En el curso de los proyectos a corto o largo plazo, todos tenemos ideas magníficas y nos vuelve elocuentes, porque con los sueños podemos hacer lo que se nos dé la gana. Pero sucede que siempre nos encontramos con la torpe realidad, con los consejeros sin diploma que te dicen que “eso que quieres hacer es cosa de locos”. Y si eso no son palos en la rueda de la carretilla de nuestro entusiasmo, ¿qué son?
Cualquier proyecto ha de iniciarse con riesgo, esto me recuerda a lejanas lecturas que cuando uno se interna en el mar lo primero que le causa pánico es dejar de ver la tierra firme y encontrarse solo el mar. Sentirse desamparado en un océano es lo que deberían haber sentido muchos navegantes que se lanzaron a la aventura de descubrir nuevas tierras, pero ese viaje por la soledad de no saber en qué lugar uno está, fue el precio. Esta desazón que provoca muchas veces el abandono de nuestros nobles o visionarios propósitos por cambiar algo en la sociedad.
Cambiarla con nuestras habilidades, no importa cuáles sean. Un soñador es alguien que traza un mapa en el cielo y sigue el curso caprichoso de las estrellas que cambian de posición a lo largo de la duración de un día.
Sin haber iniciado nada, con la adulteración del ánimo, parece que estamos alejados para siempre de nuestros propósitos y que nunca encontraremos el codiciado puerto.
Creo que debemos persistir, no puede ser que detrás de la tormenta no aparezca el sol, que nadie ame a nadie, que la ignorancia marque la diferencia, que la moda nos diga cómo vestir, de qué hablar o que nos conviene “en esta temporada”.
Les hablo a los que inician un proyecto, para darles una palmada en el hombro y decirles que persistan, pues no hay caminos sin dificultades y, como parece, nadie regala nada ni invierte en sueños. Por tal motivo esta carta, como una botella en el mar sin orillas, es también para los jóvenes que son los que muchas veces tienen más dificultades.
Me quedo con los que trazan el mapa de lo posible, los prefiero mucho más de los que se aprovechan de lo ya hecho, de los que viven prendidos de la sociedad de consumo que los devora, de los preconceptos que te indican que “esto o aquello” no debe hacerse. Hay que rechazar tales consejos, pues nuestra vida no es la orilla de tierra firme que dejamos sino el mar pleno de posibilidades. Y en el hacer haciendo los sueños se cumplen.