29 mar. 2024

El Lector, 45 años: Todo empezó con un kiosko en la plaza

En septiembre de 1971 había pocas librerías en Asunción y casi no se editaban libros paraguayos. Fue cuando un chico de 15 años instaló un tablero de madera, al que llamó Kiosko 653, en la plaza Uruguaya, donde empezó a vender cigarrillos, revistas y libros al paso. En pocos años, El Lector se convirtió en la principal editorial paraguaya, que publicó los libros de Augusto Roa Bastos y de la mayoría de los autores nacionales. Controversial y polémico, Pablo Burián recuerda los inicios de una saga cultural que hoy cumple 45 años.

el lector paraguay

Una foto histórica, el joven Pablo Burián con el primer kiosko de revistas y libros, en la plaza Uruguaya.

Por Andrés Colmán Gutiérrez | @andrescolman

-¿Un kiosko en la plaza? ¿Y qué vas a vender?

-Voy a ofrecer revistas y libros.

-¡Libros...! ¡Ja, ja, ja...! ¿En este país? ¿Quién te va a comprar?

Pablo León Burián no olvida aquel diálogo con una persona amiga, cuando le comentó su proyecto de crear el hoy legendario Kiosko 653, en plena vereda de la calle 25 de Mayo esquina Antequera, en un extremo de la plaza Uruguaya.

Era septiembre de 1971 y Asunción era todavía una ciudad provinciana durmiendo la larga siesta represiva de la dictadura stronista. No había más de media docena de librerías en toda la ciudad y los libros eran considerados objetos raros a los que accedía una minoritaria élite intelectual. Casi no se editaban libros paraguayos.

Burián tenía 15 años, procedía de una familia humilde y ya tenía una larga experiencia de ganarse la vida vendiendo naranjas, verduras y rifas en las canchas y en las calles, cuando decidió convertirse en lo que hoy se llamaría un emprendedor.

“Desde niño, en medio de una gran pobreza, supe que debía hacer algo grande no solo por mí, sino por nuestro país. Yo no me podía quedar en aquella situación de abandono, de sufrimientos económicos, y busqué la forma de salir adelante”, dice ahora, desde el otro lado de un amplio escritorio del Centro Cultural El Lector, sobre la avenida San Martín.

Aquel pequeño kiosko de la plaza ha crecido mucho, hasta volverse una catedral de libros, con varios locales y con un sello editorial que ha publicado algunos de los más importantes títulos de los más grandes escritores e intelectuales del país.

-¿Cómo fueron esos años de tu niñez?

-Difíciles, muy difíciles. Vendía naranjas en la cancha de River Plate o verduras puerta por puerta. La gente me puso el mote de “Buendía” (como el coronel Aureliano, de las novelas de García Márquez) porque ese saludo era mi presentación cada mañana para ofrecer mi mercancía. Llegué a hacer trabajos humillantes para sobrevivir. Pero a pesar de las dificultades, yo tenía una fuerza interior que me decía que en algún momento eso iba a cambiar. Y yo debía hacer que cambie aquello.

-Mucha gente se iba del país, ¿llegaste a pensarlo?

-No. Mi mamá sí se fue a la Argentina y se fueron también mis hermanos. Yo me quedé solo, con la idea fija de que aquí yo debía ser alguien. Esa soledad me enseñó a tener confianza y a saber que en mí estaba la fuerza que me permitiría enfrentar el futuro. En la búsqueda de mi destino debía enfrentarme a todo lo que se me ponía delante. Tuve hambre, tuve frío, pero nunca claudiqué en mi objetivo de salir adelante por mis propios medios.

-¿Cómo surgió aquel kiosko en la plaza que luego se convertiría en El Lector?

-Comenzó en 1971 con un tablero de madera donde vendía revistas. Eso lo compré con algún dinero que pude ahorrar con todos los trabajos que hacía. Ni siquiera era un kiosco. Ahí vendía revistas y cigarrillos. Le llamé Kiosco 653. Al comienzo era un kiosco más, pero pronto pude tener una clientela fiel. Vendía muchas revistas, sobre todo especializadas. Y pronto tomé la iniciativa de recibir directamente esas revistas desde los proveedores del exterior; pues de otro modo, por el canal de los distribuidores de aquí, las recibía muy tarde y mis clientes se impacientaban.

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Ticio Escobar, Mario Halley Mora, Milda Rivarola y otros autores durante una premiación en El Lector.


-¿Y lo de los libros?

-Eso se dio muy pronto después, de tal forma que el kiosco se convirtió ya en el Bibliokiosco 653. Comencé a traer los libros de los escritores del llamado “boom latinoamericano”, aquello fue una verdadera revolución para la gente en esa época. Antes la gente debía entrar en las librerías a buscar libros. Con el kiosko ya tenían los libros a su alcance, en la calle. La clientela creció y también creció la casilla, porque el surtido de libros y revistas fue mayor. El 9 de setiembre de 1971, cuando yo tenía apenas 15 años de edad, nació El Lector. Puedo decir que El Lector le cambió la cara a un importante sector de la ciudad. Por primera vez había una librería que ponía los libros en la misma calle a disposición de los lectores y abriendo las 24 horas del día los 365 días del año. Un cambio radical. Y todo aquello creció.

-¿Cómo aprendiste el arte de vender libros?

-Con intuición y tenacidad. En 1979, con el poco dinero que pude ahorrar, viajé a España, de donde traje libros como para poder hacer una feria. Resultó un gran impacto y la gente respondió. Eso me obligó a viajar a la Argentina, donde pude contactar con las grandes editoriales de Buenos Aires, en donde los empresarios me miraban asombrados pues nunca antes una librería paraguaya había ido a comprar libros directamente.

-¿Cómo te vinculaste con Roa Bastos y con los grandes autores paraguayos, para publicar sus obras?

-Eso fue un proceso que se fue dando casi naturalmente cuando empecé a incursionar en la tarea de editar libros. La gente pedía libros paraguayos y como casi no había empezamos a editarlos. 1982 fue un año histórico para mí, cuando participamos por primera vez en la gran Feria del Libro en Buenos Aires. El Lector fue el primer sello paraguayo que se hizo presente en ese espacio cultural tan importante. Recuerdo que fleté un ómnibus y llevé a 18 escritores paraguayos, entre ellos a Augusto Roa Bastos (quien ya estaba en Buenos Aires y se sumó a nuestra delegación), a José Luis Appleyard, Tadeo Zarratea, Ticio Escobar. También se nos unió en Buenos Aires el gran poeta Elvio Romero, que estaba exiliado. La participación paraguaya fue un verdadero suceso. Después de nuestro retorno, don Augusto Roa Bastos también volvió al país y participé con él de una gran actividad en el Centro Regional Saturio Ríos. Dos días después, el 30 de abril, el gobierno de Stroessner lo expulsó del país. Fue un acontecimiento muy doloroso, que nos afectó a todos quienes trabajábamos con él. Afortunadamente, sus libros nunca dejaron de circular, la gente cada vez los buscaba más.

En esa época, la figura de Pablo Burián empezó a volverse polémica. Varios otros libreros lo cuestionaban por ocupar un lugar privilegiado en plena plaza Uruguaya y hasta insinuaron que era un privilegiado del stronismo, que era un protegido (y algunos decían incluso que era un testaferro) de personeros del régimen, como el escritor Mario Halley Mora, que en ese momento era jefe de Redacción del diario Patria, vocero del Partido Colorado.

Burián siempre negó las acusaciones, asegurando que eran producto de la envidia. Dice que si hubiera tenido algún tipo de protección no le habrían confiscado libros de autores críticos, como llegaron a hacerlo con ediciones como La revolución en bicicleta, del escritor argentino Mempo Giardinelli. Incluso estuvo a punto de perder el local de El Lector en medio de una grave crisis económica.

-¿Cómo fueron aquello momentos difíciles, en que tanto te criticaban?

-Permanecer en la plaza Uruguaya fue una lucha. Muchos me quisieron sacar, pero también muchos me defendieron, entre ellos don Augusto Roa Bastos, Mario Halley Mora y Alfredo Seiferheld. Después ya todos se quisieron instalar en la plaza Uruguaya, creyendo que ese era un lugar milagroso para las librerías. Varias se instalaron, pero pocos quedaron.

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Inauguración de El Lector en San Martín, con José Luis Appleyard, César Alonso de la Heras, Pablo Burián, Jorge Báez Roa y Dionisio González Torres.

-Hubo un intento de remate de tus locales de la plaza Uruguaya y de San Martín, ¿cómo salvaste esa situación?

-En el momento en el que ya estaba a punto de rematarse el terreno de San Martín, en medio de la preocupación fui hasta un banco y hablé con el gerente, en ese entonces Toto Peña, quien me recibió, le explique mi situación y entendió por lo que estaba pasando y me salvó. Y la vez que casi perdí el local de la plaza Uruguaya recuerdo también a un gran amigo, el doctor Alejandro Encina Marín, quien me ayudó en ese momento y luchó conmigo para seguir adelante con los sueños de El Lector en la plaza Uruguaya. Yo debía estar preparado por si me sacaran de la plaza Uruguaya. Cuando compré el terreno sobre la avenida San Martín, el mismo quedaba muy lejos del centro de Asunción. Era una zona despoblada. Recuerdo que Alfredo Seiferheld me tildó de loco por haber “venido al fin del mundo”. En 1988 estuve a punto de perder el terreno debido a los problemas financieros del momento, pero ahí ocurrió un milagro. Caminaba desorientado por el centro hasta que entré a un banco, llevado casi por una fuerza inexplicable. Pedí hablar con el gerente, le expliqué mi situación. Él me conocía y entendió todo. Dos días después el banco evitaba el remate de mi predio.

-¿Hubo proyectos tuyos que fracasaron?

-En mi vida hubo fracasos y milagros. Recuerdo que en 1998 tuve otra vez una situación difícil. Preparé la Gran Enciclopedia de la Cultura Paraguaya, en 19 tomos de casi 100 libros, a instancias de Augusto Roa Bastos. El día del lanzamiento, en la imprenta solo me terminaron 13 tomos. Aún así fuimos con don Augusto al teatro Tom Jobim para el lanzamiento. Pero lógicamente aquello fue un fracaso de venta porque no estaban los 19 tomos prometidos. La pérdida fue grande y me quedé con una deuda inmensa. Solo dos años después pude tener listos los 19 tomos e inicié largas giras por el interior del país hasta vender todos los ejemplares. Así salvé mi drama financiero.

-A 45 años de haber empezado con aquel humilde kiosko, ¿qué es lo que más rescatás?

-Para mí, El Lector fue una gran experiencia espiritual. Yo vivía realizando todos mis sueños y siempre sentí como si tuviera una protección espiritual. Recuerdo muy especialmente a mi hermano mayor, a quien llamaban Caramelo y jugaba en River Plate. Murió en un accidente y desde su muerte se convirtió en una especie de ángel custodio para mí. Varias veces estuve al borde de la muerte incluso y una fuerza extraña me salvaba. Tal vez fue mi hermano, que en vida cuidó de mí y luego de fallecido quizá siguió haciéndolo.El Lector es ahora de mis hijos y de mis nietos. Yo voy a seguir en pos de los muchos sueños que aún tengo por realizar. Me debo a mi país y quiero seguir aportando a su educación y su cultura desde cualquier sitio en el que el destino y la fuerza de mi voluntad me lleven. Por eso le quiero dejar un mensaje a los jóvenes: que siempre tengan un sueño y que luchen por cumplirlo. Los logros de la vida se disfrutan más cuando se luchó mucho por alcanzarlos. Y que tengan presente que el mejor amigo de un ser humano es el libro. El libro es solaz, es educación, es cultura, es la puerta que nos abre la posibilidad de insertarnos en el mundo con la competitividad necesaria.

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