Jesús nos llama amigos. Y nos enseña a acoger a todos, a ampliar y desarrollar constantemente nuestra capacidad de amistad. Y solo aprenderemos si le tratamos en la intimidad de una oración confiada: «Para que este mundo nuestro vaya por un cauce cristiano –el único que merece la pena–, hemos de vivir una leal amistad con los hombres, basada en una previa leal amistad con Dios».
Si nos sabemos amigos de Jesús, sus amigos íntimos, ¿no es lógico que aprendamos lo que es la amistad verdadera y que sepamos, como él, llegar al fondo de las almas? ¿Sabemos comunicar el amor a Cristo que llevamos en el corazón?
El papa Francisco, a propósito del evangelio de hoy, dijo: “La libertad cristiana está en la docilidad a la palabra de Dios. Debemos estar siempre preparados a acoger la «novedad» del Evangelio y las «sorpresas de Dios». La palabra de Dios, que es viva y eficaz, discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón. Y para acoger verdaderamente la palabra de Dios, hay que tener una actitud de «docilidad»”.
“La libertad cristiana y la obediencia cristiana son docilidad a la palabra de Dios, y hay que tener esa valentía de convertirse en odres nuevos, para este vino nuevo que viene continuamente. Esta valentía de discernir siempre: discernir, digo, no relativizar. Discernir siempre qué hace el Espíritu en mi corazón, qué quiere el Espíritu en mi corazón, dónde me lleva el Espíritu en mi corazón. Y obedecer. Discernir y obedecer. Pidamos hoy la gracia de la docilidad a la palabra de Dios, a esta palabra de Dios, y esta palabra que es viva y eficaz, que discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal y http://es.catholic.net/op/articulos/6210/cat/347/los-discipulos-de-jesus-y-el-ayuno.html)