28 abr. 2024

Corleone

Era una escena cargada de símbolos. En un mismo día asesinaron a las cabezas de las cinco familias. Los Corleone habían saldado esa mañana todas sus deudas de sangre. Michael, el menor de los hijos de Vito, ascendía definitivamente a la cumbre de su organización.

Acababa de negar a su esposa cualquier vinculación con los crímenes. Ella fingió creerle y se retiró del salón. A través de la puerta entreabierta pudo ver, sin embargo, cómo todos los hombres de la familia se acercaban y besaban la mano de su esposo al tiempo que lo reconocían sumisamente con una sola palabra: “Padrino”.

De fondo sonaba esa música embriagadora y siniestra que es el sello distintivo de la película de Coppola. Una joya cinematográfica y un espectáculo glamoroso para retratar el poder y su ejercicio, en cualquiera de sus formas. El poder del dinero, de la fuerza, del crimen organizado, de sus vínculos con la política e incluso de su vertiente más farandulera. Un mundo de reglas no escritas, de señales, de demostraciones de lealtad y sumisión.

Acaso la seducción de la novela de Puzo en la que se basa la película radica justamente en la manera en que esa deplorable organización criminal adoptó las formas y los rituales del ejercicio del poder político a lo largo de la historia. El culto a la personalidad, las demostraciones de lealtad y subordinación, la identificación de los infieles y su demonización junto con los traidores de la causa.

La crónica criolla está cargaba de este tipo de caudillos. Aún hoy se generan feroces debates en torno a figuras históricas y, por lógica, controversiales como Francia, López y Stroessner. El último intento bastante mediocre de resucitar esas viejas prácticas es el del multimillonario tabacalero Horacio Cartes, ex presidente de la República, presidente de la Junta de Gobierno del Partido Colorado y padrino político del presidente, electo Santiago Peña.

La excusa perfecta es el aniversario de su onomástico. Cual Michael Corleone entrado en años y carnes, aguardó magnánimo en su poltrona republicana el saludo de miles de correligionarios, opositores conversos, burócratas preocupados por mantenerse en el cargo, aspirantes a burócrata esperando ocupar alguno y esa legión de alpinistas que han sabido siempre controlar la tontería del amor propio con tal de alcanzar alguna vez la cúspide.

Es muy probable que detrás del espectáculo humillante al que sometió a unos y otros, exista la intención infantil de decirle al imperio que él goza del respaldo popular, no sea que a las designaciones de significativamente corrupto y a las sanciones económicas le sigan un pedido de extradición.

De hecho, es notable la campaña de blanqueamiento en curso que arranca desde los órganos de propaganda y presión del tabacalero –esos que alguna vez fueron medios periodísticos– y sigue con el copamiento colorado de los organismos que designan y destituyen jueces y fiscales y mensajes como la cuasicanonización del último condenado por la Justicia imperial, el dirigente deportivo Juan Ángel Napout.

El riesgo del blanqueo es real. Cuando las instituciones son tan endebles y una Justicia rentada puede moldear o hacer desaparecer los hechos no hay garantías de que los procesos iniciados tengan continuidad. Y es que, definitivamente, el dinero es un argumento poderoso. Se pueden generar situaciones importantes y por bastante tiempo.

Pero, ojo, que cuando solo es dinero la pirotecnia termina por acabarse en algún momento. No hay pasión real, solo posiciones alquiladas. Es algo que el financista de turno debe saber. Los afectos no se compran, se ganan. La horda de zalameros no tendrá el menor empacho en pedir su cabeza cuando el poder migre nuevamente. Salvo, quizás, por esa fila de menesterosos morales que encontraron a su sombra el último espacio donde medrar a costa del dinero público o ejerciendo el sicariato periodístico.

Incluso, Michael Corleone lo sabía. Esas lealtades son efímeras. Para ellos no eran una cuestión personal, solo negocios.

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