06 may. 2024

El milagro de la ideología de género

Por Alfredo Boccia Paz - galiboc@tigo.com

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Al comienzo me pareció que la ley era insuficiente. Pero luego escuché los argumentos cavernícolas de la corporación conservadora civil y eclesiástica y se me pasó. Recordé que vivía en uno de los únicos países de América que no cuentan con una ley integral contra la discriminación ni una tipificación específica del feminicidio.

Mientras se discutía con vehemencia un proyecto de ley que muy pocos leyeron con atención y alcanzaban picos de histeria las disputas entre personas que no tienen en claro conceptos elementales, la violencia contra las mujeres en Paraguay mantenía su ritmo: una muerte cada 13 días, provocada por sus parejas u otros familiares.

Es un crimen que no respeta edades. La muerte de la nena de ocho años secuestrada, violada y torturada en Itapúa puede ser considerada un feminicidio, pues habría sido causada por venganza del ex concubino de una tía que la cuidaba.

Violencia de género es, sobre todo, violencia contra las mujeres por el hecho de ser mujer. Por eso no se habla del hombre como víctima de esta violencia. Es un problema específico que requiere una legislación específica. El Estado no puede hacer como que mira a otro lado y sostener que esta ley victimiza a las mujeres y discrimina a los varones.

Si tardamos tanto en aceptar la necesidad tan obvia de una ley que proteja a las mujeres que sufren violencia o mueren asesinadas por sus parejas es porque para explicar la necesidad de la norma hay que usar la anatemizada palabra “género”. ¡Qué mambo cerebral produce en cierta gente! El género no es una palabra mala; es un instrumento que permite analizar las asimetrías sociales y culturales que existen históricamente en las relaciones entre mujeres y hombres. Sin esa palabra no entenderíamos por qué resulta inaceptable atribuir a la mujer roles sociales siempre dependientes del otro sexo.

Pero “ideología de género” fue el concepto elegido por el fundamentalismo cristiano para blandirlo como espada ante quienes luchan por erradicar discriminaciones atávicas. Para ellos, resulta sacrílego que la identidad sexual, los roles de género y las características femeninas sean definidas por la sociedad y la historia y no sean asignados por Dios.

La cuestión se discute en todos los países con tradición católica, pero aquí tiene un toque kachiãi que solo el primitivismo puede dar.

La “ideología de género” se usa como acusación multiuso, como antes se usaba la de “comunista”. Nadie sabe definirla muy bien, pero todos están seguros que responde a oscuros intereses foráneos. Y ni siquiera hablamos de palabras aún más malditas, como –¡Válgame Dios!– “aborto”, “homosexual”, “condón” o “sexo”. Como ve, no hay de qué quejarse. Que se hayan conformado con borrar la palabra “género”, ya es un milagro.

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