04 may. 2025

Bitácora IPS 629

Como a muchos les ha pasado, hace unos días he experimentado cómo la vida nos espera en un recodo del camino con una situación inesperada. Una enfermedad, dolencias, trastornos, quizás incluso la cercanía de la muerte. El padre Aldo Trento solía decir que, aun en esas circunstancias, la vida no es una tragedia, ni una comedia, por supuesto, sino un drama. Es decir, ni tan negativa y oscura como para no notar luces brillantes en sus enormes ojos abiertos ante nosotros, ni tan positiva, como para alienarnos por completo de sus sinsabores. Así que entre tensiones y altibajos, el alma no puede evitar ni controlar todo, pero sí puede ser testigo, haciendo uso de sus facultades particularísimas de inteligencia, voluntad y memoria, para afrontar con libertad el suceso.

En el hospital, internada por 12 días con un diagnóstico delicado, escribí una pequeña bitácora de este viaje emprendido desde plena Semana Santa. En la habitación 629 me topé con el dolor, el cansancio físico y espiritual, la incertidumbre, pero también eso que los cristianos llamamos gracia . Impresionante es cómo brota lo más humano entre los temporales compañeros de viaje y cada acontecimiento. Hasta beber agua o asearse es todo un acontecimiento.

Los médicos, apoyados en su ciencia, en su intuición y en su experiencia, pero apretados por el sistema que lucha por convertirlos en pequeños burócratas, también tienen ojos y miradas, tienen preguntas y expectativas que ojalá no mueran. Los enfermeros, más cercanos, más cotidianos en sus actividades y compañía son como la llave de la puerta que a diario se nos abre o se nos cierra a los pacientes. Algunos conocen ese pequeño gran espacio de poder y lo usan como saben; otros quizás se desmeritan con disfraz de omnipotencia. La mayoría sabe andar con gracia entre los pasillos de la burocracia, el control y la rutina, y las oportunidades, los límites y el carácter que da el pertenecer al mismo grupo humano de sus pacientes. Los pequeños del mundo salvan al mundo, es la tesis de los grandes auscultadores de la humanidad y eso se vive concretamente en las salas de hospital.

En mi caso, tuve la bendición de conocer a una paraguaya de ley, internada el mismo día y diagnosticada de la misma pena física. En la 629, hicimos amistad. Yo, inquieta y curiosa; ella, serena; yo capitalina de mediana edad con pretensiones de empatía; ella, octogenaria, chaqueña con experiencia sobrada, profunda y penetrante. Es un espectáculo digno de respeto ver a una mujer fuerte, madre de doce (dos de ellos ya muertos), viuda y lejos de su tierra, saber llevar los días sin quejas inútiles y atenta a todo. Conversamos, bromeamos y en los momentos de quietud me hizo una confidencia inesperada, la receta de su templada y digna actitud: dejar espacios cada día para rezar y agradecer, al amanecer, al mediodía, a la tarde. No es una tontería, si consideramos que, en su diáfana presencia de mujer de tercera edad, se la ve sólida y fuerte como roble, a pesar de la enfermedad. Creo que le caí bien y quedamos en que me va a invitar a comer algo en su cumpleaños. Un encanto de mujer que me recordó al recién fallecido papa Francisco, admirador de esta estirpe femenina guaraní que nada debe al feminismo enloquecido ni a la politiquería de turno.

Mis hijas, mis amigos, mis cuidadoras, mis visitantes, mis hermanos rezando por mi salud. Cada gesto, un regalón. Qué cosa bella recibir la santa unción de mi amigo el cura, y aquella tardecita en que me ganaron las lágrimas y una enfermera tomó mi mano y me dijo que estas cosas pasan para hacernos más fuertes. “Tranquila”, susurraba es una clave que nos da ánimo siempre. Al final es de agradecer. Si la vida se nos pone de frente y nos provoca, ¿por qué no mirarla con asombro de niños y aprender lo que nos quiera enseñar? ¿Acaso no estamos todos de paso en este mundo? Pero a lo paraguayo, con sentido comunitario, porque tenemos mucho en la alforja de nuestra historia para vivir juntos estas aventuras. Lo anoto y lo subrayo en mi bitácora: Nunca está solo el que sufre, Cristo se hace sentir de mil maneras. Yo no me avergüenzo de escribirlo con toda sencillez, especialmente para quien lo necesite leer hoy.

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