La sociedad paraguaya se sobresalta de tanto en tanto con episodios que ponen en la vidriera debates sobre temas profundos pero que se pierden en la hojarasca de la polémica fácil, sectaria y fundamentalista.
Hace una semana fue la satanizada “ideología de género”, y días pasados los limpiavidrios a partir del incidente con un juez.
En ambos casos, la moralina hipócrita basada en el fundamentalismo, pero también en la ignorancia que genera temor a lo desconocido, más cercano a la brujería que a la realidad, ha dictado sentencia: la solución pasa por meter el problema bajo la alfombra (de eso no se habla) o la cárcel (criminalización). Ojos que no ven, corazón que no siente.
En pleno siglo XXI hay aún gente que cree que la homosexualidad “se cura” rezando rosarios o con electroshock, y políticos que creen que con una ordenanza pueden hacer magia y lograr la desaparición de los limpiavidrios.
En Paraguay la clase política (la que está en el poder y la que está en la vereda de enfrente, con escasas excepciones) es campeona en no tratar los temas de fondo de los principales problemas como salud, educación, seguridad, justicia, etc. Solo reacciona cuando surge alguna polémica y como solución plantea un parche o mira hacia otro lado.
LARGA LUCHA. La sociedad se altera cuando un grupo de ciudadanos con el apoyo de escasos parlamentarios hace más de una década pretende la aprobación de una ley contra toda forma de discriminación, que no es otra cosa sino la reglamentación del artículo 46 de la Constitución que establece claramente que “todos los habitantes de la República son iguales en dignidad y derechos. No se admiten discriminaciones. El Estado removerá los obstáculos e impedirá los factores que las mantengan...” La ley, que no logra superar aún la sólida muralla de la intolerancia, busca proteger la diversidad y eso es raza, sexo, lengua, pueblos indígenas, discapacidad, género, grupos de edades, orientación sexual y motivos políticos. Pero hábilmente los fundamentalistas anuncian el apocalipsis y restringen el debate al matrimonio gay y al aborto. Ambos temas imposibles de aprobar con esta Constitución que establece que el matrimonio es entre el hombre y la mujer (artículo 49), y el derecho a la vida es desde su concepción (artículo 4). Este reduccionismo del debate deja fuera a los demás grupos que sufren día a día la discriminación.
Los escasos avances que se lograron volvieron a retroceder con la última campaña y hasta el Ministerio de Educación, que había abierto una pequeña ventanita, la volvió a cerrar porque ante el escándalo y la cercanía de elecciones, el Gobierno dejó en claro su posición: “la familia es papá, mamá e hijitos”. Nadie es capaz de plantear un debate razonable para aclarar los puntos polémicos y puntualizar que no hay intención de enseñar homosexualidad en los colegios para convertir a todos los niños en pequeñas “drag queens”, sino apenas enseñar que el mundo no es blanco y negro y que la diversidad, esa riqueza de la humanidad, no es el enemigo.
El dramático problema paraguayo no es el matrimonio gay sino la situación de esas familias atravesadas por problemas de pobreza y violencia. Paraguay es el segundo país del Cono Sur con más embarazos adolescentes. De 300 nacimientos por día, 60 corresponden a madres de entre 15 y 19 años, y de estos 60 nacimientos diarios, 3 corresponden a menores de entre 10 y 14 años, víctimas de violación, en su mayoría por sus propios padres o familiares cercanos. Miles de niñas-mujer abandonan sus estudios, y eso implica una segura condena que le impedirá salir de la pobreza.
Y de la educación ni se habla, sino cuando cae el techo de una escuela, pero nada de los catastróficos números que revelan la crisis educativa que no va hacia ningún lado, de espaldas a las habilidades y destrezas que requieren este siglo.
Las peores tragedias que sufrió la humanidad se dieron por la visión prejuiciosa e intolerante del “anti”. Así dejaron su huella el nazismo, el fascismo, las dictaduras, en cuyos mundos no cabían los otros. Estas corrientes tienen otras expresiones hoy en líderes mundiales que están resucitando los demonios.
NO SE HABLA. Las campañas políticas están en pleno proceso y sirven para conocer las propuestas de los candidatos. Ninguno se toma el tiempo para explicar cómo hará para revertir la situación de pobreza y desigualdad que tiene un efecto transversal en todas las áreas y que impiden el desarrollo más equitativo del país.
Pero la clase política no está sola. La sociedad, profundamente conservadora, revela su lado talibán cuando surgen estos temas. Son los que plantean cárcel (mientras empuñan su arma pensando en soluciones finales) o escarnios públicos donde los discriminados lleven en sus pechos la letra escarlata de su ofensiva diferencia.