irán-Irak (1980- 1988), en la que Arabia Saudita y Washington apoyaron a Sadam Hussein, que tuvo el poder iraquí desde 1979 hasta 2003.
La puja también se sintió en la guerra de liberación del Líbano (1990-2002), en la que el grupo islámico chiíta Hizbulá, armado y entrenado por Teherán, expulsó a las tropas de ocupación israelíes.
FIN DEL SIGLO XX
La tensión se reavivó en 2003, con la invasión de Irak, impulsada por la administración del entonces presidente estadounidense George Bush (2001-2009), que motivó luego a relanzar el conflicto con Irán durante la gestión de Donald Trump.
El desplome del régimen de Husein abrió la frontera a las tropas de Soleimani, que permitió una consolidación dominante de Irán en el país vecino, a medida que los tanques estadounidenses avanzaban hacia Bagdad.
Fue el preludio del cambio definitivo en la geoestrategia mundial, que se produjo en 2011 con la revolución en Siria, y que supuso la vuelta al tablero de dos nuevos protagonistas: la Turquía otomano-islamista de Recep Tayeb Erdogan (su actual presidente) y la Rusia neozarista del mandatario Vladimir Putin.
Turquía y Rusia aprovecharon las decisiones del entonces presidente Barack Obama (2009-2017), favorable a la derrota del régimen sirio, para recuperar el paso perdido y afianzar sus lazos con Teherán.
Rusia, Siria e Irán lucharon juntos contra el Estado Islámico (EI) en territorio sirio, en cuya derrota Soleimani fue un actor imprescindible. Así, Turquía, Siria e Irán compartieron victoria sobre los kurdos, apoyados por EEUU.
TURQUÍA Y RUSIA
El asesinato de Soleimani causó un gran impacto, tanto en Ankara como en Moscú, capitales visitadas con frecuencia en los últimos años por el militar iraní.
“(La muerte de Soleimani) no es una operación encubierta de los servicios de inteligencia. Es un acto abierto de venganza y EEUU está orgulloso. Está probando a la comunidad internacional y al régimen iraní”, afirmó Viktor Mukrakhovsky, editor de la revista militar rusa Arsenal Otechestva.
“Tras su fracaso en Venezuela, Siria y el diálogo con Corea del Norte; tras ceder el control en Afganistán y ante las milicias iraníes en Irak, la administración estadounidense decidió redoblar la apuesta”, explicó el especialista.
En la misma línea se pronunció el líder del Comité de Exteriores del Senado ruso, Konstantin Kosachev, para quien el ataque es, sobre todo, un recurso a las viejas tácticas por razones de política interna.
“Es un grave error vinculado al típico hábito de EEUU de personalizar problemas. Sadam sería derrocado y las cosas se asentarían. Pero esa es la lógica del espectáculo, no de la política. No funciona a largo plazo, es un bumerán que retorna contra los directores del show”, advirtió Kosachev. Similares comentarios se produjeron en medios de Turquía, país que como Rusia considera “inevitable” la respuesta iraní y prepara su estrategia frente a impredecibles consecuencias.
Con el militar iraní Qassem Soleimani fuera de escena se crea una nueva geopolítica de las relaciones internacionales en Medio Oriente y el mundo, marcadas a iniciativa de EEUU. El nuevo tablero impide que el reciente asesinato en Bagdad se explique como un simple episodio más del conflicto bilateral entre Wahington y Teherán.
También revela la nueva forma en la que se dirimen los conflictos –ahora asimétricos, sin intervención de los ejércitos convencionales– y la versatilidad de las alianzas, azarosas a las coyunturas regionales.
Paradigmático es el caso del pulso que mantienen Turquía y Rusia, que comparten intereses en Siria –ambos sostuvieron el régimen de Bachar al Asad– pero combaten en Libia. Ankara estuvo apoyando con sus drones al gobierno sostenido por la ONU en Trípoli (Libia) y Moscú estuvo cediendo sus mercenarios privados al mariscal libio Jalifa Hafter.
Con una nueva coyuntura, la administración de EEUU y sus aliados más próximos en la región, como el primer ministro israelí Benjamin Natanyahu, y el príncipe heredero saudí, Mohamad Bin Salman, parecen necesitar una distracción bélica que esconda sus problemas internos.
La geopolítica del siglo XXI apuesta por alianzas versátiles y acciones asimétricas: como la ciberguerra o la idea de aflojar el estrecho círculo al Estado Islámico (EI) en Irak y Siria, campos de batalla interpuestos en los que también cuentan rusos y turcos. O en cualquier otro lugar del planeta donde haya soldados estadounidenses, incluido el conflicto libio.
CRÓNICA DE UNA PARTIDA
Qasem Soleimani, ex representante para Oriente Medio del actual líder supremo de Irán, Alí Jamenei, era conocida autoridad del Cuerpo de los Guardianes de la Revolución, y su muerte por parte de EEUU elevó su estatus de héroe a mártir. Protagonizó su actividad en el exterior, la más reciente en la guerra siria. Se unió a los Guardianes en 1979 con el ascenso de la Revolución Islámica del ayatolá Jomeini.
En la guerra de desgaste entre Irán e Irak (1980-1988), comandó batallones y formó brigadas.
En 1997, Jamenei llamó a Soleimani y lo nombró comandante de la fuerza Quds de los Guardianes, encargada de operaciones “extraterritoriales”.
Fortaleció al paramilitar islámico Hezbolá y mandos militantes palestinos, presente en varios conflictos, incluida la guerra de 2006 de Hezbolá en Líbano contra Israel y en la lucha de la facción palestina Hamas en 2009 en la franja de Gaza con el Ejército israelí.
En 2011, luchó contra terroristas del yihadismo sunita, como el Estado Islámico (EI) y el Frente al Nusra. Soleimani formó la milicia de Fuerzas de Movilización Popular en Irak y a la Fuerza de Defensa Nacional en Siria, y participó en la derrota del EI y el Frente al Nusra en Irak y Siria. Su popularidad militar se elevó con la guerra en Siria y en el combate contra el EI, también en territorio iraquí.