Como anticipando que las elecciones generales se decantarán de nuevo en carpas coloradas, los tempraneros debates televisivos con precandidatos a la presidencia de la República se nos plantean como ese rostro comercial de la Navidad, que ya en octubre comienza a verse por todas partes, y que en diciembre ya nos tiene al tope.
Mientras esto sucede, los actores de la oposición siguen en sus devaneos internos. Y no solo eso, también van descompasados con respecto al ritmo que lleva el partido de gobierno.
Así, los dos candidatos que compiten para pugnar por el sillón presidencial en representación del Partido Colorado ya llevan dos apariciones públicas. Aunque mostrando más de lo mismo. Mario Abdo Benítez y Santiago Peña, fieles exponentes del modelo que domina hace años los destinos del Paraguay, apoyado por la oligarquía empresarial y política.
Ninguno de los dos pisó jamás un hospital público. Ambos se refieren a la pobreza, desde las estadísticas, su mayor acercamiento al mayor de los problemas del país, que va de mano con la ignorancia.
Mientras estos se posicionan y se promueven, por el lado del principal partido de oposición (el Liberal), los dirigentes se siguen desgastando en sus luchas intestinas. Cada vez, más irreconciliables ellos. Y los demás partidos, movimientos y frentes se hallan fraccionados en decenas de grupos, más interesados en armar listas y asegurarse un buen puesto en ellas antes que en pensar, elaborar y proponer una alternativa al cartismo.
Pero volviendo a los debates, qué interesante resulta ver despellejarse mutuamente a los postulantes colorados, hasta ahora más visibles y mediáticos.
Uno de ellos lleva el estigma de la “tierna podredumbre”, como hijo de nada menos que del secretario privado del sanguinario dictador Alfredo Stroessner. El otro, el de la trashumancia política, puesto que de estar aupado por el liberalismo no tuvo empachos para afiliarse al Partido Colorado y ser ungido como candidato para suceder a su mentor político, Horacio Cartes. Un liberal colorado; un colorado liberal. ¿Acaso importa?
Total, gracias a las debilidades, errores y mezquindades de los diversos actores de la oposición, algunos con serios problemas de identidad –ya que son más oficialistas que el propio Cartes–, en estos momentos el plató mediático y político está servido para los colorados. Y si a este paso vamos, seguirá así.
¿Qué pensarán de sus compatriotas estos paraguayos?
¿Por qué y para qué quieren ser presidente?
Estoy segura de que tienen ensayadas las respuestas a estas preguntas y que para el próximo debate, ante las aún desdibujadas opciones en la oposición, continuarán hablando con soltura de tasas de interés, base tributaria, bonos del Estado, competitividad, desde la mirada de dos chetos que intentan convencer a los demás de que conocen profundamente (¿?) a su país.