VILLA YGATIMÍ, CANINDEYÚ
Los enviados de ÚLTIMA HORA decidimos apagar nuestras cámaras y borrar las imágenes que habíamos grabado hasta entonces.
En la humilde vivienda de los Almada, en el centro urbano de Ygatimí, se celebra el tradicional ñembo’e, el popular rezo vespertino. Mujeres vestidas de negro, hombres con el sombrero entre las manos, se congregan a orar frente a un pequeño altar doméstico, donde la sonrisa de Antonia resplandece desde un pequeño marco de fotografía.
DOLOR. Entre sollozos, doña Maria Teresa recuerda que sus dos hijas, Antonia y Juana Ruth, quienes vivían y estudiaban en Curuguaty, a 45 kilómetros de distancia, llegaron a visitarla aquel 16 de octubre, muy temprano, acompañando en su camioneta al corresponsal del diario ABC Color, Pablo Medina, haciendo un alto en su viaje a la colonia Crescencio González, donde iban a realizar una cobertura periodística.
La familia Almada sobrevive con una pequeña despensa que funciona en el domicilio. Han querido mudarse del lugar, buscando huir de la tragedia y el peligro, pero no han encontrado condiciones. La hija sobreviviente hoy permanece oculta, protegida como testigo por la Fiscalía. Ya no hay reclamos públicos de justicia. Solo miedo y silencio.
Una incómoda sensación que comparte la mayoría de los pobladores de Ygatimí: Nadie quiere hacer declaraciones a la prensa.
Solo hay malezas, carretera desierta, desolación...
El corresponsal de Última Hora en Curuguaty, Elías Cabral, logra identificar el sitio exacto. Él fue uno de los primeros en llegar aquel trágico día y sus fotos dieron la vuelta al mundo.
“De este yuyal salieron los asesinos, vestidos de para’i (camuflaje). Es un misterio por qué Pablo se quedó y habló con ellos, con toda la preparación que tenía para evadir los peligros. Aquí les dispararon”, destaca Elías.
AVANCES. José Martínez admite que en la región todos sabían que el intendente de la vecina ciudad de Ypejhú (a unos 50 kilómetros), Vilmar “Neneco” Acosta, comandaba una banda de narcotraficantes y sicarios, responsable de varios asesinatos en la zona, pero nadie podía hacer nada porque el hombre gozaba de la protección de altas autoridades departamentales y nacionales.
“Lamentablemente tuvo que ser asesinado un periodista importante y muy respetado en la zona, para que se empiece a desarticular esta banda. Hoy “Neneco” está detenido en Brasil y su organización prácticamente está desmantelada, pero seguimos totalmente abandonados por el Gobierno, sin caminos, sin rubros agrícolas rentables, sin proyectos de desarrollo”, asegura Martínez.
El camino que une a Curuguaty con Ygatimí, Ypejhú e Itanará está en pésimo estado. Camiones cargados con rollos de madera y mercaderías avanzan por las estrechas picadas en horas de la noche. “Este es el camino más peligroso de todo Canindeyú, por aquí se conecta directamente con las rutas del narcotráfico”, destaca el corresponsal Elías Cabral, quien acude a sus coberturas protegido por un agente policial armado con una tremenda escopeta calibre 12.
EFECTO. Tanto José Martínez como Elías Cabral coinciden en que, tras el asesinato de Pablo Medina, el narcotráfico se vio gravemente golpeado en la región, pero eso mismo produjo una gran retracción en la economía local.
“Lamentablemente, la actividad económica en Canindeyú depende principalmente del narcotráfico. Eso es porque el Estado no ofrece alternativas de trabajo, producción y desarrollo a la población. Nos cansamos de reclamar, pero no encontramos respuesta”, dice el intendente Martínez.
Un policía que pide anonimato cree que en realidad nada ha cambiado: “Los verdaderos jefes de “Neneco” son empresarios de Pedro Juan y Capitán Bado, que solo esperan el momento para copar otra vez el mercado de la droga, con otra gente. Sus socios son senadores, diputados, jueces, fiscales, gobernadores, intendentes... Hay millones de dólares en juego. Esto no ha cambiado, ni va a cambiar, por más que maten a veinte periodistas”, asegura.
Videos y fotos: Ylda R. Miskinich