23 abr. 2024

A Día de todos los... ¿qué cosa?

Gustavo A. Olmedo B.

En numerosas partes del mundo hoy se celebra la fiesta de Todos los Santos. Si bien no hay datos precisos sobre el origen exacto de la festividad del 1 de noviembre, se sabe que hacia el año 835 fue el papa Gregorio IV quien le dio mayor apoyo e impulso.

Para mucha gente la santidad es un concepto ya olvidado o inservible; para otros quizás innecesario o tal vez inalcanzable. No obstante, gran parte del desarrollo y proyección de la humanidad se sustenta y construye –y se construyó– sobre la existencia de estas personas que viven y vivieron lo ordinario de forma extraordinaria, a veces de manera visible, otras en el total anonimato y marcada incomprensión. De hecho, la historia está colmada de hombres y mujeres que han dado la vida por ideales de gran valor para el crecimiento humano, dejando huellas imborrables; creadores hospitales y hogares de ayuda humanitaria, hoy replicados en todo el mundo; impulsores de innovadores métodos de enseñanzas, luchadores contra la esclavitud, mensajeros de paz, etc.

Son millones los seres humanos que hasta nuestros días, directa o indirectamente, se benefician con las obras, proyectos, iniciativas, planteamientos y formas de vida de estas personas, que tienen la característica de no censurar esas exigencias propias del corazón humano, hasta llevarlas a plenitud; no se detienen hasta cumplir con esos deseos de justicia y verdad que les “quema por dentro”.

Ejemplos hay cientos, como el mismo San Benito, que reconstruyó Europa, el santo belga Damián de Molokai, que dedicó su vida al cuidado de los leprosos en la isla del Reina de Hawái; la inolvidable Santa Teresa de Calcuta, con sus hogares para pobres y moribundos; el mismo San Juan Bosco, rescatando a niños y jóvenes de la calle; los misioneros que hoy trabajan en pueblos africanos marcados por el dolor de la guerrilla.

Pero no hablamos solo de aquella santidad elevada a los altares, sino también de aquella alcanzada en medio de situaciones cotidianas difíciles, como la vivida por Irena Sendler , conocida como El Ángel del Gueto de Varsovia; una enfermera y trabajadora social polaca, que durante la Segunda Guerra Mundial ayudó y salvó a más de dos mil niños judíos condenados a ser víctimas del Holocausto, arriesgando su propia vida. Por ello, fue detenida y torturada.

Pero ¿quién o qué cosa los hace vencer la pereza y el miedo y los llena de un deseo de servir, de construir y sembrar el bien? Algo aconteció en sus vidas.

El santo no es el mojigato, “cara de estampita” o encerrado en el templo, sino el que vive en plenitud todas sus cualidades, virtudes y talentos; el que defiende la libertad, porque reconoce quién se la da; que busca amar, porque se reconoce amado por un amor más grande.

No es un superhombre, es un hombre real. Más allá de las ideas que uno pueda tener o los prejuicios relativos a la fe, vale reconocer a estas personas que viven su cotidiano con un deseo de superación, venciendo la comodidad, propia de nuestro tiempo.

El profesor de filosofía y escritor estadounidense Peter Kreeft asegura que ser santo no significa hablar de “personas raras”, sino más bien de lo que debería ser “un modelo operativo estándar”.

La sociedad necesita más que nunca de santos, hombres y mujeres que no se resignan a “una existencia mediocre, aguada y licuada”, marcadas por un acontecimiento en sus vidas que les potencia y anima. Necesitamos de ellos, es gente indispensable.

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