19 abr. 2024

Sin cumbre no hay paraíso

Desde un país en el que nunca nieva y donde la mayor elevación no supera los 850 metros, él se lanza al desafío de abrirse paso entre inhóspitas montañas para alcanzar las cumbres heladas más altas del mundo. Camilo Román, el alpinista paraguayo, nos cuenta cómo y por qué lo hace.

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Por Silvana Molina

Fotos: Javier Valdez / Gentileza C.R.

Tenían razón. Todos los que alguna vez le dijeron que iba a llegar muy alto, acertaron. Pero probablemente ninguna de esas personas se refería al tipo de altura que él se dedica a conquistar actualmente. Hablamos de montañas –algo que en Paraguay no existe– y de más de 5.000 metros sobre el nivel del mar. Hablamos de cimas, esas que ejercen sobre Camilo Román Campuzano (30) una atracción poderosa, y que lo llevaron a convertirse en alpinista, afición rara –sino inexistente– en un país tropical como el nuestro.


-¿Cómo aparecen las montañas en tu vida?
- Yo tenía muchas aptitudes para el fútbol y gracias a eso me dieron una beca para la Universidad de Campbellsville, en Estados Unidos, donde estudié Marketing. Allá un amigo me invitó a ir a hacer montañismo y ahí comenzó todo.
Pero fue mucho tiempo después cuando me volví a conectar con ese mundo: ya estando en Paraguay, cuando me rompí una pierna y tuve que estar un mes de reposo, tendido en la cama sin poder hacer nada. Eso me llevó a leer la historia de Joe Simpson, un alpinista británico que se cayó a una grieta en una montaña del Perú, Siula Grande, a más de 6.000 metros de altura, y fue dado por muerto por su compañero, que apenas sobrevivió. Pero Simpson, que se había roto la pierna, logró salir de la grieta y después de cuatro días llegó arrastrándose hasta el campamento.


- ¿Te inspiró esa historia?
- Me hizo pensar que si estos hombres están dispuestos a arriesgar todo y a experimentar el sacrificio que conlleva subir una montaña, la recompensa tiene que ser muy grande. Eso me llevó a tratar de descubrir qué es lo que les motiva y qué se siente al llegar a la cima.
Yo ya había subido a montañas americanas, pero pequeñas, con grupos de personas que sabían y que me fueron enseñando. Pero nunca había hecho más de 3.000 metros. Entonces dije: “Tengo que hacer esto”.

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Pero el desafío que este soñador se planteó era mucho más ambicioso que una montaña. Camilo Román Campuzano, un joven asunceno, el segundo de tres hermanos, licenciado en Marketing y futbolista amateur, se propuso llevar la bandera paraguaya a la cima de ¡siete cumbres!, las montañas más altas de cada continente.
El primer objetivo fue el Aconcagua, la montaña más alta de América, con 6.962 metros. El joven invitó a todos sus amigos y conocidos a acompañarlo en su aventura, pero solo uno se animó: Carlos Bendlin. Y entonces empezaron los preparativos para la expedición.

- ¿Cuál fue la reacción de tus padres?
- No querían saber absolutamente nada, no me apoyaron. Me pongo en el lugar de ellos y les entiendo, porque no es fácil aceptar que tu hijo va a hacer algo que pone en riesgo su vida. Pero yo preferiría mil veces morir en uno de estos viajes que en un accidente hogareño o de tránsito, por ejemplo. Si me voy, prefiero irme de una manera más acorde con lo que me gusta.

- ¿De qué manera te preparaste?
- Físicamente, de la mejor manera posible. Tenía una muy buena capacidad cardiovascular y había acumulado fuerzas, sin aumentar mucha masa muscular porque eso justamente hace que tus músculos necesiten más oxígeno y en esas condiciones no es conveniente.
Y nos fuimos básicamente sin recursos financieros. Por eso inclusive me vi obligado a alquilar muchos equipos usados, que no eran los ideales, para esta travesía.

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El calor agobiante que se siente a las 9.00 de la mañana de repente da paso a una tormenta de nieve cerca del mediodía. Luego puede retornar el sol, que hiere más porque rebota en la nieve. Más tarde el viento empieza a golpear con saña y, a la noche, la temperatura bajo cero entumece manos y pies. Así de cambiantes son las condiciones climáticas en lo alto de una montaña. Era el mes de diciembre de 2016, y Camilo Román, con 28 años, experimentaba todas estas sensaciones.


- ¿Cómo fue la experiencia del Aconcagua?
- Fueron 20 días de guerra, de estar subiendo, de derretir la nieve para cocinar, para tomar agua, enfrentándote a cambios climáticos absurdos. Porque hace 10 grados, pero si hay sol te quema por el reflejo de la nieve, y después otra vez desaparece el sol y la temperatura baja inmediatamente a menos 10 grados. Y si tenés viento fuerte, la sensación de la temperatura es incluso inferior.

- ¿Te encontraste con una realidad diferente de la que proyectaste?
- Me fui sin saber verdaderamente qué tenía enfrente. Y la verdad, fue como si me golpeara un tren de frente, porque al llegar ya tuvimos una tormenta que cubrió de nieve el valle y las montañas de la zona. Fue terrible porque se me mojó todo. La campera que tenía por lo visto no era tan impermeable como debería y me congelé. El primer día ya pensé: "¿Tomé una buena decisión?”.
A medida que iba subiendo, sentí la falta de oxígeno por primera vez y experimenté cómo cada paso que das cuesta más que el anterior. Era una sensación especial y entendí que sería algo muy difícil, porque incluso el equipo que había alquilado no era el ideal. Fuimos luchando, tuve quemaduras de primer grado en la cara, justamente por el sol, que es terrible cuando rebota en la nieve.

- ¿Cómo te alimentabas estando allí?
- Con comida normal, que tenga mucho carbohidratos y proteínas: pastas, arroz, carne deshidratada, atún, enlatados en general. Para tomar hay que derretir la nieve, pero el problema es que esa agua no posee minerales, no sirve como líquido para el cuerpo porque no te hidrata, entonces debés agregarle algo: jugo en sobre, azúcar o sales minerales. Pero sí o sí hay que usar el agua de nieve, porque es imposible cargar con agua para 20 días.

Aclimatación


- ¿Cuánto tiempo te llevó subir?

- Me tomó unos 14 días llegar a los 6.300 metros, porque hay que respetar el proceso de aclimatación. Vos podés subir en un día a la cumbre si querés, pero es probable que mueras en el intento, porque tu cuerpo se tiene que acostumbrar gradualmente a los cambios de presión y altitud. Debés ir subiendo un poco y bajando.
Generalmente llegás al campamento base y ahí acampás. Al día siguiente llevás la mitad de tus cosas a un campamento que está más arriba –un lugar seguro, donde no hay posibilidades de una avalancha o derrumbes– y armás tu carpa. Luego volvés al de abajo y dormís ahí. Al día siguiente te levantás y llevás el resto. Y así sucesivamente, vas subiendo y tu cuerpo también se acostumbra de a poco a esos cambios de altura y no le exigís demasiado con el peso.

La decisión inteligente


Cuando llegó a los 6.300 metros –Bendlin no pudo alcanzar esa altura–, Camilo solo tenía un día más de tiempo para ‘hacer cumbre’, porque después de eso se pronosticaba una semana entera de vientos fuertes. En esos casos no se puede seguir ascendiendo.

“Mi única oportunidad era ese día. Pero de pronto ya no sentía más mis pies. Y dicen que si no podés mover los dedos del pie significa que algo está mal. Ahí me asusté un poco. Me quité las botas –que son dobles– y la bota interior estaba mojada; al sacarme esa segunda bota, mi media estaba empapada también. Me quité la media y mis dedos estaban ennegrecidos, que es una señal de que tu tejido está muriendo.


“Ahí me enfrenté a la difícil decisión de optar por regresar o continuar, con el riesgo de perder unos cuantos dedos en el camino, o inclusive de ya no poder bajar. Creo que tomé la decisión inteligente de volver”, rememora este aventurero de 1,84 m de estatura.

- ¿Cómo asimilaste esa situación?

- No pude llegar, pero aprendí muchísimo, eso era lo importante. Fue la primera vez que tuve una experiencia en una montaña de más de 6.000 metros. Este es un deporte muy ingrato, porque vos tenés que asimilar que la mitad de las veces no vas a llegar a la cima. Hay que saber respetarle a la montaña, y como una prueba de que decidí lo correcto, al día siguiente, cuando ya estaba bajando, hubo cinco rescates. Entendí que la montaña siempre va a estar ahí, no se va a mover ni un centímetro, pero uno sí va a poder volver. Lo que sí dije fue: “Tengo que hacerlo otra vez”, porque quiero saber qué es llegar a la cima.

Segundo round


Poco después de aquella experiencia, Camilo fue invitado a participar en un festival mundial de fútbol y música en Rusia, en la primera quincena de junio de este año. Su pasado de futbolista nuevamente le abría puertas.
Entonces el joven vio en esa invitación la oportunidad de llegar al punto más alto de Europa: el monte Elbrús, de 5.642 metros de altura, localizado en el país donde se desarrollaba el evento. Contactó por internet con dos alpinistas –un ruso y un irlandés–, con quienes armó equipo para encarar el nuevo desafío.
“Decidí que al terminar el torneo iba a intentar llegar a la cima de esa montaña. Esta vez mis padres ya me apoyaron. Creo que confiaban más en mí, porque gracias a la decisión que tomé en el Aconcagua, se dieron cuenta de que no iba a hacer tonterías”, relata. Y así comenzó el camino a otra cima.


- ¿Qué sabías del Elbrús?
- Que es una montaña considerablemente más baja que el Aconcagua, pero aun así mucho más peligrosa, porque es impredecible y existe una sola ruta segura. Hay glaciares escondidos, y si vos te desviás 10 o 20 metros del camino, o das un paso en falso, te caés en grietas de más de 10 metros. De ahí no hay quien te saque vivo. Mientras yo estuve, murieron dos personas, y por año pierden la vida entre 15 y 30. Por eso nunca hay que subir solo: siempre se debe ir en equipo.

- ¿Cómo te recibió la montaña?
- Los vientos eran muy fuertes y el clima cambiaba súbitamente, pero encaramos la montaña prudentemente. Al principio la veía negra: el día que teníamos que ‘hacer cumbre’ nevó casi dos metros y no pudimos salir, porque había peligro de avalancha más arriba. Las noticias no eran buenas para el día siguiente tampoco. Además, se nos iban acabando los recursos y el tiempo.
Decidimos esperar, y con las horas comenzó a mejorar un poco el clima. Entonces dijimos: “Vamos a intentar, vamos a ver cómo está la situación más arriba y, si se puede, hacemos el esfuerzo”. Así arrancamos, con una tormenta de nieve de entrada, saliendo del campamento, a las 2.00 de la mañana.
Unas horas después superamos la línea de nubes de tormenta y nos tocó un amanecer perfecto, ni un solo centímetro más de nieve. Ascendimos en condiciones óptimas y llegamos a la cima.
Así, el 21 de junio de 2017, Camilo se convirtió en el primer paraguayo en llegar al punto más alto de Europa, y lo hizo llevando con él la bandera nacional, que tuvo la satisfacción de ‘plantar’ en la cima.


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- Finalmente pudiste experimentar la cumbre, ¿qué se siente?
- Es algo que no se puede describir, que solamente al hacerlo lo vas a entender... Es una satisfacción fuerte... Es alcanzar lo que querías después de estar luchando por algo... ¿Viste? No sé cómo explicarlo, no se puede...
Decís: "¡Bien! Llegué. No hay nada más alto a mi alrededor”, pero unos minutos después ya tenés que pensar: “Ahora hay que bajar”. Y es que no hay que olvidarse que llegar a la cima es solamente el 50% del camino. Falta la otra mitad, y suele ser más difícil.

- ¿Por qué es más difícil bajar?

- Por el cansancio. Además, el declive te golpea mucho la rodilla y el tobillo. Ya no tenés la misma motivación de la subida y tus energías están muy disminuidas. Eso tenés que saberlo bien cuando vas subiendo: no debés llegar a la cima arrastrándote, porque entonces no tendrás energías para volver, no vas a poder bajar. Y nadie te va a cargar desde 5.000 o 6.000 metros de altura.

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Luego la meta se trasladó a Bolivia, en agosto de este año, donde Román subió cinco montañas en 15 días: el Illimani (6.462 metros), el Huayna Potosí (6.088 metros), el Pico Tarija (5.250), el pequeño Alpamayo (5.410) y el Chacaltaya (5.421 metros). Una especie de preparación para lo que vendrá después.


“Fue una maratón y un entrenamiento para el monte Denali –en Alaska–. Tenía que practicar escalada en hielo y subida al glaciar, y distintas situaciones que se me puedan presentar allá, porque el Denali es hielo puro. Te pasa algo y olvidate, estás en un lugar demasiado aislado, no hay nada. Hay que estar preparado”, describe.

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-¿Tenés que llevar oxígeno?

- No, no lo usaría. Para mí eso es hacer trampa. Justamente el viaje se trata de ir interiorizándote y conociéndote a vos mismo, identificando tus límites. Para mí eso es lo más importante, sentir ese dolor y esa falta de oxígeno, saber escuchar a tu cuerpo si te dice: “Basta, pará, estoy cansado”. También hay que saber diferenciar cuando simplemente tu mente te está intentando frenar, a cuando tu cuerpo en verdad necesita descansar. Porque acá –señala su cabeza– está la mayor pelea: es un juego sicológico subir la montaña, porque desde el primer paso la mente te impulsa a parar.

Ahora, la meta de Camilo es llegar a la cima de las otras seis montañas más altas del mundo: para enero tiene previsto tomarse la revancha con el Aconcagua. Y antes de mayo, proyecta llegar a la cumbre del Kilimanjaro, en Tanzania (África), y el Denali (Alaska).
La pirámide de Cartens (Oceanía), el Macizo Vinson (Antártida) y el Everest (Asia) son los posteriores objetivos, para los cuales aún no tiene fecha.

-¿Qué te enseñó la montaña?
- Demasiadas cosas. Una de las principales: saber tomar la decisión correcta, aunque no sea precisamente la que deseo. También a dar un paso a la vez, no apurarme para llegar. A asumir riesgos: porque no hay absolutamente nada que valga la pena en la vida que no tenga riesgos. A creer en mí mismo, que no me importe lo que digan los demás, a pelear por lo que yo creo que es correcto. Y también me enseñó que lo importante no es la cima, sino el camino; por lo tanto, hay que saber disfrutar el trayecto, el momento. Ese es mi concepto idealizado de lo que es la felicidad.

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Sobrevivir en la montaña

• Mucha agua. Estando en lo alto de una montaña hay que tomar entre tres y cinco litros de agua por día. Menos de eso es peligroso porque uno se puede deshidratar.
• En movimiento. En las manos y pies es donde primero se siente el frío y el entumecimiento, porque el cuerpo le pone prioridad a la caja torácica. Por eso hay que mantenerse en movimiento constante, para que la sangre fluya y llegue a las extremidades.
• Sangre espesa. A grandes alturas, la sangre se vuelve más espesa, porque el cuerpo produce más glóbulos rojos, que son los que llevan el oxígeno a los músculos.
• Corazón desbocado. El cuerpo sufre varios cambios: se hinchan manos y pies y el corazón empieza a latir a gran velocidad, hasta que el cuerpo se adapta a la altura y la presión.
• Problemas. Un proceso de adaptación inadecuado puede producir desde simples males de altura, como dolor de cabeza y pérdida del sentido de orientación, hasta un edema pulmonar (acumulación de agua en los pulmones) o incluso cerebral.
• Pesado. A medida que se sube, el peso de las cosas se siente mucho más.

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Nadie le gana a la naturaleza
“No está bien decir que conquistaste una montaña. Para mí lo correcto es pensar que la montaña te dio la posibilidad de que llegues a la cima. Nunca vas a conquistarle vos a la naturaleza, la naturaleza es la que decide”, afirma el alpinista Camilo Román.
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Bien equipado
Quien se aventura a una montaña, necesita llevar una mochila bien equipada. Algunas cosas que no pueden faltar son: garrafita de gas, hornalla, sartén para derretir la nieve y para cocinar, ropa, bolsa de dormir, carpa.
En cuanto a herramientas, depende mucho del tipo de montaña. Para algunas es necesario tener un hacha de hielo, para engancharse, como apoyo y para medir las profundidades cuando hay mucha nieve; torniquetes, que se clavan en las paredes, para enganchar a ellos las cuerdas que otorgan seguridad; cuerdas; arnés; crampones, que son especies de clavos que se ponen en la base de las botas para tener agarre al piso, sobre todo cuando hay nieve.
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SEIS CUMBRES MÁS
La iniciativa de Camilo Román de llegar a las cumbres más altas de cada continente fue declarada de Interés Deportivo Nacional por la Secretaría Nacional de Deportes. Este año, además, el alpinista fue nombrado Embajador Turístico del Paraguay por la Senatur, y la Municipalidad de Asunción le otorgó una Medalla de Honor al Mérito.
Pero para poder concretar su proyecto, Román depende mucho del apoyo de empresas e instituciones, de modo a poder costear los viajes y el equipamiento necesario para realizar las expediciones en las mejores condiciones de seguridad.
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Super protección

Idealmente, un alpinista debe tener cinco capas de ropa: remera y pantalón térmicos, un polar, una campera de plumas de ganso, una campera impermeable y un rompevientos. Además, un gorro de lana (al que se le suma la capucha de la campera), medias de lana bien gruesas y un par de botas dobles. También son fundamentales los anteojos de sol, porque cuando la luz solar rebota en la nieve, multiplica su fuerza por siete y puede dañar la vista y enceguecer.
Dependiendo de las circunstancias, también se necesita un casco, porque si es un lugar donde hay desprendimientos, una pequeña piedrita, al venir de gran altura, llega con mucha fuerza y puede hacer mucho daño.
Todos estos equipos son muy costosos.

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ALPINISTA EN RED
Camilo Román comparte sus travesías a través de sus redes sociales. Lo podés encontrar en:
Instagram: @milo_roman
Facebook: miloroman16
Twitter: camiloromanca
Youtube: milo roman