Además del notable desprestigio ético que arrastran nuestros representantes en el Congreso por sobradas y conocidas razones, ahora le han agregado en el Senado una más: el no animarse a exponer sus posiciones en temas que los desnudarían profundamente.
El gravamen a la soja ha quedado de nuevo pospuesto porque nuestros parlamentarios no quieren parlamentar.
Una de las razones de su existencia es justamente esa, que tengan que expresar de manera pública y argumentada las distintas posiciones que tienen sobre un tema en particular.
El jueves pasado huyeron como ratas ante la posibilidad de saber de cara al público por qué no desean gravar con impuestos un negocio de rentabilidad cercana anual al 70%.
Después se quejarán de que alguien como Chávez venga y los ponga en cintura, además de cobrar una remuneración altísima por una pésima calidad de servicio.
¿A qué le temen nuestros senadores?
¿A que sepamos quiénes los financian?
Eso, con esta situación, es muy fácil concluir, ya que claramente quienes dejaron sin cuórum la sesión son los voceros del sector que no quiere contribuir y se oponen incluso a debatir el tema.
Ya no hablamos de votar o no a favor.
Cierran las puertas a un debate que es necesario que la sociedad conozca cuáles son los argumentos que cobardemente sostienen los legisladores ausentes.
Responder a preguntas sencillas acerca de cómo un negocio que dejó ganancias superiores a cinco mil millones de dólares anuales se resiste a contribuir con los costos del Gobierno, o ¿por qué este se asocia con un sector económico poderoso que podría haberle financiado sus escuelas de techos desplomados o sus hospitales carentes de medicamentos o de médicos?
Qué extraña alianza entre el Ejecutivo y el sector sojero ha privado de ingresos superiores a 500 millones de dólares al Ministerio de Hacienda que hubiera disminuido extraordinariamente al pago de la deuda externa que con sus colocaciones de bonos aprieta el cuello de generaciones completas de paraguayos.
Hubiera sido interesante escuchar los argumentos sobre por qué el Gobierno cree que cualquier impuesto generaría retracción económica, pero sin embargo no le tiembla el pulso para caerles encima a los cooperativistas o a la vendedora de remedios yuyos, que deben pagar el 10% de sus operaciones comerciales.
Cuántas máscaras se hubieran caído en un debate sobre el tema y qué interesante hubiera sido escuchar los argumentos de nuestros 45 senadores sobre el tema que supone en términos de contribución una apuesta al futuro de este país.
Este sector económico poderoso, que exhibe las miserias del pequeño productor cuando de aportar al fisco se trata, afirma de manera abierta y desembozada que este Gobierno no merece ninguna contribución por ser ladrón, deshonesto y derrochador.
Al menos por orgullo el Ejecutivo les debería haber caído con tasas impositivas justas que nos permitan atenuar el peso de vivir en un país que cuando llueve y cuando no los servicios públicos no existen, se caen o no sirven, por ejemplo.
Además, si el Estado es deshonesto, como afirman ellos, se equiparan en su comportamiento no contribuyendo como todos a sostener los costos colectivos de vivir en un mismo país.
¿La inseguridad que se vive con crímenes y secuestros no piensan que es consecuencia de todo esto?
No les incomoda la pobreza que se exhibe impúdicamente en las calles o en los cinturones sociales que rodean a las ciudades y que los integran los expulsados por la expansión de la frontera agrícola.
No podemos saber lo que piensan nuestros costosos representantes porque la mayoría en el Congreso huye como ratas apenas escuchan el tema soja que deben debatir.
Claramente sus mandantes no son la mayoría, no es el pueblo que los eligió... tal vez sean los generosos contribuyentes del tema que no desean que estas cuestiones se ventilen en público.
Al menos con el silencio y la huida, sabemos quiénes carecen de integridad y valor moral, y si tuviéramos memoria deberían ser castigados severamente.