Cuando una persona se aleja de la urbe y entra en contacto con la naturaleza, la presión sanguínea baja, al igual que las hormonas que generan el estrés.
Científicos de la Universidad de Colorado Boulder, EEUU, realizaron un estudio para determinar los efectos del pasar tiempo en la naturaleza, más que en la ciudad.
Para obtener resultados analizaron cómo el ritmo circadiano (las oscilaciones de las variables biológicas en intervalos regulares de tiempo) se reajustaban, informó el portal Infobae.
Para probar la teoría enviaron a un grupo de personas a acampar durante una semana, en pleno verano. Estas tenían la misión de organizar sus actividades de acuerdo a salida y puesta del sol.
La semana culminó y se comprobó que los relojes internos de los participantes se retrasaron dos horas en su ambiente natural.
En su día a día, algunas personas manifestaron que sufrían problemas de somnolencia, humor y exceso de peso, pero esos 7 días pudieron recalibrar gracias al contacto con la naturaleza.
Los investigadores les hicieron estar sin luz eléctrica todos esos días, para comprender sus relojes internos.
INVIERNO. El año pasado se realizó otra encuesta para comprobar si el mismo fenómeno, en una semana, también funciona en invierno.
Para eso se equipó a cinco personas con dispositivos portátiles que medían cuando despertaban, se iban a la cama, a cuánta luz estaban expuestos y hasta se comprobó antes y después sus niveles de melatonina.
Esta prueba arrojó como resultado que los relojes internos se retrasaron esta vez por dos horas y 36 minutos, en comparación a cómo cambiaron en verano, y presentaban niveles más altos de melatonina.
Se comprobó también que si se acampa solo un fin de semana, el siguiente lunes volvieron a recuperar su ritmo normal. “Eso dice que podemos cambiar rápidamente el tiempo de nuestro reloj interno”, dice Wright, uno de los investigadores.