Por Elías Piris | Twitter: @eliaspiris
Domingo de enero, tarde extremadamente calurosa en la ciudad de Asunción. El termómetro marca 37 grados a la sombra, pero la sensación térmica es por lejos superior. Locales gastronómicos antiguos (legendarios algunos), otros nuevos, farmacias, boutiques y la monumental construcción de un templo mormón rompen la monotonía del tradicional y residencial Barrio Jara.
La camioneta se estaciona de manera cuidadosa al costado del florido boulevard. Por suerte “hay lugar”. Las puertas se abren y desciende la pareja. Ña Nena se acerca y una sonrisa cómplice advierte que es una vieja conocida de los comensales.
_ ¿Cuánto es la “tarifa” señora?
_A “voluntad” nomás señor
Su nombre es Juana, pero de cariño todos le dicen Ña Nena, posiblemente por ser la más joven del plantel.
Saludamos, nos presentamos y como buenos forasteros explicamos la razón de nuestra presencia. Preguntamos si accedería a unas breves entrevistas, conscientes de lo invasivo de la cámara en mano y el micrófono.
_Estoy dispuesta, nos dice sin dudar.
Juana tiene 60 años. Comenta que desde hace 13 años cuida vehículos, luego del fallecimiento de su padre, quien también se dedicaba a ello. Vive en un asentamiento ubicado en la compañía Zárate Isla de la ciudad de Luque. Tiene un nieto. Dice que no quiere que lo acompañe por los peligros que representa trabajar en la calle. Su mayor deseo es que estudie y sea profesional.
_La gente nos trata muy bien, los propietarios de los bares también, hay veces que nos dan comida, son muy buenos con nosotras, puntualiza Ña Nena.
El viento norte hace de las suyas mientras nos comenta que la parroquia Espíritu Santo suele colaborar con ropas y provistas para las abuelas.
_Los de la parroquia nos dan víveres, especialmente a fin de año, y los mormones quieren a toda costa que vayamos a su templo, remata con una feroz carcajada.
_ ¿Qué opinás de los cuidacoches que ponen tarifas a partir de G. 10.000?
_ Creo que está mal eso, me parece que abusan.
_ ¿Y están conformes con lo que les da la gente?
_ Claro que sí. Si es a voluntad y hay buen trato la gente deja buena propina.
Tiempo cumplido. Ña Nena nos dice que es hora de marcharse, pero eso no es ningún problema. Las abuelas tienen un sistema de rotación que podría ser la envidia de cualquier empresa, evidenciando el orden y la disciplina a pesar de tratarse de un “trabajo informal”.
_ A las cinco ya llega Ña Agripina
Dicho y hecho. Puntualidad inglesa, piel curtida por el sol y los años, algunas canas se asoman y tiene una sonrisa de oreja a oreja. Nuestra segunda abuela entrevistada es doña Agripina Chávez, oriunda del ribereño barrio San Pedro y actual moradora de un asentamiento de viviendas populares de la ciudad de Limpio.
_ ¿Hace cuánto tiempo que estás en esta cuadra?
_ Desde el año 1982, pero me ausenté unos cuantos años, me fui a buscar un mejor rumbo a la Argentina. Volví y decidí quedarme acá. Mis hijos ya son todos grandes, ya se casaron.
La vida de Agripina, según nos cuenta, es un vaivén de idas y vueltas, de trabajos temporales en un país que históricamente recibe a nuestros exiliados (políticos y económicos), maridos machistas, pero sobre todo ganas de superación y seguir adelante.
_ ¿Cómo llegaste hasta acá?
_ Tuve tres hijos con mi primer marido. Después él nos dejó porque uno de ellos salió morochito y los otros eran blancos, imagínese que por esa razón nos peleamos.
Le dejé y fui a Clorinda (Argentina) a trabajar, una señora muy buena nos dio alojamiento en una posada. Mi hijo morochito, el no querido por su papá salió a trabajar, comenzó como lustrabotas en el club Libertad, después la Policía echó a todos ellos (los lustrabotas) del estadio y él decidió venir acá a lustrar y cuidar coches, aproveché y vine detrás de él.
Doña Agripina hace una pequeña pausa, reflexiona y luego comenta que el mayor problema que tienen las abuelas es la falta de un lugar seguro para ir a dormitar, ya que trabajan hasta altas horas de la noche.
“Si no llueve dormimos debajo de ese mango”, dice apuntando con el dedo índice. “Antes dormíamos tranquilas ahí, pero llegan esos muchachos que tienen vicios y aprovechan para robarnos nuestras ganancias del día”.
La exposición al frío, a la lluvia y también a los asaltos es una constante en el trabajo de señoras que bien podrían estar descansando tranquilas en sus camas, disfrutando de una modesta jubilación, de la compañía de sus nietos, de la novela de las nueve.
“Gracias a lo que gano aquí voy y compro una bolsa de cal, después otra de cemento, porque estoy construyendo mi casa. Tengo 62 años, puedo trabajar todavía, yo misma hago la mezcla, revoco las paredes”, dice con un brillo particular en sus ojos.
_ ¿Cuántos nietos tenés?
_ Unos veinte por ahí (risas).
Otra mujer de avanzada edad se encuentra cerca escuchando atentamente lo que nos dice Agripina. Nuestra tercera abuela cuidacoches es Gabriela Pérez, de 64 años de edad.
_ Tengo seis hijos, uno falleció. La cantidad de nietos no recuerdo bien (risas).
Gabriela viene día de por medio desde la compañía Isla Bogado de la ciudad de Luque.
_ Estoy contenta acá, esta, mi zona, es mi vida. Voy a seguir viniendo aunque llueva o haga frío.
_ ¿Qué deseas para tus nietos?
_ Quiero que estudien, se formen bien, que procuren. Mis nietos son muy inteligentes.
_ ¿Alcanza para vivir el dinero que juntás cuidando autos?
_ Salva. Hay gente que deja buenas propinas, especialmente los extranjeros. Gracias a Dios no me canso y todavía tengo ganas para seguir.
_ ¿Algún secreto para tener tanta vitalidad?
_ (Se ríe con ganas) Me alimento bien...puchero con pata, garrón con poroto.
Gabriela va al fondo de la cuestión y destaca que es la zona de las abuelas cuidacoches, la esencia de este reportaje.
_ Somos mujeres, somos abuelas, somos luchadoras.
_ ¿Esperás algo del Gobierno?
_ Sí, un subsidio para la tercera edad, pero nosotras ya somos de la cuarta edad, bromea.
Respecto a esto último recuerda que realizó gestiones hace cuatro años atrás y que no fue aceptada por no haber cumplido los 75 años.
_ Fuimos y vinimos varias veces con mis tres hermanas, al final no pasó nada, recuerda con desazón en el rostro.
Tomamos un respiro. Agripina y Gabriela se despiden mientras siguen estacionándose vehículos de todo tipo, un atardecer de fuego y las luces de la ciudad que comienzan a encenderse nos dice que el domingo va muriendo de a poco.
Volvimos al sitio porque nos dieron las coordenadas para entrevistar a la más longeva de las abuelas de la avenida Brasilia. “Ella trabaja hasta las dos de la madrugada mañana”, nos había recordado una compañera.
Doña Lucrecia González, de 82 años de edad, se encontraba a punto de caer en los brazos de Morfeo cuando arribamos. Aunque no nos conocía, era como si nos esperaba hace tiempo.
Lucrecia mira lejos, habla despacito, sus manos tiemblan ligeramente, está cansada... Su puesto sagrado está entre la calle Siria y la avenida, al costado de una legendaria parrillada de la noche asuncena.
Pedrojuanina de nacimiento. Confiesa que no tiene estudios porque en sus tiempos ir a la escuela era un privilegio no concedido a las mujeres de la familia.
_ En este lugar primero estaba mi esposo, después falleció y quedé yo, es mi fuente de ingreso.
_ ¿Qué tal te trata la gente?
_ Me quieren mucho, nunca hubo quejas. Algunos me dicen “abuela no duermas tarde”.
Lucrecia cuenta que tiene 30 nietos y que no desea que ninguno de ellos sea cuidacoches porque quiere “que tengan un oficio”.
_ ¿Soñaste alguna vez con ser médica, maestra?
_ Nunca, vengo de la campaña, nos decían que no había necesidad que la mujer estudie. Kuimba’e la oestudia arã (Los hombres son los que debían estudiar)
Añade que cuando vino a Asunción comenzó a trabajar en casas de familia hasta que formó la suya.
Insistimos: ¿Qué piensa de los que ponen tarifas al cuidado de autos?
_ “No está bien, no hago eso, la gente da lo que puede”
Esta venerable anciana tampoco recibe el tan promocionado subsidio por tercera edad.
_ Una vez fuimos a gestionar en la Municipalidad, pero no nos hicieron caso.
Cuando el negocio cierra a la 01.00, Lucrecia se va a dormir a una caseta ubicada a pocas cuadras, cuando amanece toma un colectivo de la línea 30 que la lleva hasta Luque.
_ ¿Qué opinan tus hijos de que sigas viniendo a tu edad?
_ No quieren, no les gusta, pero yo quiero venir... no quiero pedirles nada... Gracias a Dios no me falta comida.