Lo que la dictadura stronista no pudo lograr durante la visita del papa Juan Pablo II, hace 27 años, ahora el actual Gobierno del cartismo colorado, con el respaldo de los sectores más conservadores de la Iglesia paraguaya, lo busca obtener: que los grupos más críticos y postergados de la sociedad paraguaya no puedan acceder a expresar su voz en los próximos encuentros con el papa Francisco.
Este viernes, mientras varias organizaciones sociales y políticas denunciaban en una conferencia de prensa frente al Panteón de los Héroes que se sentían excluidas de los encuentros con el Papa, en otra reunión, en el Seminario Metropolitano, representantes de la Iglesia y del Gobierno se negaban a proporcionar la lista de las cerca de 1.600 organizaciones que están convocadas para el encuentro de Francisco con la sociedad civil, el sábado 11, en el estadio León Coundou.
Las diferencias con aquel encuentro de Juan Pablo II con los “constructores de la sociedad” –que tanto incomodó a la dictadura de Stroessner, al punto de intentar en vano suspenderlo– no están solo en el nombre cambiado, ni en la ausencia de símbolos políticos, como aquel “árbol de la vida”. Aquella vez, la lista de quienes fueron invitados se conoció varias semanas antes, y los más postergados tuvieron un rol protagónico.
Este es otro tiempo, pero también es otro Papa. Jorge Bergoglio es mucho más progresista y revolucionario que Karol Wojtyla, pero el episcopado paraguayo es más reaccionario y conservador. Hoy no hay obispos como Ismael Rolón Silvero o Aníbal Maricevich y los que ahora están cargan con vergonzosas actitudes, como haber respaldado públicamente el golpe parlamentario antidemocrático de junio de 2012.
Pero precisamente por ser Bergoglio quien es, resulta ingenuo pretender esconder a los indígenas de las calles, o digitar quiénes podrán hablar con él, o quiénes no.
Por más que las zonas vip en las misas y los actos con el Papa se llenen de políticos corruptos y de exponentes de la narcopolítica, Francisco sabe muy bien a qué país viene y cuál es su afligente realidad.
Recuerden que antes de ser cardenal o papa, Bergoglio fue cura villero, gran amigo de los migrantes y exiliados paraguayos, y conoce de dónde salieron. Por algo ha pedido estar en el Bañado y en el siniestrado Ycuá Bolaños, con los niños dolientes del Acosta Ñu y, probablemente, con las internas del Buen Pastor.
Más allá de la agenda oficial, hay un Paraguay real, doloroso y esperanzado, que espera abrazar al papa Francisco. Probablemente no habrá maquillaje que lo impida.