Ya la caravana de los promeseros de la familia Delgado y otros vecinos de la compañía Potrero Po’i, ubicada en el límite entre Itá y Yaguarón, alistaban sus carretas como cada año.
“Esta peregrinación yo empecé hace más de 40 años, cuando yo tenía 25. Con mis tíos me iba”, cuenta don Julián Delgado, quien con 65 años estaba preparándose para partir a la Villa Serrana.
Don Julián no solo siguió con esa tradición. También la transmitió a sus seis hijos varones que la continúan cada año.
“En mi casa siete carretas están preparándose para ir hasta Caacupé. Luego otros vecinos se unen a nosotros. Y por el camino hay más. Como 20 carretas más o menos nos vamos hasta allá”, contó.
“Algunos dicen que es una promesa. No es una promesa, es una tradición. Pero siempre tenemos algo porqué ir a agradecer a la Virgen, porque para nosotros los pobres ella es nuestra abogada”, dijo.
Según contó, el preparativo mayor para ir hasta la capital espiritual del país es realizado en el día. En los días previos proceden a armar la carreta, comprando las carpas, revisando el estado de las ruedas, entre otras tareas.
Para el viaje que suele arrancar al atardecer entre las 16:00 y 17:00, dos o tres días antes, suelen preparar chipas, sopas, milanesas, carne o pollo asado en tatakua, además de diferentes bebidas para hidratarse en el camino.
Recorrido. La ruta a Caacupé inició alrededor de las 17:00 del viernes 5. La fila de carretas fue desplazándose por el camino de tierra roja hasta llegar a la ruta asfaltada.
La comitiva va transitando por la ruta, donde va encontrándose con otras carretas que tienen el mismo espiritual destino.
“A las 9:00 de la noche nos quedamos un rato para cenar, descansar y luego continuamos nuestro camino. A eso de las 12:00, 12:30 llegamos a Caacupé”, revela Delgado.
Al lado de la casa de don Delgado, Dahiana Estigarribia también preparaba su carreta para sumarse al grupo.
Esa era la décima vez que ella realizaba la peregrinación hasta la basílica menor.
“Me voy más para agradecer y pedir que le siga dando salud a mi hija, mi mamá, entre otras cosas”, dice Dahiana, que también va con su hija de cinco años.
Los niños son protagonistas especiales en la peregrinación en carretas. Para ellos resulta toda una aventura, que no todos los de su generación pueden vivir.
Dahiana describe cómo su hija aguarda el día de la salida de las carretas. “Ella está feliz, hace días que no duerme, demasiado ya se quiere ir. Para nosotros es una felicidad y una tradición”, comentó.
Julián Delgado cuenta que algunos vecinos que no tienen carretas les piden llevar sus cosas en las suyas o a los niños mientras acompañan la peregrinación a pie.
Describe también cómo sus sobrinos y nietos cuentan con los dedos los días que faltan para realizar el viaje de diciembre. “No se olvidan ellos, esperan con ansias”.
El peregrino sale al paso de las personas que dicen que hacen sufrir a los bueyes para cumplir con su promesa.
Entiende la importancia de poder tratar bien a los bueyes, ya que su familia tiene como fuente de ingreso la venta de animales.
Según cuenta, para ellos es muy importante el cuidado del animal. “Es casi como un hijo”, dice convencido.
Detalla que antes de llevarlos al recorrido hasta Caacupé, los alimentan bien con una mezcla de ramas de caña dulce y otros alimentos que le dan fortaleza.
En el camino van tomando descansos en lugares donde hay sombras, donde aprovechan para volver a alimentarlo y también para darle de beber agua.
“No es como la gente dice, que hacemos sufrir al animal. ¿Cómo vamos a maltratarle a un ser vivo, que además nos ayuda a traer el pan a nuestra casa cada día? Nosotros no vamos a comer para darle su alimentación a ellos”.