“Tengo mi negocio así como una forma de prevención. Así enrejada tengo que vivir por la inseguridad”, relata Elisa Amarilla, pobladora desde hace 20 años del barrio Yataity, en Reducto, San Lorenzo, que según sus vecinos, está siendo azotado por una ola de inseguridad que obliga, sobre todo a los comerciantes, a vivir entre rejas como si estuvieran en una celda.
La impresión de una penitenciaría es la que da la fachada de la despensa de doña Elisa, que reconoce que le gustaría trabajar de otra forma, pero la realidad la obliga a tomar sus propias medidas. “Tengo que estar como en la cárcel, pero en mi propia casa, mi negocio. No se puede confiar más en nadie. Ahora mismo mi perro es mi seguridad”, dice, señalando a un pastor alemán que recorre husmeando la entrevista.
La mujer cuenta que a diario vienen clientes que afirman haber sido víctimas de asalto por parte de los conocidos como motochorros.
Se cuidan entre vecinos. Misma impresión tuvo Waldina de Leguizamón, otra de las pobladoras más antiguas del barrio y que también se dedica al comercio. La mujer atiende todos los días un pequeño kiosko, que al igual que el resto de los comercios de la zona está enrejado de punta a punta. “Vi a vecinos cuando eran víctimas de asalto y tuve que defender a gente de los motochorros. Acá, los vecinos tenemos que cuidarnos entre nosotros, porque no queda de otra. La Policía viene con su patrullera, pero no es suficiente. A veces, los ladrones actúan de madrugada o en horas inesperadas”, relata la mujer, que aseguraba que su barrio se caracterizaba por su tranquilidad, pero últimamente se volvió una zona insegura por la aparición de los asaltantes en motocicletas. “Llevo más de 30 años viviendo en el barrio y hace ocho años que tengo este negocio. Hace como dos años más o menos que se volvió un caos mi zona. El 99% de los negocios que vas a ver por acá están sellados con rejas por miedo”, relata la mujer mientras atiende los pedidos de uno de sus clientes, desde atrás de las rejas.