Por Andrés Colmán Gutiérrez | @andrescolman
El día siguiente a la batalla, 17 de agosto de 1869, el sol despuntó sobre Acosta Ñu, iluminando un vasto campo sembrado de cadáveres, con aves de carroña que revoleaban en bandadas, dándose banquetes.
Parte del campo ardía todavía, inundando el ambiente con un fuerte olor a carne humana quemada y en descomposición.
Cual si fuera Dante recorriendo con el poeta Virgilio los círculos del infierno, el médico inglés John Smith, que formaba parte del equipo sanitario del Ejército de los aliados, recorría muy temprano el paisaje de ese lugar apocalíptico, según una conmovedora historia relatada por el escritor brasileño Raufi Marques, en su libro Ñande Pa, que nos llega a través de un artículo del médico Rubén Luces León, paraguayo residente en Buenos Aires, recogido a la vez por el autor misionero Camilo Cantero, en su libro sobre misioneros ilustres, en donde destaca la participación de once ignacianos ilustres (nacidos en la ciudad de San Ignacio, departamento de Misiones) en la Batalla de Acosta Ñu.
“El sol apenas había asomado en el horizonte y se mantenía aún el tufo caliente del incendio en aquel holocausto de inocentes, en medio de la cenizas y el carbón de los cuerpos calcinados. El médico parecía un alma en pena, vagando por los vericuetos y rescoldos del infierno. Dos auxiliares enfermeros y algunos soldados de patrulla lo acompañan, todos tapándose la nariz con una mano”, relata León.
“El silencio era mortal en ese cementerio a cielo abierto, y cuerpos insepultos, recién inaugurado”, sigue narrando el artículo.
“Lo que se ve es horror, que no conoce piedad ni se dobla de compasión ante el dolor y el sufrimiento, trozos de carne pisoteados, cuerpos sin cabezas desparramados por el suelo, chicos tendidos boca arriba con los ojos abiertos, como interpelando el cielo (...)
“El doctor Smith, con el pañuelo anudado en la nuca para protegerse la nariz, estaba por sentarse en un tronco caído, cuando percibió que un soldado brasileño maniobró su fusil y apuntó en dirección a un conjunto de plantas de bananas.
"—¿Que vio, soldado?—le preguntó.
"—¡Allí hay gente, doctor!— exclamó el combatiente.
"—¡No tire...!— ordenó el médico.
“El inglés se aproximó con cautela y vio un brazo infantil agarrado al tronco, después un par de ojos asustados y luego otros dos. Apartó la hoja seca del banano y, con sorpresa, descubrió a dos criaturas abrazadas de espanto: un varón y una nena”, narra León, en base al relato original del brasileño Marques.
Recreación de la batalla de Acosta Ñu. | Foto: Fernando Calistro
“Aquí ya no hay nadie a quien matar.
“Smith aproximó la mano hacia el más pequeño, para tocarle la frente, pero el chiquito fue aún más ligero y escondió la cabeza entre las piernas, como adoptando la posición de quien espera el golpe de la muerte.
“La nena entonces se abrazó al tronco del bananero y comenzó a temblar de miedo.
“El médico le tocó suavemente la mano y luego se agachó y acarició los cabellos del niño que continuaba paralizado por el pánico.
"—¡Salgan, no vamos a lastimarles!— les tranquilizó el médico, hablándoles en español.
“De a poco, los brazos en torno del banano se fueron aflojando y la cabeza escondida entres la piernas comenzó a levantarse.
“Aquellas dos criaturas, milagrosamente, eran dos sobrevivientes de la brutal carnicería.
"—No tengan miedo–— insistió el médico inglés.
“El más chiquito, con los ojos desorbitados, miró hipnotizado al soldado con el arma todavía apuntando a su cabecita tambaleante.
“Entonces, el médico John Smith alzó la voz y encaró con mucha fiereza al uniformado.
"—¡Baje esa arma soldado...!— le dijo —¡Aquí ya no hay más nadie para matar!
“El médico inglés rescató a los dos niños y los llevó consigo. Crecieron con él, en una estancia en la que luego se estableció, al final de la Guerra, en la región de Concepción, y a la que llamó Casa Blanca.
“Al varoncito le dio el nombre de Bernardo y a la nena la llamó Belén”.
No eran hermanos, y el milagro de haber sobrevivido al horror de la guerra los unió para siempre. Acabaron casándose. Tuvieron un hijo, llamado Francisco, que a la vez fue abuelo de Raufi Marques, el escritor brasileño que años después rescataría esta bella historia, desprendida del horror de la guerra, en su libro Ñande Pa.
La historia de un renacimiento...