Un hombre ataca a su pareja con machete. El otro, borracho, da puñetazos a su esposa y su suegra. En tanto, un joven termina descuartizando a la novia por celos. Y podríamos seguir con los macabros ejemplos. No son historias de películas ni novelas escritas por una imaginación perversa; hablamos de realidades cotidianas en nuestro país, situaciones difíciles de comprender. Así lo verificamos recientemente, con los terribles casos en Villa Hayes, Areguá y Minga Guazú, por citar algunos.
Es preocupante constatar que cada vez son más frecuentes las relaciones afectivas patológicas, caracterizadas por la violencia, el maltrato físico y sicológico. Y no sólo hablamos de adultos sino también de parejas jóvenes.
¿Cómo es posible que una relación, supuestamente sustentada en el amor, termine marcada por el odio, la venganza y la irracionalidad? ¿Por qué una mujer llega a permitir que un hombre, con el que tiene una relación sentimental, que debía ser para bien, la golpee, amenace o esclavice? ¿Cómo llegan estos hombres a tal grado de trastorno?
“Nunca permitas que un hombre, sea quien sea, te falte el respeto, mi hija”, escuché decir en varias ocasiones a mi madre ante la mirada atenta de mis hermanas adolescentes, quienes, quizás ni siquiera llegaban a dimensionar el valor de aquel consejo, el que, sin embargo, comenzaba a marcarles el horizonte del valor irrenunciable que tenían como persona y mujer.
Las relaciones patológicas se sustentan en gran medida en carencias emocionales, baja autoestima, machismo internalizado y miedos. Por ello, tomar en serio la educación en la familia, para que sea un espacio de respeto, en donde se aprenda el valor de la persona y su dignidad, sea varón o mujer, es y será siempre un paso vital para superar este tipo de vínculos enfermizos.
Y aunque no existen fórmulas, sería positivo entender que las relaciones afectivas saludables no se basan solo en los sentimientos, sino también en el uso adecuado de la razón; aquella que marca los límites de lo aceptable e invita a usar la inteligencia en medio de las fuertes emociones. Además, es necesario que se aprenda a escuchar, sobre todo a aquellos amigos que llaman a las cosas por su nombre, y encienden la luz de alerta.
Escapar de las carencias afectivas o la educación machista, no es tarea fácil, por ello vale no quedarnos solos; pedir ayuda, cuando la necesitamos, y acompañar a otros a entender que cuando el supuesto amor destruye, no es amor; que los celos son normales, pero no la obsesión, y que si la relación es positiva, no encierra sino que invita al otro a abrirse al mundo y los demás.