No son más de 200 en toda Asunción. No gozan de buena prensa y menos de la simpatía de los conductores. Pero convengamos que, frente a los problemas que padece Asunción, los limpiavidrios constituyen una cuestión muy menor. Sin embargo, quizás por eso mismo, atraen invenciblemente el interés de la gente.
Hablamos más de los limpiavidrios y de sus pequeñas anécdotas –sin minimizar la agresividad y prepotencia de algunos de ellos–, que de las decenas de miles de damnificados por la creciente del río que ocuparán desordenadamente las veredas y paseos centrales de la ciudad en los próximos meses. Nuestra atávica atracción por el vyrorei produce esta peculiaridad.
Este tipo de trabajo informal permite la subsistencia de personas sumidas en la pobreza y excluidas del sistema económico formal. El trasfondo social no hace insoluble al problema, pero obliga a estudiar propuestas de fondo, consensuadas y que ofrezcan alternativas reales a la changa callejera. Eso podrá o no resolver estos complicados conflictos urbanos, pero queda claro que la mera prohibición no sirve de gran cosa. Prohibir la existencia de pobres es un delirio de clase dominante que no llega ni a rozar el fondo del asunto. La pobreza seguirá allí y los pobres buscarán otros medios de sobrevivencia, que seguramente también serán prohibidos por los ricos.
¿Qué camino eligió la mayoría de la Junta Municipal de Asunción? El de la prohibición, por supuesto, la más fácil, pero menos efectiva de las salidas. La ordenanza es de cumplimiento casi imposible. Ejercer el oficio de limpiavidrios puede ser irritante, pero no constituye un delito. No viola ninguna ley del Código Penal paraguayo. Una ordenanza municipal, norma de menor jerarquía, no puede incluir una cláusula penal, como se pretendió inicialmente. Por ende, nadie puede prohibir por la fuerza que el supuesto infractor salga de la calle. La Policía Nacional no puede detener a nadie por una falta municipal. La Policía Municipal de Tránsito puede multar al limpiavidrios, según la ordenanza. Y las multas son saladas: llegan hasta los 19 millones de guaraníes.
Me pregunto en qué estaban pensando los concejales cuando aprobaron esto. Una Municipalidad, incapaz de cobrar a los comercios céntricos formales por los espacios reservados para estacionar, no tiene la menor posibilidad de efectivizar la multa a individuos que no están registrados y que son, casi por definición, franciscanamente secos.
Si los limpiavidrios se emperran en quedarse en la calle, se quedarán. Nuestra afición por solucionar líos con nuevas leyes nos hace olvidar que estamos llenos de normas que no se cumplen, algunas, como esta ordenanza, porque son sencillamente de cumplimiento imposible. Lo saben muchos concejales, no comen vidrio. Pero la ordenanza viene bien para dejar como populista a Mario Ferreiro y como justicieros de los odiados limpiavidrios a algunos concejales. Como aprecia: una auténtica oda al vyrorei.