Es increíble cómo en un municipio tan cercano a la capital, como Villa Elisa, situada a 13 km de Asunción, continúe habiendo a estas alturas y dentro de su casco urbano varias calles sin empedrar.
En la ciudad hay áreas céntricas conformadas por viviendas lujosas, dúplex y tríplex recién construidos, que contrastan groseramente con las calles sin pavimento alguno.
El desfasaje entre el crecimiento demográfico del área metropolitana y el crecimiento urbanístico de los municipios que integran esta amplia porción del país denominada Gran Asunción es demasiado notorio. Y también insufrible, particularmente, en cuanto al tráfico automotor, accesos y salidas, y a la prestación de los servicios públicos que competen a los gobiernos locales.
Las demandas son ingentes y la capacidad de respuesta y falta de planificación, prácticamente nulas. Ni siquiera está instalada la cultura del mantenimiento para cuidar y preservar en buen estado por lo menos lo que ya se tiene, como los escasos espacios públicos, algunas avenidas principales y servicios en el ámbito educativo y de salud que disponen algunos municipios.
No me animo a pensar cómo funcionarán sus servicios de acción social, patrimonio, planificación, defensa del consumidor, cultura, o medio ambiente.
Si cuestiones elementales como ordenar el tránsito, reparar las calles cubiertas de baches, limpiar los alcantarillados, asegurar la recolección regular de los residuos domiciliarios y su disposición final conforme a los estándares medioambientales no cumplen con eficiencia, esperar que las administraciones municipales rindan cuenta, elaboren, actualicen y compartan con la ciudadanía un plan regulador del municipio es impensable.
La Gran Asunción no se proyecta a mediano ni largo plazo ni sobre criterios de sustentabilidad. Su crecimiento es caótico y depredador.
Basta recorrer Villa Elisa, Lambaré, Fernando de la Mora, San Lorenzo, Ñemby, Mariano Roque Alonso o Limpio, por citar a los municipios más próximos a Asunción, para encontrarse con administradores de la cosa pública inoperantes y con ciudades donde no se fomenta la participación ciudadana, por temor al control, y para evitar la rendición de cuentas sobre el uso de los recursos.
Si Villa Elisa aún tiene calles sin empedrar, Lambaré es una colección de arterias destruidas. La sensación es que los ciudadanos ya no esperan nada. Se limitan a quejarse a través de las redes ante cada bache, si no pasa el recolector de basura o cuando debe pagar tasas por barrido y limpieza que nunca tienen lugar.
Mientras, los intendentes de turno argumentan falta de recursos o boicot de la Junta Municipal y dejan fluir los problemas sin solucionarlos. Al concluir el mandato, son los nuevos ricos y continúan residiendo en la misma ciudad y, por supuesto, en calle asfaltada.